El día en que los grandes —grandísimos— cantantes abordan por primera vez un
nuevo papel pasa de inmediato a la historia. El 21 de junio de 2017 se
recordará para siempre como el día en que Jonas Kaufmann se convirtió por
fin en Otelo en un teatro de ópera. Tras su largo período de inactividad el
pasado año y sus frecuentes cancelaciones, pocos hubieran puesto la mano en
el fuego de que este estreno llegara realmente a producirse. En su vuelta a
los escenarios el pasado mes de enero (en París, con Lohengrin), el tenor
alemán mostró signos de que su recuperación no era completa y ahora, en
Londres, su actuación invita a sacar una conclusión no muy diferente.
Kaufmann comenzó cantando con valentía: salvó su temible aparición en
escena (tan solo trece compases, pero a plena voz,y que obligan a ascender,
en frío, hasta un fugaz Si natural), pero no transmitió una imagen de
poderío, y esta seguiría siendo la tónica durante el resto de la
representación. Este agudo lo canta sobre el comienzo de la palabra
“uragano”, y es que la ópera tiene un arranque feroz y huracanado, aunque la
tormenta es no solo física, sino también psicológica, ya que tendrá efectos
devastadores en todos los protagonistas. Salvado este escollo inicial del
primer acto, Kaufmann cantó muy bien su dúo final con Desdémona, aunque le
costó llegar al agudo final y mantenerlo, en este caso un La en pianissimo
sobre “splende”. Y también aquí el texto de Arrigo Boito sirve de metáfora,
porque si algo ha perdido su voz –ojalá que solo temporalmente– es tanto
potencia como brillo.
El mejor Kaufmann llegaría después del
descanso, especialmente en su monólogo tras el dúo con Desdémona del tercer
acto (“Dio! mi potevi scagliar…”), un prodigio de fraseo y construcción, y
en la escena del asesinato. Porque su técnica, su perfecta dicción, su
entrega, su asombrosa musicalidad, sus magníficas condiciones de actor, su
extraordinaria media voz, siguen ahí, inalterables, y sus virtudes para el
papel superan abrumadoramente a sus puntuales carencias. No le ayudó tener a
su lado a Maria Agresta, una cantante de voz grande que, haciendo honor a su
apellido, tiende a un canto agreste, no siempre refinado, sin modular el
volumen a las distintas circunstancias que ha de vivir su personaje. No
compone una Desdémona frágil e inocente, sino rotunda y poderosa, aunque en
la canción del sauce sí supo transmitir temor y fragilidad. Ha sido una
lástima que Ludovic Tézier se haya visto obligado a cancelar por enfermedad
el que iba a ser también su debut como Yago, ya que su sustituto, el
italiano Marco Vratogna, es un cantante infinitamente menos completo que el
barítono francés. Su Yago fue correcto en lo vocal, sin nada destacable,
pero un tanto plano en la composición psicológica de este personaje artero,
turbio, envidioso, racista y maquinador.
El verdadero triunfador de
la noche fue Antonio Pappano, que considera Otello un Everest del repertorio
operístico y que ha demostrado ser, sin asomo de duda, uno de sus mejores
escaladores. Desde la desaforada tormenta inicial hasta los acordes
“morendo” de los últimos compases, convirtió a la orquesta en la verdadera
terapeuta del drama: supo escuchar y arropar a los cantantes y, al mismo
tiempo, perfilar la psicología de sus personajes con mano maestra, una labor
solo emborronada –y no es él el responsable– por la muy pobre prestación de
los contrabajos en solitario cuando Otelo aparece con su cimitarra en el
dormitorio de Desdémona, un golpe de genio de orquestación por parte del
viejo Verdi. Fue modélico, por ejemplo, su énfasis en los trinos que suelen
acompañar la presencia de Yago: esa oscilación constante entre dos notas
contiguas constituye la mejor plasmación musical de su carácter
desestabilizador, una taladradora que socava los cimientos de todo. Sabedor
como pocos de sus problemas, Pappano mimó a Kaufmann y mantuvo a raya la
tendencia al exceso de Agresta: cuentan quienes estuvieron en los ensayos
que la frase más repetida del director a la soprano italiana era “un po meno
forte”.
Poco puede decirse de la puesta en escena de Keith Warner:
nada estorba ni chirría, pero tampoco aporta ningún hallazgo. Es Yago, solo,
en silencio, a oscuras, quien desencadena la tormenta inicial tras arrojar
al suelo una de las dos máscaras que sostiene en cada mano (Comedia y
Tragedia). Esa misma máscara trágica, negra, la aplastará a la fuerza sobre
el rostro blanco de Otelo al final del tercer acto, cuando canta
despectivamente “Ecco il Leone!” Y parece ser la misma con que se ve Otelo
reflejado en un espejo en el segundo acto, al dar comienzo su transformación
en un monstruo. La escenografía, una suerte de caja negra a modo de túnel
que se angosta hacia el fondo y se adivina como un trasunto de la lóbrega
mente del protagonista, funciona eficazmente y evita los choques o
incongruencias con el texto, pero Warner parece haber perdido la oportunidad
de hacer algo más creativo, sutil u original, más deudor del drama original
de Shakespeare, en una ocasión tan señalada, cuando las miradas operísticas
de todo el mundo estaban puestas en esta producción, aguardada con una
expectación inusitada.
No hubo al final, al igual que sucedió en el
Teatro Real a comienzo de temporada, esos “applausi frenetici” de los que
dejó constancia Giulio Ricordi en el estreno de la ópera en el Teatro alla
Scala en 1887. Los aplausos se repartieron casi por igual para todos los
protagonistas, pero el volumen y las aclamaciones crecieron, y mucho, como
es de justicia, cuando apareció en escena Antonio Pappano. Lástima que
ninguno de los cantantes estuviera a su altura en la ascensión a la cima y
que no se haya marcado una época, como sí sucedió en este mismo teatro en
1992 con el Otello de Plácido Domingo, Kiri te Kanawa y Georg Solti, que
ayer recordaban nostálgicos los espectadores más veteranos. Quien quiera
juzgar por sí mismo podrá hacerlo el próximo día 28, cuando este Otello se
transmita en directo a cines de todo el mundo, España incluida. Es muy
posible que las representaciones, superado el estreno, y con un público de
menos postín, vayan a más, sobre todo si el tiempo da un respiro, ya que
Londres vivió el miércoles las temperaturas más altas en el mes de junio
desde que hay registros. Todos nos alejamos exhaustos de la Royal Opera
House. ---------------------------
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