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Zeta |
by Graciela Requena |
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Liederabend, Miami, 14. Oktober 2021
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Alegría y Tristeza: Jonas y Helmut
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Resultó opaco el anhelado recital del divo alemán en su debut en Miami la
noche del 14 de octubre en el Knight Concert Hall del Adrienne Arsht Center.
Tan sin pena ni gloria que, si el iPhone no me lo recuerda con el resumen de
fotos de aquella aburrida noche, el recital de Jonas Kaufmann, considerado
el acontecimiento lírico de la temporada, se me quedaba en el olvido.
Es conocido que los divos de la música clásica suelen poner peros para
actuar en esta plaza, cuyo mayor atractivo, ademas de su maravilloso clima
tropical durante todo el año, es que Miami es la tercera ciudad más rica de
los Estados Unidos, según Forbes.Y esto la hace atractivísima. Miami es un
reducto de la variopinta inmigración del planeta, porque no solo los latinos
cruzan mares, ríos y hasta escalan montañas para a llegar a este paraíso
terrenal en busca de oportunidades, sol y, dólares, of course! Miami, con su
gama de azules entre cielo y mar, de puestas de sol espectaculares es,
además, poseedora de una arquitectura moderna con aroma a futuro inmediato
que ya quisieran las rancias ciudades. Así, nada es de extrañar que el
buenmozo tenor bávaro, con porte de felino en acecho, hiciera una escala
para tener su primera vez en la pujante ciudad de Miami, dentro del marco de
su apretada gira por los Estados Unidos de América para vender su último
disco mediante sus recitales de costosa boletería en los principales teatros
líricos estadounidenses. Pleno de Alegría y Tristeza, es un compendio de una
veintena de canciones del centenar de composiciones de música de cámara del
austro-húngaro romántico, Franz Liszt, que el tenor grabó durante los días
del encierro impuesto por la pandemia.
Y no alteró el libreto.
Jonas Kaufmann es el tenor del momento, como decir, el Pavarotti de
estos tiempos, pero sin los do de pecho del italiano inolvidable. Kaufmann
es reconocido mundialmente como tenor wagneriano (dramático), ahora devenido
en tenor romántico y distinguido recitalista de canciones de Schubert,
Mozart, Mahler, Dvorak, etc.
La noche de su debut en el Adrienne
Arsht Center se hizo acompañar por su pianista clásico de siempre, el
austríaco Helmut Deutsch, especializado en música de cámara. Aunque, según
los entendidos, Deutsch no es que sea un gran pianista, pero Kaufmann lo
prefiere porque no lo opaca.
Cosas de divos.
Es de destacar
el interés infatigable del tenor por difundir el arte de la canción de
cámara, como destaca la publicidad previa al recital en Miami. En este
punto, recordemos que la música de cámara fue escrita para un reducido
número de instrumentos en contraste con la amplitud instrumental que
requiere una orquesta. Aunque la música de cámara no necesita director,
requiere un mínimo de dos instrumentos. Y, como su nombre lo indica, se
ejecuta en salones no muy grandes que en la edad media llamaban cámaras.
Lo de Kaufmann fue un recital: él y su pianista, y un Steinway & Sons en
una sala con un aforo de 2.200 personas, con una acústica reconocida por su
avanzada tecnología.
Intuyo que sus cuerdas vocales no estaban en su
mejor momento luego de tan prolongada gira y no pudieron llenar de sonido
musical un teatro de tal capacidad de plazas. De allí el programa impreso la
carrera a última hora. Y esta habría sido una de las razones por la cual la
cantata de Herr Kaufmann tuviera tan poca resonancia en el escenario
miamense. El tenor alemán, de 52 años, es reconocido mundialmente por su
potente voz de tenor dramático, resistencia vocal que lo llevó a la
celebridad por sus interpretaciones de Parsifal, Sigmund, Lohengrin, entre
otras. Su noche en Miami fue para promover su disco con un programa musical
poco conocido. Y no gustó. Su voz de trueno de tenor dramático a la que nos
tiene acostumbrado se escuchó débil y monótona. No era el adecuado para un
público que si estaba esa noche en la sala es porque ama la ópera, lo cual
no quiere decir que tenga la obligación de ser un experto en la música
académica. Recordemos que, en Europa, específicamente en Italia, la ópera es
un espectáculo popular. Y Miami no es Berlín. Un público que acudió al
teatro por primera vez luego de un año de claustro a escuchar a un gran
tenor cantar sus mejores arias.
Salieron desencantados.
Por
su parte, el Adrienne Arsht Center se lució en el despliegue de medidas
sanitarias, como exigir -además de los tapabocas dentro de la sala-, el
certificado de vacunación o, en su defecto, el test de descarte del virus in
situ en una de las áreas exteriores del teatro con resultados en quince
minutos.
En resumen, un recital breve (70 minutos), sin incluir los
bises. La Parte I constó de nueve composiciones, todas de Liszt, todas del
disco en promoción. El recital transcurrió en el más absoluto silencio, es
decir, sin ¡bravos! ni aplausos, acatando la solicitud del artista que pidió
no aplaudir entre un tema y otro para no romper la armonía de las
composiciones. Richard Wagner también exigía que no lo aplaudieran y pedía
butacas duras para que el público no se durmiera… Aunque una entendida del
público rompió el pacto para dejarse escuchar rompiendo el silencio de la
sala: la composición ha terminado, son válidos los aplausos.
Ejecutada la primera parte del programa, tenor y pianista abandonaron el
escenario. Así, el público, desorientado, no sabía si aplaudir o salir de la
sala, pero la mayoría se levantó con gran estrépito de butacas para correr
hacia el bar.
¡Oh, sorpresa!
El bar estaba en cuarentena, es
decir, cerrado. Entre tanto los acomodadores intentaban contener el tropel
que salía de la sala informándoles que no se trataba de un intermedio, sino
de ¡una pausa!
“¡Vuelvan a la sala!“
Muchos no volvieron, a
juzgar por las filas de asientos vacíos. Y los que regresaron se sentaron
como pudieron porque ya el tenor y el pianista estaban en el escenario
ejecutando la II Parte de un programa impreso en computadora – el clásico
playbill pasó a la historia- por ambos lados en una hoja de papel bond,
tamaño carta.
Un burdo copy-pega
En esta última parte, doce
composiciones de Schubert, Mozart, Chopin, Tchaikovsky, Strauss, Mahler,
entre otros. De este segundo grupo de compositores destacó el bellísimo Als
die alte Muttler, Op.55, del compositor checo Antonín Dvorak, lo más bello
de la noche. En este punto el público estaba casi dormido cuando Kaufmann
cantó el siguiente tema en tipo susurro y con infinita ternura, la canción
de cuna Wiegenlied, de Johannes Brahms. ¡Y toda la sala cabeceó!
Nada
de Wagner, ni de Verdi, ni de ninguno de los italianos del bel canto que
Kaufmann interpreta magistralmente.
Nada del otro mundo.
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