L'ape musicale, 19 Ottobre 2017
por Gustavo Gabriel Otero
 
 
Verdi: Don Carlos, Paris, 13. Oktober 2017
 
Estrellas en la jaula
Jonas Kaufmann, Sonya Yoncheva, Elīna Garanča, Ludovic Tézier y Ildar Abdrazakov, bajo la batuda de Philippe Jordan, son las estrellas desplegadas por la Ópera en París para celebrar los 150 años de Don Carlos. El musical no defrauda, pero no se puede decir lo mismo sobre la puesta en escena.

París, 13/10/2017 - La Opéra National de Paris presentó una nueva puesta en escena de Don Carlos a 150 años de su estreno mundial en la versión original en francés tal como fuera inicialmente pensada por Giuseppe Verdi -antes de considerar cualquier corte- y sin la presencia del ballet ‘La Peregrina’ que fue compuesto y agregado durante los ensayos que precedieron al estreno mundial el 11 de marzo de 1867.

En elenco de lujo, pleno de estrellas internacionales de la lírica actual que probablemente pocos teatros en el mundo pueden reunir, y el concurso de los excelentes cuerpos estables de la Ópera de Paris a-priori aseguraban un alto nivel musical, naturalmente las expectativas fueron cumplidas sobradamente y de alguna forma la versión se convierte en una referencia como acontecimiento lírico del año.

La puesta en escena de Krzysztof Warlikowski resultó finalmente más fría y aburrida que provocadora. Los planes de la Ópera de París incluyen reponer la puesta en 2019 pero con la versión en italiano y en cinco actos. Los ensordecedores abucheos a Warlikowski permiten pensar que, quizás, esta puesta en escena no tenga larga vida en los escenarios de París.

Krzysztof Warlikowski en la dirección escénica y Christian Longchamp en la dramaturgia no aportaron nada nuevo, anclando la obra en un siglo XX indeterminado. Don Carlos es caracterizado como un Hamlet suicida y depresivo, la ópera se cuenta a la manera de un racconto y la proyección de la cara del Infante -en blanco y negro- con un revólver en la sien que se repite al inicio y al final hace el relato de alguna manera cíclico.

El marco escénico de Małgorzata Szczęśniak resultó, también, tan espectacular como frío. La escena es un inmenso espacio, casi vacío, cuyo piso y paredes están cubiertos de madera, a los cuales se adicionan decorados que llegan al escenario desde los costados o por detrás, seis sirvientes vestidos con trajes de época son utilizados para entrar o sacar algunos elementos escénicos. El vestuario, también de Szczęśniak no tiene un anclaje temporal determinado. Se mezcla vestuario de la post-guerra, con caracterizaciones de los años 60’ del siglo pasado, con trajes militares más actuales y hasta totalmente contemporáneos como la moda masculina de utilizar traje sin corbata. Adecuados al concepto de la puesta tanto los escasos movimientos coreográficos de Claude Bardouil como la iluminación de Felice Ross. Pobres los diseños de vídeo de Denis Guéguin, seguramente siguiendo las directivas del equipo visual, con su punto más bajo en la proyección de ‘suciedades’ de film de súper 8 como en flashbacks y la cara de un ogro.

La obra comienza en una gran sala con un diván, una mesa y dos sillas, chimenea, un caballo blanco de cartón y un corralito o vallado donde se coloca el coro que parecen ser personas que hacen una visita guiada al palacio. El coro aparece detrás del vallado, vestidos de calle a la moda de hace unos sesenta años y colocados los miembros muy juntos unos de otros. Aparece Élisabeth y podemos entender que ya es la Reina de España o no, los lacayos dejan pasar a algunos de los ´visitantes’ para que pueda tener lugar la donación de su collar de oro al pueblo. Don Carlos que intentó cortarse las venas, se lava las manos y recorta diarios que pega en la pared como abstraído de la realidad, Luego inicia su récit et romance como indica la partitura. El nuevo ingreso de Élisabeth funciona como una reminiscencia. La escena es confusa y el acto culmina con el comentado nuevo intento de suicidio del protagonista con un revólver en la sien.

El Convento de Yuste -marcado erróneamente por los libretistas como Convento de Saint-Just- es el mismo espacio anterior al que se le adiciona una jaula roja –desde dentro y sin verse cantarán el Coro y el misterioso monje- y un busto de Carlos V sobre la mesa. Un figurante anciano vestido de calle y lleno de medallas es el espectro de Carlos V.

En el cuadro siguiente Éboli y las damas de la corte están en un gimnasio –aunque queda el diván del primer acto- y practican esgrima con los trajes blancos actuales de esa disciplina salvo la Princesa que es la única esgrimista vestida de negro, en la ‘Chanson du voile’ se juega algo de lesbianismo -con la condesa de Aremberg- y la llegada con aire abstraído de Élisabeth -vestida también de negro- no se entiende demasiado. Glacial el dúo entre Don Carlos y Élisabeth con una iluminación totalmente blanca y fría. Sin grandeza la entrada de Philippe II y todo el dúo entre el Rey y Rodrigue se desarrolla entre lances de floretes. De esta manera todo el cuadro es destruido por Warlikowski.

La misma ambientación con el gran espacio vacío, más la jaula roja al que se adiciona un espejo y un pequeño escritorio sirven de marco al primer cuadro del tercer acto, el coro vuelve a cantar escondido fuera de escena.

Espectacular la entrada de un anfiteatro en madera con el coro sentado e instalado en las gradas. Aunque un telón cubre la escena tapando al coro para dar lugar a una pantomima en la cual el Rey pelea con su esposa, bebe abundantemente y se viste para el Auto de Fe. Todo este cuadro del tercer acto pierde todo sentido con esa acción paralela delante del coro y la ambientación como en un aula. Sólo hay un condenado pero no se entiende su presencia y qué es lo que pasa con él. El final un vídeo muestra una especie de monstruo devorando una persona.

Un sala de micro-cine de estética Art Decó, cerrada, oscura y con sillones es el gabinete de Philippe II y es interesante ver que ha pasado la noche con Éboli. El Gran Inquisidor se esconde detrás de anteojos negros y toda la escena se juega con los personajes mirando al frente y sin interactuar, forma teatral que se repite tanto con la llegada de la Reina como en la escena entre ésta y Éboli.

La jaula-prisión gris de Don Carlos es risible y los movimientos con el cadáver del noble Rodrigue también. Otra jaula roja será nuevamente el Convento de Yuste más el escritorio que ahora tiene una cruz además del busto de Carlos V.

Al final Élisabeth de Valois toma un veneno y muere y la obra concluye con una proyección de Don Carlos intentando suicidarse de la misma manera que se vio en el principio del primer acto.

Philippe Jordan condujo con pericia a la orquesta resaltando los tintes de grand opéra a la francesa de la partitura. La versión, sin dudas de primer orden, fue de menor a mayor cobrando más vuelo a partir del tercer acto, con un rendimiento de excelencia de todas las secciones.

El Coro, que dirige José Luis Basso, fue uno de los grandes triunfadores de la velada con un canto pleno de matices, de claroscuros, de cohesión y de intensidades varias.

Jonas Kaufmann en el ingrato rol de Don Carlos estuvo a la altura de las circunstancias, con buen francés y administrando su caudal vocal con inteligencia. En el inicio un poco frío con ‘Fontainebleau … Je l'ai vue’ fue creciendo a medida que avanzó la representación. Manejó, como es su sello de intérprete, con perfección su media voz y los pianísimos, sin dejar de recurrir a la voz plena, a su inmenso caudal y a su agudo amplio y potente. Fue ejemplar tanto en el cuarto acto como en el dúo final.

Sonya Yoncheva resultó una Élisabeth de poderosos medios vocales, correcto fraseo, aceptable francés y buena línea de canto. Con un registro de bello color y de profundo lirismo es pareja en toda la extensión y tiene densidad adecuada para el rol.

Ildar Abdrazakov como Philippe II triunfó principalmente en su aria ‘Elle nd m’aime pas’, fue muy correcto en los dúos con el Marqués de Posa y con el gran Inquisidor; quizás le faltó carácter e intensidad tanto en la escena del Auto de fe como en la de la Rebelión. Con todo, su voz es firme y robusta canta con buen gusto e interesante línea. Acaso es aún algo joven para el rol tanto en lo vocal como en lo escénico, donde parecía más el hermano mayor que el padre de Don Carlos. La puesta lo pensó más como atormentado por las dudas sobre la fidelidad de su esposa que autoritario y dado a la bebida como es norma en las puestas cambiadas de época para caracterizar a los poderosos.

El barítono francés Ludovic Tézier fue modelo de interpretación como Rodrigue. Su fraseo elegante, su línea de canto depurada, su francés inmaculado, su dramatismo y su expresividad fueron evidentes en toda la velada. La escena de la muerte fue antológica por la calidad de su canto y sus conmovedores acentos.

Debutante en un rol más pesado que los que canta habitualmente Elīna Garanča fue una princesa Éboli electrizante. Marcada actoralmente como una mujer fatal que no abandona su cigarrillo; su porte y su belleza hicieron creíble al personaje. Quizás falten algunos graves profundos pero los compensa con su arrolladora personalidad, su entrega sin límites, sus agudos de acero y su centro de terciopelo.

Potente y correcto pero sin brillar el grand inquisiteur de Dmitry Belosselskiy, adecuadas Eve-Maud Hubeaux (Thibault) y Silgar Tīruma (voz del cielo), eficaz tanto vocal como actoralmente el conde de Lerma de Julien Dram, homogéneos los seis diputados flamencos y correcto el resto del elenco.
 
 
 






 
 
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