Creo que el compositor se sorprendería -gratamente, supongo- de llenar el
Liceu como ningún otro concierto o representación del año lo ha hecho, con
el cartel en rojo ‘localidades agotadas’. Yo me alegraría enormemente si
fuera el caso. Pero me temo que el hecho inusual de que un ciclo de lieder
-aunque conocido y apreciado- haga desbordar la capacidad del Gran Teatre se
deba sobre todo al intérprete vocal (conviene recordar que un concierto de
lieder es siempre obra de, por lo menos, dos). Y lamento por el intérprete
vocal que se haya convertido en uno de esos fenómenos de marketing que
realiza giras para promocionar su último disco (ciertamente no tan extensas,
abrumadoras y reiteradas como las de alguna otra célebre colega) y aunque le
resulte extremadamente provechoso desde el punto de vista de las condiciones
económicas, del esfuerzo invertido (y eso explicaría que sus frecuentes
cancelaciones no se produzcan en estos casos).
Porque Kaufmann es
realmente un gran cantante que no requeriría de toda esta parafernalia más
propia de una estrella del pop o del rock y que termina forzosamente por
superficializar o incluso neutralizar lo que hace. Lo que importa es su
presencia, prestancia, incluso, si se quiere, carisma (que lo tiene y nada
inventado o ‘producido’). Y supongo que las imposibles, estridentes y
frecuentes toses que se desataban en cuanto cerraba la boca (al principio,
en el medio o al final de una canción, poco importa) estaban para
recordarnos que había prisa, tras la ovación inicial (fuerte, pero no
gigantesca, como correspondía a alguien que sólo había interpretado una
‘Solemnis’ en la casa), para llegar al final y dar rienda suelta al clamoreo
infinito (y a las fotos con móviles u otros instrumentos de tortura que por
suerte estuvieron donde y como debían durante los más o menos ochenta
minutos de duración total del concierto).
Y menos mal que tanto él
como Deutsch -a quien Kaufmann quiso en todo momento, correctamente, asociar
a su triunfo- se negaron incluso con gestos ostensibles (el último y
definitivo fue llevarse la partitura) a ofrecer el bis que muchos pedían
insistentemente (por lo visto poco preocupados por el ciclo que acababan de
oír, más que escuchar).
Se trató de una magnífica versión, si bien no
la única, la más excepcional o excelsa, que se pueda ofrecer en estos
momentos (se me ocurren tres nombres -de barítonos, por cierto- que podrían
competir con él, e incluso con ventaja en más de un aspecto). Por fortuna se
trata de un tenor de timbre oscuro (la obra parece pedirlo y de hecho en más
de un momento -no muchos- su grave resultó escaso para lo que se le
requería. Para dar un ejemplo o dos, el principio de ‘Irrlicht’ o el final
de ‘Der greise Kopf’).
No es que se trate de un cantante que recurra
al artificio como hacía, por ejemplo, Schwarzkopf, pero se ve que ha
estudiado mucho cada efecto, cada palabra. Y a veces su forma de acentuar,
de enfatizar, de diferenciar entre medias voces etéras (alguna al borde del
falsete y del sonido blanco), y centros y agudos llenos y potentes resulta
no sólo previsible sino demasiado marcada y muchas veces hace perder de
vista la forma general de la melodía.
Ha elegido una expresividad
reflexiva, algo distante, o en todo caso más resignada que desesperada (el
momento más intenso en este aspecto resultó el final de ‘Auf dem Flusse’ o
-musicalmente más cuestionable- el efecto sobre la nota final del
‘Leiermann’).
Si hubiera que elegir los mejores momentos que, como es
lógico, aparecieron promediado el ciclo, señalaría ‘Die Krähe’, ‘Der
stürmische Morgen’, un impresionante ‘Der Wegweiser’, ‘Das Wirthaus’(en el
que se alcanzó tal vez la mayor conjunción con Deutsch) y un enorme ‘Die
Nebensonnen’.
Por supuesto la voz se encontraba en su plenitud y esta
vez no hubo prácticamente ninguno de esos engolamientos que a veces
enturbian su emisión.
Mención aparte merece la interpretación de
Deutsch, quien no sólo siguió al cantante en todo momento, sino que hizo de
cada nota y de cada frase algo digno de ser escuchado con la mayor atención.
Y aquí sí que sería difícil señalar un momento mejor que otro, pero me
impresionó de modo especial en ‘’Wasserflut’, ‘Frühlingstraum’, ‘Mut’ y ‘Der
Leiermann’.
(Un inciso: No se entiende por qué, en esta ocasión, los
títulos en el programa y en el sobretitulado no recibieron siempre la misma
traducción - hay varios ejemplos, pero ‘Irrlicht’ puede valer).
Como
saludo final, el cantante se arrodilló en el escenario lo que publicó un
estallido del público. De momento se sabe que retornará a Peralada para el
festival de verano con otro concierto de arias de óperas con orquesta como
el primero que hizo allí mismo. Falta por ver si su relación con el Liceu
continuará o si se limitará a lo que dice el viajero de este Winterreise al
principio de ‘Gute Nacht’, el primero de los lieder de este ciclo único:
“Fremd bin ich eingezogen/Fremd zieh' ich wieder aus”
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