De un gran triunfo personal se hizo el tenor alemán Jonas Kaufmann en su
regreso al Met interpretando al enamorado Werther, por primera vez sobre el
escenario de esta casa. Como el protagonista de la ópera de Massenet,
Kaufmann sedujo al oyente desde la primera a la última nota, ya sea por la
sabia administración de sus recursos naturales, la flexibilidad de su voz
oscura y viril o la calidad magistral de su inmaculado fraseo, todo ello
unido a una vehemencia interpretativa no apta para cardiacos. Su invocación
a la naturaleza —ni bien iniciada la opera—, fue toda una lección de legato
perfecto, noble fraseo y depurada técnica que le permitió hacer gala de
sinnúmero de mezze voce y pianissimi que demuestran por qué el tenor alemán
es considerado ya uno de los mejores y mas versátiles cantantes de la
actualidad.
A medida que fue avanzando la ópera, Kaufmann fue
coloreando su canto con tintes más dramáticos que definirán la psicología
del apesadumbrado personaje, que presagiarán su trágico destino. Su ‘Lorsque
l’enfant revient d’un voyage’ fue uno de los momentos de mayor intensidad
vocal y fuerza emotiva, que sólo fue superado por su ‘Pourquoi me réveiller’
sin mácula, con la cual terminó de meter al público en el bolsillo y se ganó
la ensordecedora y delirante “standing ovation” que le prodigó el público
una vez caído el telón. ¡Bravo!
En un tardío pero muy destacado
debut, Sophie Koch fue una partenaire excepcional, asumiendo con especial e
inmejorable brillo la parte de la enamorada de Werther. Su Charlotte destacó
por la maestría con la que condujo una voz ricamente dotada y versátil, de
bello y sensual color —sobre todo en las notas centrales—, y su siempre
imponente presencia escénica. Su caracterización fue creciendo hasta
culminar en una escena de las cartas absolutamente antológica.
No
pasó nada desapercibido la labor del barítono David Bizic, quien también
hizo su debut esta misma noche en la casa y quien aportó gran solidez vocal
en su composición de Albert, el marido de Charlotte. Muy celebrada, Lisette
Oropesa fue una Sophie idónea y cautivante, con una voz de rico lirismo,
ágil a la hora de enfrentar las saltos de la tesitura y muy compenetrada en
la caracterización de su parte. El barítono Jonathan Summers prestó sus
interesantes medios vocales para construir al padre de Charlotte con mucha
solidez y cuidada dicción.
Importante sostén de la noche, la
dirección musical de Alain Altinoglu, todo un especialista en música
francesa, estuvo a cargo de los cuerpos estables de la casa, y consiguió una
lectura detallista, intensa y plena de expresividad de una partitura a la
que supo extraer todo el dramatismo y tensión requerida, sin caer en
manierismos, siempre con el volumen adecuado y en total sintonía con cuanto
sucedía en la escena.
La nueva producción escénica, firmada por
Richard Eyre, fue bastante conservadora en general, y ambientó la acción en
el siglo XIX en el momento del estreno de la obra. La escenografía tuvo buen
ritmo y, mediante la utilización de videos, logró la continuidad entre las
escenas. Las minuciosas marcaciones de los solistas también merecieron
elogios. Único punto discutible de la producción: el deseo de Eyre por
explicar todos los episodios que anteceden la trama y que lo llevan a
escenificar la muerte de la madre de Charlotte y su cortejo fúnebre durante
el preludio del primer acto; algo absolutamente prescindible, teniendo en
cuenta que el texto hace suficientes alusiones para que el oyente comprenda
lo que ha sucedido. Lo que abundó, en este caso, dañó.
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