Han transcurrido cien años desde el desastroso estreno de «Ariadne auf
Naxos», la ópera de Hugo von Hofmannsthal y Richard Strauss, presentada como
epílogo a la representación, con ilustraciones musicales, de «El burgués
gentilhombre» de Molière. La consecuencia fue una segunda versión, más
breve, sin Molière y en la que un prólogo explica el porqué de una obra en
la que lo cómico, lo trágico, lo cantado, lo hablado, lo sincero y lo
artificial se mezclan. Pero hoy está de moda la arqueología y por eso el
Festival de Salzburgo vuelve sobre la primera versión tratando dar sentido
al aniversario y a esa propuesta en la que también estuvo implicado el
director teatral Max Reinhardt, tan cercano a la creación del propio evento
salzburgués con Hofmannsthal y Strauss.
Hilando fino, el responsable
de la actual puesta en escena es Sven-Eric Bechtolf, nuevo director de
teatro del Festival de Salzburgo y hombre de importante trayectoria en el
género en verso. Se nota en la obra de Molière representada en un espacio
limpio, con reminiscencias dieciochescas, en la que actúan con verdadera
comicidad un grupo de actores y bailarines con Peter Matic, Cornelius Obonya
y Michael Rotschopf a la cabeza. Lo disfruta el público y también la ópera
posterior en la que los cómicos se vuelven espectadores y el escenario de la
Haus für Mozart se vuelve conceptual a partir de unas cajas de piano
desguazadas representando la isla de Naxos. Presencia española en
Salzburgo
Allí canta la soprano Elena Mosuc la imposible aria
de coloratura de Zerbinetta. Se anunció que no estaba bien y se le notaba.
Emily Magee pone el lado dramático muy intenso en el dúo con Jonas Kaufmann,
cuya afirmada vocalidad imprime carácter final a la obra. Se
consigue así que el escenario añada el punto de verosimilitud que el foso
sólo apunta con la dirección de Daniel Harding. Da lo mismo: cumplido el
siglo, los aplausos dan por bueno un espectáculo en el que hay presencia
española con el entonado arlequín Gabriel Bermúdez. Su nombre junto, con el
de Plácido Domingo, que canta «Tamerlano», con instrumentos de época, y el
de Pablo Heras-Casado en el ciclo de música contemporánea, hacen patria en
Salzburgo.
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