PARIS, 18 de enero, 2017 - Una gran noche de ópera en París con el estreno
de la producción escénica proveniente del Teatro Alla Scala de Milán de
2012, la presencia de un elenco de primera línea encabezado por Jonas
Kaufmann, la excelencia de los cuerpos estables de la Ópera de Paris y la
joven pero ya experimentada y segura batuta de Philippe Jordan.
El
inicio del Preludio de Lohengrin expuesto en forma lenta y resaltando las
texturas orquestales, la claridad y la sutileza dio la pauta de una versión
orquestal suntuosa y profunda de la obra. No hubo en la interpretación lugar
para el trazo grueso o el desborde. Se acentuó el romanticismo pero también
hubo perfección en las fanfarrias y en los momentos heroicos. Un excelente
trabajo de Philippe Jordan con una respuesta de primer nivel de todas las
secciones de la Orquesta de la Ópera Nacional de París.
Al levantarse
el telón nos encontramos con una escenografía, que casi no cambiará en las
tres horas y media siguientes, compuesta por un patrio interno con un
edificio de tres pisos con seis puertas por piso en el fondo y tres en cada
costado. La puesta de Claus Guth con dramaturgia de Rommy Dietrich traslada
la acción a los años 1850 en Alemania y Lohengrin pasa a ser una criatura
frágil que busca constantemente escapar o esconderse, que se pasea por la
acción con actitudes de estar siempre incómodo. No hay aquí cisnes,
caballeros, gloria o armas pues se ha quitado cualquier referencia al mundo
medieval evocado en el libreto, sino introspección psicológica. La puesta
luce pensada, correctamente elaborada, más simbólica que romántica y muy
trabajada. Si se adhiere al cambio de época, funciona, y si no se admite no
molesta, lo cual ya es mucho decir. Los pocos pero sonoros abucheos del
público al equipo escénico quizás denoten el cansancio de la gente con este
tipo de propuestas aunque ésta en particular no sea provocativa y sin
sentido como muchas de las que recorren los escenarios líricos.
Quizás la iluminación de Olaf Winter sea lo mejor de la faz visual con
sorprendentes climas y belleza en cada momento; mientras que la escenografía
y el vestuario de Christian Schmidt fueron funcionales al concepto de la
puesta. Al blanco del traje de Elsa se le superpone el negro de Ortrud y al
sencillo pantalón negro y camisa blanca de Lohengrin los ricos atuendos
burgueses de Telramund y el coro o el sobrio traje militar del Rey Enrique.
Cuando el autor prevé espacios abiertos estos son cerrados marcando un clima
opresivo. Un piano permanecerá en escena casi toda la obra y será entre
otras cosas lugar de las reminiscencias de Elsa teniendo a Ortrud como una
cruel tutora. A la ambientación se suma un árbol en el primer acto o una
mesa en el segundo. Cuando se pide en el libreto la cámara nupcial ésta se
convierte en un jardín con estanque de reminiscencias paradisíacas.
Jonas Kaufmann impacta con este Lohengrin tembloroso, incómodo y con miedo
que asume con total convicción escénica y sus poderosos medios vocales.
Luego de una pausa de casi cinco meses, por un hematoma encontrado en sus
cuerdas vocales, no hay atisbo de problemas en su emisión. Su voz se
proyecta con grandeza en la gran sala de La Bastilla y su calidad vocal está
intacta. Su agudo es firme y glorioso, su color -con un dejo baritonal-
encantador, su fraseo elegante y su compenetración magnífica. Sus
intervenciones iniciales en el primer acto fueron muy cuidadas y su
prestación vocal fue en crecimiento hasta alcanzar un tercer acto de
antología con la excelencia del manejo de su media voz y de los pianísimos.
René Pape aportó el terciopelo de su voz al Rey Enrique y algún agudo
problemático no empaña su exquisita labor. Un gran Telramund ofreció el
bajo-barítono polaco Tomasz Konieczny tanto por la línea de canto como por
su actuación.
Martina Serafin fue una Elsa interesante con buen
fraseo y timbre algo duro y color metálico. Mientras que Evelyn Herlitzius
como Ortrud conmovió por su pasional entrega al personaje, y por su
excelente registro central mientras que en el agudo se evidenció una
tendencia al descontrol.
Muy bien servido el Heraldo por Egils
Silins, correcto el resto del elenco y excelente el Coro de la Ópera de
París, que prepara José Luis Basso, con una prestación de gran nivel.
|