En este tiempo de impactos mediáticos efímeros y de espectáculos líricos
pretendidamente modernos que solo consiguen distraer de la música con
elaboraciones teatrales que suelen ser extensión de las perturbaciones
internas de los directores de escena involucrados, resultan un oasis de
inteligencia las funciones de “Don Carlo” con que el Festival de Salzburgo
celebra el bicentenario Verdi y que partieron el martes 13 de agosto.
Ópera magnífica, exige intérpretes en plenitud y también una puesta a la
altura. Esa vez, Peter Stein —director de teatro que fundó el Schaubühne am
Lehniner Platz, compañía de vanguardia de las tablas alemanas— opta por una
puesta con elementos tradicionales basada en un cuidado trabajo de actores
que exuda preguntas sobre la naturaleza de las relaciones privadas en
conflicto, pero que también asume posiciones respecto de los abigarrados
conflictos políticos y religiosos que aborda el libreto. Sustenta su trabajo
apoyado por una escenografía funcional, despojada y con delicadas alusiones
a la España del siglo XVI; luces que producen cuadros crepusculares
sugestivos, en especial para la soledad de Carlo y para sus dúos con
Elisabetta y Rodrigo; un vestuario lujoso con Diego Velázquez como
referencia, y un sexteto de cantantes que sabe que no basta con tener voz.
Desde el foso, el maestro Antonio Pappano consigue plasmar las sombras
que habitan esta difícil partitura; subrayar las líneas destinadas a
instrumentos como el clarinete, el oboe y el contrafagot, y lograr clímax
sonoros en el crescendo del dúo de amor entre Carlo y Elisabetta del primer
acto, en la pasión ambigua que consume a Rodrigo, y en el enorme concertante
del Auto da Fe.
Tal como en las funciones ya legendarias de Munich y
de Londres, Jonas Kaufmann devuelve a Don Carlo su carácter de protagonista
absoluto. Su Infante es un príncipe desposeído y melancólico (como Hamlet),
un héroe vulnerable y enfermo hecho luces y tinieblas a través de una voz
oscura y bruñida que turba con su ternura y belleza, y que deslumbra con el
uso magistral de la messa di voce. Además, él es un gran actor —en la línea
de Jon Vickers—, de manera que la construcción dramática de sus escenas está
asegurada. Anja Harteros canta una Elisabetta di Valois que es pura nobleza
en la actitud y rigor en el fraseo, dos características que también se
encuentran en Thomas Hampson (Rodrigo de Posa), otro excelente intérprete,
cuyo esmalte vocal no es el mismo que hace algunos años, pero que es un
artista sensible, conmovedor y musical como pocos. Ekaterina Semenchuk
impuso su Eboli gracias a un canto voluptuoso e intenso, mientras que dos
veteranos sin parangón, los bajos Matti Salminen y Eric Halfvarson, hicieron
del enfrentamiento entre Felipe II y el Gran Inquisidor una clase de tensión
teatral con consecuencias hasta metafísicas. Un lujo como solo se da en los
grandes escenarios fue ver a Robert Lloyd como “il Frate”.
Quedan las
funciones de los días 19, 22, 25 y 28 de agosto. Medici TV transmitió en
directo online la función de ayer; es de esperar que pronto esté disponible
en dvd.
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