Una mezcla de contundencia escénica, portento dramático y sentido común
iluminan el esplendor presente del alemán Jonas Kaufmann a sus 46 años. Es
el poderoso cantante que todo teatro quiere contar entre sus habituales.
Junto al peruano Juan Diego Flórez, forma la pareja de tenores que domina el
presente de la ópera a nivel mundial. Cada uno en su línea, la de Kaufmann,
más volcada en contundentes repertorios dramáticos, y la del latinoamericano
ampliando su maestría con exquisitez dentro del belcanto. El Teatro Real
salda con su presencia una ya larga deuda con un público que no dejaba de
preguntarse cuándo pisaría el escenario madrileño. El debut del cantante
alemán el próximo domingo 10, dentro del ciclo Grandes voces se presenta
como un acontecimiento. Falta que se comprometa a cantar una ópera. No le
parecería mal Don Carlo, de Verdi, como confiesa a EL PAÍS. Por ahora habrá
que conformarse con este serio y sugerente recital de lied. En el programa
lleva tres de sus puntos fuertes: Gustav Mahler, Benjamin Britten y Richard
Strauss.
Pregunta. Buena elección la de estos
tres compositores para su debut madrileño. ¿Por qué este programa?
Respuesta. Estos ciclos representan diferentes maneras
de mantener la tradición del lied por medio de músicos jóvenes. Strauss
compuso estas canciones, sus Acht Lieder op. 10 cuando tenía 21 años,
Mahler, sus Lieder eines fahrenden a los 23 y Britten hizo el primer
borrador de estos Siete sonetos de Miguel Ángel, con 24. Aparte del hecho de
que les salieran tres obras maestras, para mí resulta fascinante escuchar el
lenguaje propio de cada compositor en su propio desarrollo desde los
inicios. Sé que el público madrileño tiene un gusto especial por el
repertorio lied y es lo que quiero aportar en mi debut en el Teatro Real.
P. La profunda recreación en el drama por parte de
los tres compositores resulta eterno y muy contemporáneo. ¿Qué tienen que
aportar los tres al público de hoy?
R. Creo que
eran únicos a la hora de crear un clima emocional. Expresan su propio
padecimiento personal, pero también reflejan el espíritu de un tiempo. Si
nos adentramos en el contexto en que las piezas fueron escritas, nos
acercaremos mucho a su espíritu, pero si lo desconocemos, no importa: nos
llegan muy adentro y nos emocionan automáticamente. Crean una atmósfera de
contemplación, de escucha interior, de profundización en los sentimientos.
En esta época, mucha gente se centra en el cuerpo y la mente, pero desprecia
alma y espíritu. Pues yo creo que una de las razones por las cuales el
público queda impactado cuando escucha estas canciones tiene que ver con que
somos algo más que entes físicos y cerebrales.
P.
Es usted toda una figura en la ópera actual. Justo cuando el divismo
sufre una profunda transformación. ¿Cómo definiría a un divo contemporáneo,
considerando que hoy todavía existan?
R. Pues
mire, a la gente siempre le gusta admirar ídolos, alzar en los pedestales a
alguien y adorarlo. Como resultado de eso, surgió el divismo, un término que
emparenta con los dioses. Pero yo me considero un ser humano y un cantante
profesional. El debate sobre el divismo me resulta más interesante desde el
punto de vista tanto psicológico como sociológico, de aquellos que lo
contemplan, más que de parte de quienes son contemplados.
P. Dentro del repertorio que usted domina, alterna con
naturalidad a Wagner, con Verdi o Puccini, entre otros. ¿Se considera un
tenor riguroso y ecléctico al tiempo?
R. Me
considero versátil, alguien que adora cantar lieder lo mismo que oratorio,
ópera, opereta y pop. Me encanta ensanchar mis posibilidades: de Verdi a
Wagner o de Puccini a Strauss, Massenet, Britten, Mahler o Lehár y Schubert,
y así. Para mí, cantar en diferentes lenguas y estilos es la mejor manera de
mantener tu voz y tu mente flexible. Me moriría de aburrimiento viajar por
todo el mundo como un especialista en cinco o seis papeles.
P. ¿En qué aspecto la tecnología ayuda ahora sus carreras y en
qué medida se convierte en una pesadilla?
R.
Somos muy afortunados por haber nacido en la era del disco y el video.
Gracias a la tecnología moderna no pasamos al olvido tan rápido como les
ocurría a los cantantes en época de Mozart o Schubert. Podemos legar algo a
la posteridad. Por otra parte, es un lío ser consciente de que cada
representación, cada recital, cualquier aparición pública puede grabarse y
quedar al instante en Internet. Y en el peor caso, que te suban a YouTube
con un titular que diga: "Escucha a fulano romperse cuando llega a esta
nota". A veces te hace envidiar a los cantantes de la era predigital, que no
se veían obligados a afrontar este estrés extra en una actuación.
P. ¿Se considera actualmente en el mejor momento de su
carrera? ¿Cree haber alcanzado la madurez artística, personal?
R. ¿A qué llamaríamos el mejor momento? Una carrera es algo
largo, con cimas y caídas, con etapas de lucimiento y fracasos. Si me
pregunta que si me encuentro satisfecho con el desarrollo de mi voz y mis
retos, le diría que sí. Tengo 46 años y espero haber alcanzado cierta
madurez vocal, artística, personal. Pero me temo que nunca llegas a ese
momento en que quedas satisfecho y en el que te conformas con lo que tienes.
Además, no todo confluye en el mismo periodo: no se conjugan bien la fuerza
de la juventud con la experiencia, la madurez y la sabiduría. Para ser
positivos: cada década vivida contiene su propio valor específico.
P. Después de debutar en el teatro Real con este
recital de lied, habrá que pensar en una ópera. ¿Un Don Carlo de Verdi,
quizás?
R. Si tenemos en cuenta que es uno de
sus títulos de tema español para el compositor y su desarrollo argumental e
histórico, me parece una idea estupenda: habrá que ver…
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