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El Cultural, 10/10/2014 |
RUBÉN AMÓN |
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Jonas Kaufmann, el tenor de tenores
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Jonas Kaufmann (Múnich, 1969) es humano. Demuestran lo contrario su
ubicuidad, versatilidad e infalibilidad, pero el contratiempo de una
prosaica “indisposición” le impidió alinearse la semana pasada en el Requiem
de Verdi que Riccardo Chailly dirigió en La Scala de Milán en memoria de la
figura de Claudio Abbado. También la suspensión por enfermedad de sus
comparecencias en Barcelona y Budapest.
Ha tenido que parar
forzosamente Kaufmann. Pero ha podido también desquitarse del “descanso”
ojeando el último ejemplar de la eminente revista Gramophone, en cuyo
palmarés de las mejores grabaciones del año aparecía su aproximación al
Winterreise de Schubert. Kaufmann demostraba su autoridad y sensibilidad
como liederista', del mismo modo que acreditaba su prestigio como cantante
de estudio. Quiere decirse que la impresionante carrera del cantante bávaro
tanto destaca en los teatros -hoy actúa en el Liceo a merced de Schumann,
Wagner y Liszt- como promueve un catálogo de grabaciones que abarcan del
repertorio obligatorio a la novedad ingeniosa.
Es el caso de su
último disco en Sony, You Mean The World To Me, un repaso de la música
centroeuropea más ligera de entreguerras donde Kaufmann impresiona por la
corpulencia y por la sensibilidad, por su timbre oscuro como por la
delicadeza del falsete, por su color penetrante como por la solvencia en los
agudos, conformando un trabajo reivindicativo de sí mismo y de la música que
concibieron Léhar, Korngold, Kálmán, Abraham, Stolz, meciéndose en los años
felices de Weimar. Felices y efímeros también, como acredita incluso esa
estética que oscilaba entre el optimismo y la desinhibición hipotecados al
ruido en lontananza de las botas militares.
Se explica así la portada
de la grabación. Sony aprovecha a la vez la fonogenia y la fotogenia de
Kaufmann, expuesto como un artista serio de variedades, vestido con chaleco
y corbata, secuestrado de una película de Lubtisch, ubicado delante de
aquellos micrófonos que parecían misterios futuristas y que trasladan la
atmósfera de los felices veinte con la banda sonora de las baladas amorosas
y edulcoradas. Y que permiten a Kaufmann evocar a Richard Tauber,
ilustrísimo tenor austriaco cuya competencia en el repertorio de Mozart y de
Schubert no le impidieron escribir música ligera ni emplearse como un
fenómeno social, igualmente propicio a los recitales de masas, a las
grabaciones -más de 700- y a la carrera cinematográfica.
Forma parte
de ella el hito de En el país de las sonrisas. Y no tanto por la huella de
la película, que era una versión bastante empalagosa de la opereta homónima
de Léhar, como por la popularidad que adquirió el pasaje de Dein ist mein
ganzes Herz (Tuyo es mi corazón) en cuanto himno de aquel ensueño. Jonas
Kaufmann lo recupera en la versión francesa “cometiendo” un ejercicio de
responsabilidad. Se trata de una canción ligera e insustancial para muchos
otros cantantes y melómanos, pero no sucede así con quienes tienen asimilado
semejante repertorio. Kaufmann es un ejemplo inequívoco. Para demostrarlo,
basta con evocar cuál fue la primera grabación de su carrera. Que se remonta
a 1996 y que consistió en una opereta de Loewe, Die drei Wünsche a
iniciativa del sello Capriccio.
Han transcurrido casi 20 años desde
entonces y ha ido desarrollando Kaufmann una carrera inteligente,
progresiva. Supo disciplinarse en las compañías germanas. Progresó en Zúrich
con la tutela de Harnoncourt. Eligió minuciosamente el repertorio. Y ha
evolucionado desde la naturaleza de tenor lírico a la de spinto, notándose
cada vez más la idoneidad en los papeles dramáticos, eliminando las barreras
idiomáticas, demostrando sus dotes de actor, impresionando con su
introspección.
De Fidelio a Don Carlo De ahí proviene su fama de
liederista y el interés que revistía su concierto en el Palau de la Música
de Barcelona. Kaufmann sabe lo que canta, comprende la dimensión poética y
dramatúrgica del lied, estableciendo al mismo tiempo una suerte de posición
hegemónica entre sus colegas: de Mozart a Massenet, de Verdi a Leoncavallo,
de Bizet a Wagner, de Gounod Puccini, el tenor germano representa un caso
insólito no tanto de versatilidad, que la ha demostrado, como de excelencia
en la versatilidad.
Se comprende así la unanimidad con que la crítica
jalea sus empresas. El Fidelio que concibió a la vera de Abbado confirmó las
mejores expectativas mesiánicas, aunque luego empezaron a amontonarse las
pruebas en beneficio del elegido. Su debut en Bayreuth como protagonista de
Lohengrin hizo evocar a los mejores tenores de su estirpe. Lo mismo podría
decirse del asombro que produjo su Werther en París. Su Cavaradossi en el
Met. Y la impresión que suscitó el Don Carlo del Covent Garden y de
Salzburgo, sobreentendiéndose, si hubiera dudas, que Jonas Kaufmann era el
tenor de los tenores. Es el tenor de los tenores.
Plácido Domingo
había dejado la plaza vacante. Y había puesto en juego la cuestión
sucesoria. Objetarán los partidarios de Beczala o de Diego Flórez que sus
gallos sobrepasan al germano, pero el liderazgo de Kaufmann se consolida en
todos los repertorios, teatros y hasta ámbitos sociológicos por escrutar.
Partiendo de su idoneidad mercadotécnica. Emular a Tauber como acaba de
hacer en este último disco de Sony implica evocar también el fenómeno
sociológico que representó el tenor austriaco. Kaufmann no es todavía un
cantante de masas. Ni puede que pretenda serlo, pero su carisma y reputación
de sex symbol aportan un armazón comercial y cosmopolita que no contradice
su escrúpulo artístico ni el rigor con que iban a escucharlo los aficionados
barceloneses en un programa de escalofrío, un recital que finalmente ha sido
suspendido.
Kaufmann tenía intención de comparecer con su pianista de
cabecera, Helmut Deutsch, para desglosar la música de Schumann
(Dichterliebe) y de Liszt (Tres sonetos de Petrarca), alojando en el medio
su devoción al Wesendonck lieder de Wagner, aunque es muy probable que el
recital finalice con un guiño a su último disco, demostrando que la agilidad
y la corpulencia de Kaufmann lo convierten en un epígono tenoril de Mohamed
Ali. Y acaso esperando el momento en que se atreva a subir el ring para
cantar los papeles que le exigen sus partidarios: Tristán y Otello en la
cima de la ópera.
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