Esperado con expectación y saludado al aparecer en el escenario con una
ovación descomunal, Jonas Kaufmann llegó al Festival de Peralada con lo que
sobre el papel parecía el firme propósito de demostrar algo. Lo consiguió
con una propuesta exigente, con siete arias operísticas en el programa, lo
que ya da para mucho. El tenor alemán aplicó todo su talento a darles el
mayor brillo posible, y si ya gustó su sentido de la impostación con el
"Cielo e mar" que abría plaza - voz oscura en el centro, línea y dicción
impecables, agudo desembarazado - aun convenciendo menos en la messa di
voce, tan efectista comom innecesaria, con que culminó la página, siguió por
el mismo camino con una bien articulada escena de Zandonai ("Giulietta! Son
io") y confirmó la personalidad de su canto en el aria de Carmen, para
levantar al público de sus asientos al cerrar la primera parte con un Addio
alla madre de Cavalleria rusticana en que supo hacer compatible el canto
desgarrado y la limpieza de la proyección. En la segunda parte cantó un
"Improvviso" de Andrea Chénier bien medidoy acabó adornándose con unos
fragmentos wagnerianos ("Winterstürme", "In fernem Land")en que la nitidez
del fraseo y el frescor de las tintas jugaron en su favor. En el capítulo de
propinas, muy generose, convenció en "E lucevan le stelle", se mostró suelto
en las canciones italianas de De Curtis y Cardillo y pudo lucirse en "Du bis
die Welt für mich" de la opereta Der singende Traum, una de las tres que
compuso Richard Tauber. Acompañó Jochen Rieder con competencia al frente de
una excelente Orquestra de Cadaqués y pudo lucirse con los fragmentos
musicales complementarios, muy distintos de lo inicialmente previsto, por
cierto. Solo en un intermezzo de Manon Lescaut poco fluido le abandonó la
inspiración.
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