Jonas Kaufmann (Múnich, 1969) es hoy en día «el tenor de tenores»; su nombre
es sinónimo de entradas agotadas en cualquier teatro. Así ha ocurrido una
vez más en el Covent Garden londinense, donde el martes 17 canta, bajo la
batuta de Antonio Pappano, la ópera «Fidelio», de Beethoven... Si el
coronavirus no lo impide: está previsto que la función se retransmita en
directo a los cines allí donde sigan abiertos. En junio viajará a España; el
dia 26 está previsto que ofrezca un recital en el Teatro Real para el que
queda tan solo un puñado de entradas. De «Fidelio», el Teatro Real y de
otras cuestiones habla Kaufmann en esta entrevista, realizada hace unos días
a través del correo electrónico y en la que únicamente ha escurrido de una
cuestión: su opinión sobre el caso Plácido Domingo.
«Fidelio»
es la única ópera que compuso Beethoven. ¿Qué tiene de especial esta obra,
considerada única en el repertorio operístico?
Es un caso
especial en muchos aspectos. Primero, por la génesis. También por los
diálogos hablados, el dúo de Marzelline y Jaquino y el aria de Rocco; podría
parecer en principio un «singspiel», pero resulta ser un «Freiheitsoper»,
una «ópera de libertad» que termina precisamente con un himno de libertad y
amor similar a un oratorio. También es singular por su parte vocal. Se ha
dicho muy a menudo que las partes de Leonora y Florestan son la prueba de
que Beethoven no sabía escribir para las voces. Pero también puede
interpretarse como una decisión consciente de llevar a los cantantes al
límite de lo que se puede cantar: las situaciones que viven esos dos
personajes son extremas (una mujer disfrazada de hombre que intenta rescatar
de la prisión a su esposo un preso político), y por tanto la exigencia de
Beethoven a los cantantes también son extremas.
Fue una de
las primeras óperas importantes en su carrera.
En los
primeros años de mi carrera, interpreté el otro papel de tenor, Jaquino. Con
él debuté en La Scala, en 1999. Así que sí, «Fidelio» ha sido especial desde
el principio de mi carrera. Dos años después, Helmut Rilling me preguntó si
cantaría la parte de Florestan bajo su batuta. Así que fui a visitar a mi
«coach» en Munich y puse la partitura delante de ella. Ella se agitó y me
dijo: «No lo cantes, es demasiado pronto para ti». Pero pude convencerla, y
pasamos horas trabajando en el papel, incluidas cuatro lecturas de la parte
final del aria, complicadísima, y que ha causado problemas a tantos tenores.
También trabajamos el dueto un par de veces, y así sucesivamente. Creo que
realmente tenía la intención de acabar conmigo por completo. «¿Qué? ¿Todavía
no estás ronco?», me dijo al final. «¡Muy bien, entonces hazlo!» Lo canté en
tres conciertos: uno en el Rheingau Music Festival, otro en el Stuttgart
Liederhalle y el tercero en el Beethoven Festival en Bonn. Y todo salió muy
bien. Para mi inmenso placer, mi voz no se tensó ante los difíciles pasajes,
sino que continuó abriéndose. Desde entonces, Florestan es, por así decirlo,
«un compañero constante en mi vida escénica».
En junio,
volverá a cantar en el Teatro Real de Madrid. ¿Qué recuerda del recital de
hace un par de años?
¡Oh, tengo recuerdos muy vívidos de
eso! La maravillosa ciudad, el teatro, el público. Todos fueron tan amables,
tan atentos, tan cálidos. «¡Por favor, prométenos que volverás!», me
dijeron. Tengo muchas ganas de volver a cantar en Madrid.
¿Y
le veremos interpretando una ópera pronto aquí?
No puedo
decir cuándo ocurrirá, pero me encantaría hacerlo, claro.
Su
último álbum está dedicado a la opereta vienesa. ¿Qué significa este
repertorio para usted?
Como cantaba Richard Tauber: «Esto
significa un mundo para mí». Mi abuelo era un gran wagneriano y a mi abuela
le encantaban las operetas y las canciones vienesas; las cantaba todos los
días o ponía discos de Nicolai Gedda y Fritz Wunderlich cantando este
repertorio. Así que crecí con Wagner y las operetas. Y las canciones de
Johann Strauss, Emmerich Kalman, Robert Stolz, Franz Lehar, Hermann Leopoldi
y muchos otros siguen estando muy cerca de mi corazón. Para mí, es
simplemente «good mood music», música que siempre funciona. Por ejemplo,
cuando era estudiante siempre ponía «El murciélago», dirigida por Carlos
Kleiber, mientras limpiaba mi habitación. Escuchar esa música me hacía
sonreír.
Le guste o no, es el número uno de los tenores. ¿Le
afecta este hecho? ¿Se siente más responsable al subir al escenario?
Cuando leo superlativos como «el rey de los tenores», me siento
halagado, por supuesto, y pienso: «¡Bueno, todo ese arduo trabajo ha valido
la pena!». Pero expresiones como esta son de doble filo, porque son
exageradas. Después de todo, ¿cómo se decide qué artistas son «los mejores»,
«los más grande»? El mundo de la ópera y la música clásica es interesante
sobre todo porque podemos disfrutar de una enorme gama de posibilidades
interpretativas. ¿Por qué hay que destacar la «mejor» grabación de «Tosca» o
«Tristán e Isolda» cuando podemos disfrutar de lecturas muy distintas de
esos títulos? No quisiera renunciar nunca a esta variedad, y sería bueno si
tuviéramos más que un «dream cast» para ciertas piezas. En principio, los
superlativos son problemáticos incluso para quien los recibe porque dan
lugar a contradicciones. Cuanto más alto se coloca a alguien en un pedestal,
más disfrutan algunas personas con derribarlo. Y cuanto más alto es el
pedestal, mayor es la caída. Ocurre igual en el fútbol como en el mundo de
la ópera; es algo inevitable cuando se juega en lo que podríamos llamar
«primera división». Por supuesto, cada artista siente responsabilidad hacia
el compositor, la pieza y el público, y siempre quiere dar lo mejor de sí. Y
cuanto más altas sean las expectativas, más responsable se sentirá en cada
representación.
¿Por qué cree que la ópera despierta tanta
pasión en el público?
Creo que se debe a la alta carga
emocional de la música, y las emociones creadas por el buen canto y la
actuación. El impacto de una buena representación puede ser tan fuerte que
es capaz de cambiar la vida de una persona.
¿Alguna vez ha
tenido la tentación de parar y dejarlo todo?
Sí, durante mi
segunda temporada como principiante en Saarbrücken. No estaba preparado para
las exigencias de la vida diaria en un teatro, y tenía un concepto
equivocado de mi voz. Me habían educado para sonar como un «tenor lírico
alemán», y estaba convencido de que esa era mi voz. Cuando canté el Tercer
escudero en «Parsifal» -un papel muy pequeño-, al lado de grandes cantantes,
no conseguí mantener el ritmo, y enronquecí hasta el punto de no poder
cantar una sola línea. «Si las próximas décadas de mi vida van a ser así
-pensé-, debería dedicarme a otra cosa». Gracias a Dios, un colega me llevó
a su maestro, Michael Rhodes. Con él no solo superé la crisis, sino que
aprendí a cantar con mi propia voz en lugar de tratar de sonar como un tenor
lírico. Eso marcó la diferencia, así que le debo todo a él.
¿Qué le motiva más a la hora de subir al escenario?
Cuando
todos los ingredientes coinciden en calidad: la música, el canto, la
actuación, la orquesta, la batuta, la escenografía, la dirección de
escena... Entonces la ópera es una central eléctrica. Por supuesto, eso no
puede suceder todos los días, pero cuando ocurre es el cielo.
¿Y qué es lo que menos le gusta del mundo de la ópera: los viajes,
los ensayos... las entrevistas?
Me gustan los ensayos si son
inspiradores y motivadores. También me gustaba viajar en mis primeros años;
por supuesto, es muy emocionante cuando vas a Nueva York o Los Ángeles por
primera vez. Pero después de algunos años, estar siempre con una maleta a
cuestas puede llegar a ser muy agotador. Y ver a tus hijos mirarte con
tristeza cuando sales de casa también puede ser deprimente. Por eso siempre
he tratado de mantener el equilibrio adecuado entre la vida profesional y
privada. Con respecto a las entrevistas, depende de la situación. Después de
más de veinticinco años en el escenario, es aburrido cuando te hacen las
mismas preguntas de siempre. Pero a veces se tiene la suerte de encontrarse
con un buen entrevistador con el que disfrutar de una conversación
interesante.
¿Puede la voz convertirse, para un cantante de
ópera, en una esclavitud?
Cuando leo que algún cantante dice
que no pronuncia una sola palabra en un día de actuación, o que nunca va a
lugares llenos de gente, puedo imaginar que sí, que hay quien se siente
esclavo de sus voz. Por supuesto, yo hago todo lo posible para mantenerme
saludable, dormir y comer bien para recargar mis baterías, pero nunca podría
permanecer completamente en silencio todo el día antes de una actuación. En
lugar de «La voz es mi amo, yo soy el esclavo», mi lema es: «Mi voz y yo
debemos ser buenos amigos».
¿Hay alguna ópera o algún
personaje que le conmueva de manera especial?
Hay muchos; me
gustan, sobre todo, los personajes «rotos», desde Werther y Don José
(«Carmen») a Otello, Siegmund («La valquiria») y Paul («Die Tote Stadt»)
-que es uno de los papeles más exigentes que he encarnado-. Para mí, son
mucho más interesantes que los llamados «héroes». Por ejemplo: si Lohengrin
fuera solo un héroe que rescata a la doncella en apuros, sería la mitad de
placentero cantar esa maravillosa música. Pero como es además un personaje
complejo, es muy atractivo.
¿Qué le ha dado el mundo del
canto y qué le ha quitado, si es que le ha quitado?
Cantar
me produce tanto placer, tanta energía positiva, que casi no puedo
describirlo. En los mejores momentos, simplemente estás abrumado por la
felicidad. Así que no diría que he tenido que «sacrificar» nada por la
ópera. Por supuesto, cuido la voz y no me puedo despreocuparte como los
demás a la hora de beber, esquiar o subirte a una montaña rusa, por ejemplo.
Pero si este es el precio a pagar, está bien. Otra cosa es no poder tener la
vida familiar de un hombre con una profesión «normal». Dejar a tu familia y
estar separado de ella durante semanas puede ser difícil a veces.
Recientemente ha vuelto a ser padre, y lo ha hecho con casi
cincuenta años; ¿Se ve la vida con una perspectiva diferente? ¿Mide ahora
sus pasos con más cuidado o siempre lo ha hecho?
Por
supuesto, mi punto de vista es diferente al de hace veinte años. Como todo
en la vida, es cuestión de experiencia obtener el equilibrio adecuado.
Lógicamente, ahora tengo más cuidado al planificar mi calendario. En
general, trato de evitar estar mucho tiempo lejos de mi hogar. Desde Londres
o París se puede viajar fácilmente a Múnich para estar en casa los fines de
semana; pero cuando estás en América del Norte o del Sur es una hi storia
diferente. Diría que la base de mi equilibrio entre vida privada y trabajo
es una planificación cuidadosa.
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