Orquesta West-Eastern Divan / Director: Daniel Barenboim / Solista: Jonas
Kaufmann, tenor & Programa: Wagner: Preludio al tercer acto de Los maestros
cantores; Mahler: Las canciones del caminante; Mozart: Sinfonía N°41, K.551,
"Júpiter". Abono azul / Teatro Colón / Nuestra opinión: excelente
El
debut argentino del gran Jonas Kaufmann fue tan admirable como breve. Apenas
Las canciones del caminante, de Mahler, y, fuera de programa, un aria y una
canción de Wagner. Semejante artista, tamaño cantante para media hora escasa
fue tan gratificante y emocionante como, al mismo tiempo, un tanto
decepcionante. O tal vez lo suficientemente estimulante como para no dejar
de asistir, el próximo domingo, a un recital extenso que ofrecerá, también
en el Colón, junto a su pianista habitual, el versátil Helmut Deutsch.
Ante un tenor de la envergadura y la calidad artísticas de Kaufmann es
ocioso detenerse a comentar cuestiones técnicas. Kaufmann es un músico
completo que está para narrar e interpretar textos cantados como pocos lo
pueden hacer. El programa elegido era cuando menos extraño ya que Las
canciones del caminante (o Canciones de un compañero de viaje, según las
traducciones) es un ciclo que Mahler concibió para barítono (o,
eventualmente, mezzosoprano) y piano y que, de principio a fin, no llega a
los veinte minutos.
En la memoria individual o colectiva, ya sea en
esta versión con piano o la orquestada, el timbre y el color de la voz del
barítono vienen asociados de modo indefectible. Con todo, la maestría de
Kaufmann, un tenor con respetabilísimos bajos, hizo olvidar desde el
comienzo mismo esa alianza bajo el manto de su canto pleno, refinado,
envolvente y auténticamente teatral.
Kaufmann aplica todos los
matices, apela a todas las inflexiones imaginables y recurre a sutiles
cambios de tempo para acercar, una a una, todas las sensaciones que desfilan
en esos poemas ultrarrománticos del propio Mahler. De la manera más
consumada, Kaufmann recorrió y recreó de un modo conmovedor la desazón, los
interrogantes, el dolor, la soledad, el amor, la muerte y las tristezas de
este caminante errante. Su interpretación de esta obra de Mahler fue
definitivamente magistral. Claro, por detrás y bien prendidos a la propuesta
estaban Daniel Barenboim y la Orquesta del Divan. Seguirlo y acompañarlo a
Kaufmann y, más aún, reforzar y acentuar esas propuestas interpretativas
pareció sencillo para la experta mano de Barenboim. Sintonizando el mismo
espíritu y sintiendo los mismos impulsos dramáticos, Kaufmann, Barenboim y
la orquesta forjaron un momento insuperable de altísimo arte musical.
Después, tras el estruendo del público, Kaufmann deslumbró recreando la
euforia y la ebullición del Sigmund enamorado del primer acto de La
valquiria, de Wagner. De aquellas finuras mahlerianas, Kaufmann, como por
arte de magia, pasó a otro estado de gracia y su voz y su canto adquirieron
otra dimensión. Y, por último, luego de una complicada tarea de ingeniería
escénica, los técnicos trajeron un piano para que el tenor y el ahora
pianista Barenboim ofrendaran, nuevamente con una exquisitez superior,
"Träume", la última de las canciones de los Wesendonck lieder, de Wagner. Y
envuelto en una exaltación colectiva que le tributó todos los aplausos y los
estruendos imaginables, Kaufmann, lamentablemente, se retiró para ya no
volver.
Antes del gran suceso, Barenboim había dirigido una
interpretación calma, profunda y muy sentida del preludio al tercer acto de
Los maestros cantores, de Wagner, que ya había presentado como pieza fuera
de programa en el concierto del pasado jueves, y en el final, otra vez, como
lo había hecho en el primer encuentro en el Colón, hace dos semanas, la
última sinfonía de Mozart, por supuesto, apegada a estilo y con los mejores
recursos y la más plena y mozartiana de las pasiones. No hubo obras
agregadas y el público se despidió de su venerado ídolo con una ovación
interminable.
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