En el que era su debut como Aida, tras los frustrado planes para escenificar
este título en Roma con Muti, la soprano búlgara Krassimira Stoyanova es una
suerte de Mariella Devia venida del este de Europa: cristalina, austera e
infalible. Su Verdi es pura técnica y belcanto de principio a fin, con un
trabajo preciso sobre el texto (vibrante “Ritorna vinctor”) y un manejo
envidiable de la respiración. Stoyanova, en todo caso, no posee los medios
ideales que la parte de Aida requiere. Y así, en líneas generaesl, y
salvando las distancias, es la suya una Aida comprendida a lo Caballé, esto
es, desde el belcanto, sin forzar las costuras, resolviendo con inteligencia
el grave y las partes más dramáticas de su partitura. Maestra en el canto
spianato y en la expresión elegíaca (maravilloso el “O patria mia”), hace
gala de un manejo consumado de la media voz y de una capacidad subyugante
para suspender el sonido a placer, como dejó en evidencia en un memorable
dúo final con Kaufmann, jugando ambos con la voz en piano de una forma
admirable. ¡Vaya par!
Del Radames de Jonas Kaufmann ya habíamos
hablado en torno a su debut con el papel hace varios meses en Roma, en una
versión en concierto con Pappano y Harteros que acaba de editarse en CD.
Estas funciones en Múnich suponían pues el debut escenificado de Kaufmann
con el papel. Sorprende de nuevo la inteligencia con la que el tenor alemán
ha logrado adueñarse de su instrumento para afrontar hoy prácticamente
cualquier papel. Mucho se ha discutido no obstante la adecuación de Kaufmann
al repertorio italiano. Caliente está aún su disco sobre Puccini y
precisamente la Aida grabada en Roma con Pappano que antes mencionábamos. Si
bien es cierto que tiende Kaufmann a aplicar los mismos detalles y recursos
a todos los papeles que incorpora a su repertorio, no es menos cierto que el
manejo de los mismos es admirable (impresiona de nuevo el último “vicino al
sol” atacado en un limpio y seguro pp y morendo, como Verdi prescribe). En
el caso concreto de Radames, amalgama un retrato entre lírico y heroico que
está exactamente en el punto justo donde la partitura lo requiere. Kaufmann
se antoja pues más que preparado para su previsto debut como Otello en 2017.
Mancò finezza en el resto del reparto, comenzando por una Anna Smirnova
de medios ideales e intensos acentos, pero un tanto verista en su enfoque
del rol. De un solo trazo asimismo fue el Amonasro de Franco Vassallo,
esmerado e intenso aunque de medios desiguales. Ain Anger, solista de medios
muy sonoros, se encontraba algo fuera de lugar en un repertorio con el que
no está familiarizado, muy lejos de su agenda habitual, más ligada a Wagner.
La producción de Christof Nel estrenada en 2009 no posee el más mínimo
interés. La dirección de actores se antoja, al menos en esta reposición,
completamente desdibujada y ausente, centrando la atención tan sólo el
vestuario y la escenografía, ambos muy poco inspirados, tan planos que la
representación es poco más que una versión en concierto con unos decorados
anónimos. Aunque empezó con otro enfoque, más detallista y medido, la
dirección de Dan Ettinger se fue envarando poco a poco, hasta sonar cada vez
más alborotada, notablemente pasada de decibelios. Ettinger (de quien las
malas lenguas dicen ser fruto de un affaire de Barenboim en Israel) se
mostró curiosamente más exigente con los coros, insatisfecho en varios
momentos con su desempeño, que con su propio trabajo desde el foso,
complaciente y apresurado las más de las veces.
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