Julio 28. ¿Hasta dónde le es permitido a un director de escena interpretar
la obra de un compositor y un libretista? ¿En realidad tiene el derecho
de hacerlo? ¿Por qué los espectadores de hoy tenemos que tomar en cuenta los
puntos de vista de estos “especialistas”, en vez de ver y escuchar las
óperas tal como las crearon sus autores?
¿Por qué el público de la
Manon Lescaut de Puccini presentada en el festival operístico de la Ópera de
Múnich tiene que leer en el supertitulaje los comentarios personales de Hans
Neuenfels, que en cierto momento reemplazan inclusive los textos de los
libretistas? ¿Por qué tenemos que ver al coro vestido en ropajes grotescos,
como cubretodos grises con enormes caderas y nalgas? ¿Y por qué, en el
nombre del Abbé Prévost, estos figurantes ejecutan movimientos dancísticos
en directa oposición a lo que la música nos indica?
El resultado del
“trabajo” de este regista fue una contradicción, caricatura y distorsión de
las ideas de Puccini. La escenografía de Stefan Mayer, simple, y el
vestuario de Andrea Schmidt-Futterer, también simple, ubican la historia de
manera atemporal, sin tomar en cuenta el hecho de que la tragedia de Manon
sólo es posible en su contexto histórico. Quien no conozca la trama de esta
ópera no entenderá esta puesta en escena. Aquí no hay posada, prisión,
embarcadero... ¿Cómo entender, entonces, el arresto, la deportación y los
porqués de estas acciones?
Por fortuna, la representación a la que
acudí fue una delicia en lo musical. Alain Altinoglu concertó a la excelente
orquesta de la ópera bávara con un gran sentido de detalle e increíble
impulso, con sensibilidad y fuerza restringida. Todo lo que entendemos
cuando pensamos en Puccini estuvo presente: fuerza dramática, detalles
íntimos, dolor, lujuria y humor.
El elenco también fue excelente: el
barítono Markus Eiche, con una voz de terciopelo negro, interpretó a Lescaut
con la energía impulsiva de su personaje; el bajo Roland Bracht compuso un
Geronte entre la dignidad y la perfidia. El notable tenor, Ulrich Reß, fue
el maestro de baile, y otro tenor, Dean Power, estuvo sobresaliente como
Edmondo.
Kristine Opolais fue Manon. Su voz, amplia, generosa y
dulcew, combinó perfectamente con la de su Des Grieux, Jonas Kaufmann, en
estado de gracia. El sonido oscuro de su voz de tenor, que antes era un poco
engolada y artificial, ahora suena fácil y sin esfuerzo en el registro
agudo. Los dos habitaron la piel de sus personajes, dejándose llevar por la
música. La escena final, representada sobre un escenario desnudo, fue de una
rara y cruda intensidad.
El aplauso fue atronador. Fue de agradecer
la generosidad de estos cantantes ya que, a pesar de la puesta en escena,
fue una noche memorable de ópera.
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