La presente edición del Festival de Perelada ofrecía como citas de mayor
interés, en lo que a la lírica se refiere, las representaciones de Andrea
Chenier y este concierto de Jonas Kaufmann. La ópera de Giordano parece
haber sido un éxito, coincidiendo las críticas en poner en valor la
actuación de Carlos Álvarez, lo que, sin duda, es una de las mejores
noticias que a uno le pueden llegar,
El concierto de Jonas Kaufmann
había despertado una gran interés ente los aficionados, ya que no son muchas
las ocasiones que se tienen de verle en escena en nuestro país y no cabe
duda de que estamos ante el tenor de mayor relevancia de la actualidad,
especialmente teniendo en cuenta su gran versatilidad, que le hace ser capaz
de afrontar un repertorio de muy amplio espectro.
El resultado final
del concierto ha sido un nuevo éxito popular del tenor bávaro, comenzando
por el hecho de haber sido capaz de llenar el auditorio de Perelada al
conjuro de su nombre. No está de más entrar en algunas matizaciones que,
aunque no empañen el resultado del concierto, pueden explicar la reacción
del público, que ha sido triunfal únicamente al finalizar el concierto,
mientras que el entusiasmo no ha estado presente durante el mismo.
A
mi entender el programa del concierto ha tenido algunos fallos de cierta
importancia, especialmente en la segunda parte del mismo. No es lo mismo
cantar en un teatro de ópera o en una sala de conciertos que un auditorio al
aire libre y con un publico más variopinto. En general, hubo un excesivo
protagonismo musical de la orquesta, que fue más allá de cubrir los
descansos que un cantante puede necesitar. De hecho, Jonas
Kaufmann
cantó exactamente 41minutos durante el programa oficial, mientras que las
piezas orquestales tuvieron una duración de 50 minutos. Por otro lado, las
piezas wagnerianas elegidas por Kaufmann en la segunda parte (monólogo de
Siegmund, dos de los Wesendonck Lieder y Amfortas, Die Wunde! no son las más
apropiadas para un ambiente festivo como el de Perelada. A eso habría que
añadir que ninguna de las piezas mencionadas ofrece un final de los que
levantan de inmediato el entusiasmo del público. De ahí que durante el
concierto oficial no hubiera entusiasmo. De hecho, las interpretaciones de
Jonas Kaufmann no obtuvieron en ningún caso aplausos que superaran los 32
segundo, que quedaron en 16 en los Wesendonck Lieder. No estoy diciendo que
lo hiciera mal ni mucho menos, sino que creo que el programa no era el más
adecuado para el público que se dio cita en Perelada.
De hecho, el
entusiasmo no saltó hasta las dos primeras propinas, con un vibrante Donna
non vidi mai, de la Manon Lescaut pucciniana, y, sobre todo, en el Lamento
de Federico, donde Kaufmann transmitió emociones y el público lo agradeció.
Efectivamente, fue Federico quien llevó al triunfo final a Jonas Kaufmann.
Terminó, con el público ya entregado, con dos arias de operetas de Franz
Lehar, muy apropiadas para el ambiente de la velada, la de Paganini y la más
conocida del País de las Sonrisas.
En la primera parte Kaufmann
interpretó el aria del primer acto Don Carlo, en la que no hubo un brillo
especial, a la que siguieron el aria de Trovatore Ah, sí ben mío,
estupendamente cantada, y el aria de Don Álvaro O tu che in seno agli
angeli, precedida del recitativo, muy bien cantada, aunque con algún exceso
de amaneramiento. Terminó esta primera parte con el aria de Le Cid de
Massenet, O souverain, o juge ,o père, en la que hubo corrección y una
notable falta de emoción, que casa bastante mal con esta preciosa página,
que para mí fue lo más flojo de sus interpretaciones.
Como digo más
arriba la segunda parte fue dedicada a Wagner y lo hizo francamente bien,
independientemente de la más que discutible adecuación del programa elegido.
La cosa habría sido mucho mejor recibida y transmitida en el Liceu, sin ir
más lejos.
Le acompañó la discreta Orquesta de Cadaqués dirigida pro
Jochen Rieder. Tantas páginas orquestales podrían estar justificadas con la
presencia de un gran maestro y una notable orquesta, lo que no fue el caso.
Yo diría que el desbalance entre piezas canoras y orquestales era casi tanta
como el que había entre cuerda y metal en la orquesta, de lo que no parecía
enterarse el maestro Rieder, cuya presencia no es fácil de explicar por
méritos artísticos.
El público llenaba el auditorio y, como digo más
arriba, se mostró tibio durante el concierto y entusiasmado en las propinas.
El concierto comenzó con 7 minutos de retraso y tuvo una duración de 2
horas y 19 minutos, incluyendo un intermedio. Las propinas y ovaciones
finales prolongaron el concierto durante 28 minutos adicionales.
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