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El Cultural, 28/03/2014 |
RUBÉN AMÓN |
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Jonas Kaufmann, el tenor total
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Su versatilidad, su sensibilidad al piano, sus dotes actorales y su evolución han colocado a Jonas Kaufmann en la cima de la escena internacional. Hoy estará en el Liceo, donde presentará su nuevo disco, Viaje de invierno. |
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No puede decirse que el escalafón de tenores equivalga al ranking tenístico
de la ATP, pero en caso de hacerlo no habría dudas sobre el actual número
uno. Actual y con ambiciones de quedarse, pues la inteligente y coherente
carrera de Jonas Kaufmann (Múnich, 1969) predispone al liderazgo de toda una
época en la lírica planetaria.
Van a poder comprobarlo los
espectadores del Liceo de Barcelona este mismo viernes, 28 de marzo, con
ocasión del Viaje de invierno, un ciclo de lieder de Franz Schubert que el
tenor germano acaba de grabar en Sony como remedio y éxtasis de quienes
carezcan de una entrada para el concierto del escenario barcelonés.
Acontecimiento por la fama merecida de Kaufmann y por su propia credibilidad
artística en el repertorio liederístico. De hecho, el cantante bávaro se ha
convertido en una suerte de tenor perfecto. Por su versatilidad operística.
Por su sensibilidad delante del piano. Por sus dotes actorales. Por su
interesantísima evolución musical.
La voz se le ha ido oscureciendo,
abaritonando. Ha adquirido mayor corpulencia, pero este proceso evolutivo,
acreditado en 2013 con su ubicuidad como tenor wagneriano y verdiano, no ha
condicionado en absoluto ni su escrúpulo interpretativo ni su delicadeza. El
ejemplo inequívoco de este fenómeno es el propio Viaje de invierno. Aventaja
Kaufmann a muchos de sus colegas por el conocimiento del alemán y por la
comprensión que se deriva de los textos, así es que la grabación y el
recital del Liceo representan una ocasión para asistir a su impresionante
capacidad de introspección. Kaufmann se contiene cuando urge hacerlo y
“muta” en un delicadísimo orfebre, del mismo modo que irrumpe como un trueno
en los pasajes más desgarrados del propio viaje invernal.
“Trato de
profundizar todo lo que puedo en los roles, extraer sus matices y colores”,
nos explicaba en una reciente entrevista. “Encuentro una enorme satisfacción
en el trabajo de exploración y de aprendizaje. Por un lado tengo facilidad
para asimilar lo que estudio. Y por otro me gusta avanzar en esa paleta
cromática que me ha puesto delante mi propia voz. No hay contradicción en
cantar con el mismo convencimiento Payasos de Leoncavallo y La bella
molinera de Schubert. De hecho, el privilegio de la voz consiste
precisamente en pasar por diferentes estilos, épocas, estados de ánimo. Mi
voz ha ido madurando, enriqueciéndose. Nunca la he forzado ni manipulado.
Para que se me entienda: he seguido a mi voz, ella me ha marcado el camino”.
Quizá es Kaufmann el mejor tenor que aparece en Alemania desde los
tiempos de Wunderlich. Ha habido cantantes germanos de mérito y figuras
sobresalientes en la familia de los heldentenoren, pero Kaufmann es una
suerte de personalidad insaciable y de “tenista” que juega igual de bien en
todas las superficies. Tanto por las aptitudes teatrales como por la
versatilidad, que nunca ha descuidado la sensatez ni el instinto artístico.
De hecho, su consagración internacional como tenor imprescindible se remonta
a apenas seis o siete temporadas. Ha tenido paciencia. Ha perseverado en los
papeles secundarios. Y ha sabido aprovechar las oportunidades. Desde la
sorpresa en el Covent Garden (La rondine) hasta su impecable Alfredo
neoyorquino y su espléndido Werther de París.
Unos y otros papeles
sobreentendían que Kaufmann era un tenor lírico puro, aunque su competencia
en Carmen y sus primeras incursiones wagnerianas implicaron una apertura
hacia el repertorio de riesgo. Puede avanzarse, pero ya no se puede
retroceder. La prueba está en que el tenor bávaro ha tuteado
enciclopédicamente el catálogo verdiano -Trovatore, Don Carlo-, acaba de
probarse como protagonista de La fanciulla del West (Puccini), se ha
convertido en el Lohengrin del siglo XXI y tiene entre sus planes acometer
el papel sagrado, absoluto de Otello.
Son las ambiciones y las
evidencias de una trayectoria a la que Kaufmann también ha aportado una
imponente credibilidad escénica. El cantante moderno no sólo debe cantar.
También debe coser y saberse la tabla de multiplicar.
“Nuestro
trabajo se ha hecho enormemente exigente. Por un lado, comparto la idea de
que el cantante de ópera debe resultar convincente como actor. Me parece que
la profundidad teatral beneficia la credibilidad musical, y viceversa. Otra
cuestión es que la ópera deba adulterarse para hacerla coincidir con las
expectativas contemporáneas. Me refiero a que no considero necesario forzar
la dramaturgia o transgredirla por el mero hecho de conquistar a un
espectador que pretende ver en la ópera lo mismo que ya contempla en la
televisión o en internet”.
Jonas Kaufmann previene sobre los peligros
de la cultura audiovisual. Y lo hace conversando sin el menor atisbo de
divismo. Habla con amenidad, relativizando los laureles con los que le ha
coronado la crítica universal. Y el público.
“La ópera es un
acontecimiento mágico, excepcional, extraordinario. No debe trivializarse
para hacerla digerible. La cuestión de ser o no ser un buen actor está
relacionada con la sensibilidad del espectador contemporáneo. Me refiero a
que el predominio de la cultura audiovisual repercute en la ópera porque al
público no se le puede contentar simplemente con una buena voz. El
espectador tiene mucha experiencia. Ahí radica la importancia de resultar
verosímiles. Pero hay que tener cuidado. Prevenirse de un peligro aún mayor
que el inmovilismo escénico, o sea, la sobreactuación. Con más razón si se
sobreactúa para maquillar ciertas deficiencias vocales”. |
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