Jonas
Kaufmann está a estas alturas en situación de hacer lo que le venga en gana.
Acaba de revalidar su triunfo en la Metropolitan Opera House de Nueva York
con una nueva producción de Werther, ese papel tan a medida de su carisma, y
ya se le espera este verano en la Royal Opera House de Londres con un
Puccini (Manon Lescaut), antes de regresar en agosto a Peralada. Así las
cosas, el cantante más sexy de la escena operística se ha permitido
jugársela grabando Winterreise, ese oscuro y depresivo viaje de invierno de
Schubert cuya gira arrancó anoche en el Gran Teatre. El aforo se agotó en
nada. Por Kaufmann, claro está, más que por el programa.
Ese tenor
total, que surfea con grácil habilidad entre la vis liri- co-ligera y la
dramática, puede incluso permitirse el lujo de iniciar gira en el Liceu sin
atender a la prensa barcelonesa. De hecho, arrancar aquí ha sido una mera
coincidencia antes de seguir camino a Ginebra, Berlín, Graz, Londres, París,
Praga, Moscú y Milán. No se tomen el dato como la pataleta de una cronista
que anhela conversar con ese Apolo cantor. Es más un apunte sobre la
importancia que tiene el público del Liceu en el circuito de artistas
millonarios. Cábalas aparte, el recital de Kaufmann era el acontecimiento
de esta primavera lírica barcelonesa. No importaba con qué repertorio acudía
ni si entre el anterior disco que grabó sobre Verdi y ese Viaje de invierno
mediaba un abismo estético. Con entradas que iban de 8,50 a 150 euros, el
Liceu se puso ayer a reventar. Los directivos del teatro cedieron
graciosamente su localidad para ponerla a la venta y también se dispusieron
medio centenar de sillas de premium (las localidades más caras) sobre el
foso de la orquesta, con vistas privilegiadas sobre el artista. "Si no fuera
tan guapo no despertaría tanta expectación", decía una seguidora a punto de
aparecer el tenor en escena. "Pero es que es guapísimo. Míralo, se ha
cortado el pelo".
Kaufmann apareció de etiqueta, más delgado y algo
circunspecto. Tenía por delante este magno ciclo de 24 heder de Schubert
sobre poemas de Wilhelm Müller (1823) que interpretaría junto a su pianista
de cabecera, Helmut Deutsch. Ahí mostraría su lado más sombrío e igualmente
atractivo, el del lamento romántico. La oscuridad de su timbre alimenta esa
profundidad emocional que requiere la historia de Müller, una historia, en
definitiva, de amor no correspondido. La chica le ha dejado -¡sí, hombre!- y
Kaufmann canta mientras se supone que pasea solo en pleno invierno. Frío,
desolación, oscuridad, deseos de fundirse en la nieve de una tumba. "Sigue
mis lágrimas y pronto encontrarás el riachuelo".
Aunque muy
contenido, Kaufmann fue involucrando al público en la tensión emocional, si
bien a un sector le sobraba tanto Heder y esperaba impacientes los bises.
"Eso es muy monótono, no le hace justicia", se comentaba.
La ovación
duró cinco minutos y fue in crescendo, pero no hubo bises. Kaufmann se
mantuvo estricto. "Tras Winterreise no pueden haber bises, de ningún modo",
comentaba después.. Con todo la cola de autógrafos en el hall fue de las
históricas. Y la venta de ejemplares de Winterreise desmentía felizmente que
el Liceu sea un teatro en el que no cabe el lied. Tomen nota, señores.
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