Jonas Kaufmann (Múnich, 1969) no acaba de estar cómodo en su papel de mejor
tenor del mundo. Es consciente de sus cualidades y su proyección, pero
esquiva las grandilocuencias propias de su estatus. Del mismo modo, su
último disco, 'Winterreise' (Sony) es una colección de delicados 'Lieder' de
Schubert grabados junto a Helmut Deutsch que demuestran su versatilidad más
allá de arias y explosiones operísticas.
¿Qué supone para usted enfrentarse a estos 'Lieder'?
Se podría decir que este ciclo está en la cima del repertorio de canciones y
eso hace que sea tan difícil aproximarse a ellas; ha habido tantas
interpretaciones que, constantemente, se tiende a la comparación. Pero creo
que Heltmut y yo hemos encontrado nuestro propio estilo al interpretarlas,
aun cuando cada vez que lo hagamos sea de una forma distinta: la tensión es
diferente, las dinámicas son diferentes... Y jugamos con ello, intentamos
mantener vivas las canciones descubriéndolas cada vez. El resultado es
maravilloso, algo que sólo se puede conseguir en determinadas circunstancias
de la música de cámara, con dos personas escuchándose atentamente el uno al
otro, siguiéndose y dándose el placer de ser espontáneos.
¿Cómo hace para pasar de la intensidad vocal de una ópera a la delicadeza de
estas piezas? Para cantar un 'Parsifal' o un 'Lohengrin' se
puede usar la misma técnica que para cantar lieder, porque en ambas hay
momentos muy suaves e íntimos. Cuanto más bella es la música más se nota.
Acabo de terminar en la MET de Nueva York una serie de funciones del
'Werther' de Massenet, y la última escena, la del suicidio, es prácticamente
toda en piano y pianissimo; sería ridículo que alguien que se acaba de
disparar en el pecho y está muriendo sonase vital y saludable. No, tiene que
ser muy tenue, frágil y agotado. La clave es encontrar un camino que
satisfaga tanto al público como al fraseo de la pieza. Y para ello es
también fundamental tomar las decisiones correctas en tu agenda, no estresar
demasiado la voz, y que las notas más forte no sean a costa de una fuerza
brutal, no tensar el instrumento demasiado, sino que lo apoyes en tu cuerpo,
de tal forma que sea muy fácil volver inmediatamente a una nota más ligera.
¿Hasta qué punto adentrarse en estas canciones es hacerlo en un
mundo que ya no existe? Es verdad que estas canciones vienen de
una época en que todavía no se daban toda la velocidad y la locura de
nuestro tiempo. Pero creo que ahí está también la belleza. Junto con la
música, estas letras nos traen hasta nuestro mundo de medios de
comunicación, películas y videojuegos otro mundo que hemos perdido y en el
cual, durante muchos siglos, la gente se entretenía con los libros. Pero no
creo que sea tan turbador este encuentro entre ambos: si escucha con
atención estas piezas, puede sumergirse rápidamente en ellas hasta apreciar
su belleza y las circunstancias en que fueron hechas, de tal forma que todo
adquiere una lógica y se puede seguir el fluir de la expresión, palabra por
palabra. Es lo mismo con Werther: en vez de decir «oh, vamos, qué es esto»,
todo el mundo llora y tiene lástima del personaje. Cuando el cantante lo
siente de verdad, el público lo siente también: no piensan que sea una
historia del pasado y que lo que se cuenta hoy suene inaceptable.
¿Cómo lleva lo de ser considerado el número uno? No soy
muy 'fan' de estas cosas. Es verdad que nos gustan los cumplidos, pero creo
que la hipérbole hace todo más complicado. Además, veo que el número de
grandes estrellas en la ópera se ha reducido. Me refiero a aquellas que son
capaces de llenar el auditorio solo con su nombre, aunque siga habiendo
muchos y muy buenos cantantes. Pero yo no puedo mirarme según estos
parámetros. Intento mantener un nivel alto en mi forma de trabajar, pero
sólo puedo cantar lo mejor posible, porque soy humano.
¿Qué
opina de la ópera como vehículo para hablar de lo que sucede, tal y como
defendía Gerard Mortier, recientemente fallecido? El arte
siempre ha sido una forma de decir cosas, una forma muy efectiva en algunos
casos. Sucede a veces que la gente sale de los teatros de ópera sin pensar
en la belleza de las melodías, porque en determinado montaje se ha alterado
completamente el sentido de la obra original, por muy impactante y
entretenido que haya sido. Y cuando esto sucede creo que es incorrecto,
porque se infravalora el poder de la música. Hay algunos directores de
escena que son capaces de leer entre líneas y desvelar las circunstancias de
esa obra e incluso descubrir alguna verdad de nuestra sociedad actual. Pero
se debe hacer con delicadeza y sin abusar brutalmente de una pieza. A veces
se olvida que la ópera es parte de la industria del entretenimiento y que
está para distraer a la gente de sus problemas. Pueden suceder cosas
terribles en escena: asesinatos, guerras, odios... Pero durante ese tiempo
están viviendo en esa historia y sus propias miserias han quedado en casa.
¿Cómo nota el efecto de la crisis en este mundo?
El género operístico lleva ya un tiempo con nosotros, pero ahora la pregunta
que surge es si queremos que sea algo para unos pocos, de clase alta, o para
todos. Afortunadamente, hay gente e instituciones en todo el mundo que hacen
maravillosas donaciones, sin las cuales los principales teatros de ópera del
mundo estarían en gravísimos problemas. Yo estoy en una situación
privilegiada y la gente todavía quiere verme cantar, pero veo que las bases
de todo el sistema operísitico están en cuestión, porque hay recortes y se
están reduciendo los calendarios de representación. Y lo que hace falta es
que la gente esté en movimiento.
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