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Miami Clásica, 08/01/2013 |
SEBASTIAN SPRENG |
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Jonas Kaufmann, irresistible Wagner
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A los 43 años, el tenor muniqués es el
niño mimado del mundo lírico y este flamante compacto demuestra que hay
válidas razones para el “romance” entre artista y audiencia. A propósito del
Parsifal metropolitano el próximo febrero, Kaufmann celebra el advenimiento
del bicentenario con un espléndido recital Wagner al que suma la ventaja de
tener un wagneriano de raza, Donald Runnicles, al frente de “su” orquesta de
la Deutsche Oper berlinesa, una asociación que es ideal complemento con el
cantante.
La voz se halla en absoluta plenitud; robusta, densa,
viril, oscura (mas allá de los reparos de algunos críticos hacia su técnica
de emisión o el engolamiento que otros le reprochan) con la resonancia
baritonal que lo acerca al sonido del tenor heroico hoy prácticamente
extinguido, aunque en instancias abuse de la impostación baja. Artista
inteligente e intérprete moderno, Kaufmann es un mago de las dinámicas y
crescendos, que añade una entrega probada por interpretaciones intensas de
infrecuente soltura y musicalidad, sin contar con la impecable dicción en su
idioma natal. Esta suerte de envidiable abandono hace que incluso los
recitativos (si cabe el término en Wagner) adquieran inusitado interés; el
que, por otra parte, deben tener.
Siegmund y Lohengrin, sus dos
personajes wagnerianos de mayor relevancia, están representados con Ein
Schwert verhiess mir der Vater (y un Wälse… Wälse… previsiblemente soberano)
y su ya clásico In fernem Land cuyos pianissimi han despertado admiración, y
no poca controversia, sumándole el segundo verso original generalmente
omitido.
Después de una exquisita plegaria de Rienzi - y aquí
Runnicles hace lucir a la orquesta en el preludio con tal lirismo y hondura
que alerta sobre esta semilla del Wagner por venir – aborda dos arduos
papeles que ojalá no intente en escena – al menos por ahora – Tannhäuser y
su narración de Roma y Siegfried y los murmullos de la foresta. En ambos
emerge victorioso, un Tannhäuser de impresionante espectro dramático en todo
sentido (estremecedor en la condenación papal Hast du so böse Lust
getielt...como en el final Im Venusberg drangen wir ein! ) y un Siegfried
como hoy no se escucha, detallado, juvenil, fresco y con una enunciación tan
inmaculada como la orquesta que lo enmarca.
El más lírico Walther de
Am stillen Herd precede a la máxima atracción del registro, las Wesendonck
Lieder, en la orquestación de Félix Mottl y raramente escuchado por voces
masculinas. La competencia en este renglón es mínima. A mediados de los años
setenta, un ya veterano René Kollo las grabó con Christian Thielemann (con
esta misma orquesta) mientras que Der Engel fue grabada por Plácido Domingo
y las últimas dos por Lauritz Melchior, además de otros intentos, como el
del barítono Matthias Görne en recital.
La atmósfera de ensoñación y
delirio sutil o desatado – tan próxima al Tristan, otro personaje que lo
aguarda en un futuro lejano – le va como un guante. El tenor alcanza en Im
Treibhaus y Träume sus mejores momentos debido a que uno de sus fuertes es
la intención en el decir (nótese la nostalgia en la frasen Halten meinen
Sinn umfangen) sin olvidar el bruñido metal que despliega en Schmerzen en
Glorie der düstren Welt,
Du am Morgen neu erwacht,
Wie ein stolzer
Siegesheld! después de un comienzo algo incierto. Como en su excelente
compacto temprano de Lieder de Richard Strauss (Harmonia Mundi), Kaufmann
estampa su impronta en las cinco canciones de Mathilde Wesendonck. La
liviandad (y justa fiereza) de canto y orquesta del ciclo valen de por sí la
grabación.
Gran comienzo del año Wagner con un Kaufmann que
indudablemente traerá nuevos adeptos a su música en una grabación óptima
bajo una batuta y orquesta que saben lo que hacen. Sencillamente
irresistible |
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