Jonas Kaufmann ha vuelto y ha convencido. Por qué negar lo evidente, el
astro alemán disipó todas las dudas de fans, público y crítica, con su
retorno como caballero del cisne, en el título de Wagner que más ha cantado
y con el que más se le reconoce del corpus wagneriano.
Lohengrin es
la única ópera que Kaufmann ha cantado en el Festival de Bayreuth, verano
del 2010, por ejemplo, y es también la ópera con la que inauguró la
temporada 2012/2013 del Teatro alla Scala de Milán. Fue la temporada
homenaje al bicentenario de Wagner, precisamente iniciada con esta
producción firmada por Claus Guth que ahora se ha podido ver en la Opera
Bastille de París y con el mismo director artístico entonces allí en Milán,
ahora aquí en París, Stéphane Lissner.
La larga espera de cuatro
meses de baja por el hematoma encontrado en sus cuerdas vocales, ha devuelto
al Jonas sensible, estilista y valiente que todos recuerdan. Bien es verdad
que inició el primer acto algo apocado, la voz corrió con contención,
siempre presente y bien proyectada, pero con un cierto punto de sigilo, como
probando sus fuerzas pero con su reconocible timbre cálido y viril, con ese
color abaritonado y aterciopelado tan reconocible y auténtico. Fue emotivo
comprobar como se fue soltando en el acto segundo, como comenzó a brillar
más en el registro agudo y a mostrar esa homogeneidad de color y seguridad
en todo el registro. Pero como era de esperar, fue con un revelador tercer
acto, donde Kaufmann mostró lo mejor de su arte canoro y demostró que su
recuperación es una evidencia y una realidad. Si en el dúo con Elsa, Jonas
mostró virtudes reconocidas como son su fraseo cuidado, dicción clara y
control técnico del registro, fue con un In fernem Land de estilismo
soberbio donde dio lo mejor de su arte. Medias voces, pianos, control de la
respiración y un legato de auténtico maestro, sumado a sus dotes de actor
entregado y carisma escénico, bordaron un emocionante retorno a los
escenarios que se grabará para el recuerdo del aficionado con letras
doradas.
Es justo mencionar la importante aportación de la batuta del
titular musical de la Opéra de París, el suizo Philippe Jordan, quién además
dirigía Lohengrin por primera vez en su carrera, y cosas del destino, cierra
con este título el corpus canónico de los títulos wagnerianos, los cuales ha
dirigido en su totalidad. No fue el preludio mágico del primer acto lo mejor
de su aportación, mejor con las fanfarrias y la parte heroica de la
partitura que con las partes intimistas y delicadas, como el aria de Elsa.
Pero como quien sigue al astro Rey, fue mejorando su lectura a medida que
Kaufmann también mejoraba y se asentaba en el escenario. Jordan sabe
dosificar la partitura y seguir con sensibilidad la dramaturgia y a los
solistas, además de llevar en volandas un trabajo del coro, excelentemente
preparado por José Luís Basso, que brilló con fulgor convirtiendo momentos
como el final del primer acto en una fiesta sonora de brillantes matices. Lo
que comenzó como una lectura algo desdibujada y aparentemente arbitraria, se
convirtió en el tercer y último acto en una apasionante lectura llena de
dinamismo y romanticismo sonoro de primera. Cuerdas empastadas, vientos
matizados y metales poderosos, a pesar de alguna fanfarria algo descuadrada.
Jordan triunfó con una lectura sensible y teatral que fue de menos a más
pero que acabó con la construcción de una hermoso sonido wagneriano premiado
con grandes bravi por parte de una audiencia rendida que le mostró la mejor
de sus ovaciones. Es su mejor carta de presentación para su futuro regreso
al Festival de Bayreuth este verano, nada más y nada menos que con la
dirección musical de la nueva producción, firmada por Barry Kosky, de
Meistersinger von Nürnberg, su gran trabajo con el coro y la orquesta hacen
presagiar lo mejor.
Martina Serafin ofreció una Elsa de grandes
matices e inflexiones vocales, demostrando un fraseo aristocrático de gran
dignidad que contrastó con una primera aria, Einsam in traben Tagen, de
timbre algo duro y color metálico. Fue en su precioso dúo con Ortrud en el
segundo acto, y en la escena de la noche de bodas, donde la soprano vienesa,
mostró sus mejores armas con un fraseo elegante y una dosificación de sus
medios de gran efectividad emocional. Supo componer una Elsa reconocible y a
la altura de un partenaire del que estaba todo el mundo pendiente. Serafin
no tendrá el timbre perlado de otras ilustres Elsas de los últimos años,
pero sabe recrear un canto de fina factura, ideal para esta princesa de
cuento de hadas que pierde a su príncipe para encontrar a su hermano.
Triunfadora junto a Kaufmann y a Jordan en el aplaudímetro de la
audiencia, qué descubrir a estas alturas de la Ortrud de Evelyn Herlitzius.
La cantante alemana tiene en este rol uno de sus caballos de batalla más
celebrados, y si bien su timbre raya para muchos la estridencia, no es menos
cierto que su instrumento domina el espacio y casi se diría el tiempo, pues
su carisma escénico va a la par de sus cualidades canoras. Incisiva,
desbordante, magnética y poderosa, su Ortrud se lleva al público en el
bolsillo y así se le recompensó con una de las ovaciones de la velada.
Puede que el Telramund del barítono polaco Tomasz Konieczny no sea una
voz impactante ni tenga el carisma arrollador de su maligna esposa, pero
tiene el timbre áspero y punzante ideal para este personaje manipulador y
ambicioso. Buen actor, de registro compacto y técnica impecable, ofreció un
canto seguro y bien delineado, dando lo mejor de si en ese dúo
fantasmagórico y telúrico con Ortrud en el segundo acto.
El bajo
alemán René Pape es un coloso del canto wagneriano que todavía mantiene el
cuerpo de un instrumento generoso, de timbre atractivo y viril, perfecto
para el rol de Heinrich, una de sus creaciones más célebres. Nunca fue un
bajo de agudos generosos y desahogados, y volvió a resentirse en el registro
alto con sonidos tirantes y fijos, pero supo enmascararlos con firmeza en la
emisión merced un rico registro medio y sobretodo graves, atractivos y
poderosos.
Sorprendente y seguro el Herrufer de Egils Silins, con
unas llamadas a la corte llenas de ímpetu vocal, dominando la tesitura con
agudos firmes y limpios con una tesitura generosa de impecable factura.
Buenas sensaciones para el que será el titular del Fliegende Höllander que
se verá en el Liceo esta próxima primavera.
La puesta en escena del
siempre estimulante Claus Guth deja quizás más preguntas que respuestas, en
la línea de una historia ambigua y mágica. Con un punto de partida inspirado
en la leyenda del personaje real de Kaspar Hauser, un adolescente de la
Franconia que apareció sin saberse su origen y murió en extrañas
circunstancias despertando la curiosidad y leyenda de la sociedad alemana
del siglo XIX. Esta historia extraña y misteriosa pone en bandeja el origen
incierto de Lohengrin como un personaje casi fantasmagórico que aparece del
propio ejército de la corte de Brabante y desaparece de nuevo en medio de
los soldados, quien sabe si asesinado por ellos mismos. Su figura errática,
más atmosférica que humana, permite que las alucinaciones de una Elsa que
recuerda su infancia, con imágenes que remiten al universo de Henry James y
su Otra vuelta de tuerca, dejan bellos cuadros escénicos, sobretodo en el
bosque cenagoso del tercer acto, con un lago y una naturaleza idílica
romántica que reúne a Elsa y Lohengrin cuales nuevos Adán y Eva wagnerianos.
Pero finalmente la duda, igual que la manzana, descubre la realidad
inexorable de una sociedad que necesita respuestas. Estas, quizás meros
espejismos, arrebatan la ilusión ilusoria de la pareja y llevan al final
triste y desolado de una corte que espera en el retorno del nuevo príncipe,
el hermano pequeño de Elsa, ¿otro espejismo quizás? un futuro mejor. Un
trabajo meticuloso en el trazo personal de los protagonistas, más simbólico
que romántico pero de interesante resultado final.
Éxito, emoción y
un gran trabajo de conjunto coronado con el retorno triunfal de un artista
emocionante y carismático que ha confirmado toda su agenda futura que no es
poca, incluidos rumores que lo apuntan en temporadas venideras a
protagonizar una ópera en el Liceo de Barcelona. ¡Habrá que estar atentos!
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