Pro Ópera, marzo-abril 2011
por Eduardo Benarroch
 
Ciléa: Adriana Lecouvreur, ROH, London, Noviembre 22 y diciembre 10  
Adriana Lecouvreur en Londres
 
La Ópera Real tiene una trayectoria muy desigual: no sabe qué rumbo tomar. Por momentos se inspira y la mayor parte del tiempo pierde las oportunidades así creadas.Éste es el resultado de no poseer una política artística. La Ópera Real no conduce, sino que responde a ciertos gustos tratando de conformarlos a todos (lo cual es imposible), y al final termina no satisfaciendo a nadie.

Adriana Lecouvreur es una prueba de esta falta de criterio, en la que se gastó mucho dinero en una coproducción lujosísima que es básicamente una reproducción. Y eso que hubo muy buenos cantantes para satisfacer las demandas de una partitura mediocre y con un acto final donde el compositor se encontró sin ideas. Jonas Kaufmann demostró que es el tenor del momento: su voz siempre en foco, sumada a una caracterización ardiente con una mezza voce perfecta. En cambio, Angela Gheorghiu se escuchó poco y su Adriana pecó de ser demasiado consciente de sí misma, lo opuesto de Angeles Blancas Gulín, que se escuchó demasiado y por lo tanto también con limitaciones: entonación errática y técnica variable, pero de mayor presencia escénica.

Nada de esto ocurrió con las dos estupendas Princesas de Bouillon. Olga Borodina destacó como la mezzo de nuestra generación, con una caracterización plena de despecho y de poder sumada a una voz espléndida que fue un verdadero lujo asiático. Michaela Schuster es una artista diferente: su voz es más penetrante y su caracterización fue la de una mujer más joven pero extremadamente peligrosa. Alessandro Corbelli demostró suprema versatilidad y la calidad de un artista superior como el enamorado Michonnet; Bonaventura Bottone personificó un obsecuente Abbé; y Mauricio Muraro un vano Príncipe de Bouillon. Mark Elder dirigió una partitura que repite el mismo motivo (bello por supuesto) hasta el cansancio, en forma adecuada.






 
 
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