Miami Clasica, 24/02/2023
SEBASTIAN SPRENG
 
 
UNA TURANDOT DE NUESTRA ERA PERO, A LA ANTIGUA
En vista de las condiciones del mercado y la facilidades de grabar en vivo, tanto sónicas como visuales, la tradición de óperas integrales en estudio es hoy un lujo prácticamente extinguido que remite al período dorado de EMI versus DG versus Decca y otros sellos ilustres. Por esto también, el caso Pappano es uno afortunado. Mientras otros directores se disputan podios y orquestas, como los maestros de antaño Pappano permanece entre Londres y Roma – posiciones que pronto dejará – siendo además responsable por las contadas grabaciones en estudio de ópera completa de estos tiempos inciertos: Tristan e Isolda, Manon, Werther, Tosca, Otello, Trittico, Madama Butterfly, Aida y ahora esta flamante Turandot.

Todo registro en estudio de Turandot supone la reunión de lo mas granado de cada generación. Vale recordar que entre comerciales y en vivo hay mas de ciento treinta a partir del de 1937 con Eva Turner y Barbirolli. Curiosamente con éste, cuatro de los siete mas famosos de los grabados en estudio se originaron en Roma, trátese de la Opera romana o la Academia de Santa Cecilia como este dirigido por su titular Antonio Pappano. La misma entidad que dirigió Erede en 1955 para la grabación de Inge Borkh con Del Monaco y una Tebaldi mas fresca que en la de 1960 bajo Leinsdorf protagonizada por Birgit Nilsson y Bjorling. El siguiente de 1966 con Nilsson, también en Roma, trajo el soberano Calaf de Franco Corelli y la soberbia Liu de Renata Scotto dirigidos por Molinari-Pradelli. En suma, Roma y Turandot parecen llevarse bien, y esta versión lo ratifica gracias a una orquesta deslumbrante de la mano de su líder, un estilista de los viejos tiempos, respetuoso de la gran tradición.

Desmesurada, multifacética, colorida, extravagante, exuberante, experimental, quasi cinematográfica, desafortunadamente inconclusa, son palabras que la describen, Turandot marca una cumbre y el fin de una era de la ópera italiana y del género; donde Puccini utilizó toda su experiencia para cincelar un tapiz que mágicamente combina oriente y occidente, donde el cuento milenario se entreteje con la commedia dell’arte permitiéndose paralelismos y referencias a su vida personal. Una ópera que queda inconclusa, que bien pudo verse como una Venus sin brazos o una Nefertiti sin ojo pero que fue terminada usando notas del compositor gracias a su colega Franco Alfano responsable de un final feliz tan cuestionado que instó a otros compositores como Luciano Berio a componer su versión del cuento. De hecho, el tradicional de Alfano fue editado por Toscanini, quien quitó más de cien compases, precipitando la transformación de la princesa de hielo a dulce amante en un santiamén. Atinado, Pappano recupera el original, es la primera vez que se registra como parte de la ópera completa. Aún mas atronador y espectacular, una apoteosis de corte hollywoodesco, funciona mejor que el establecido por Toscanini, tiene más lógica y mejor desarrollo.

A sus 52 años y con un repertorio que incluye Norma, Medea, las heroínas de Verdi, la trilogia donizzetiana y Tosca, Sondra Radvanovsky se ha ganado abordar en madurez uno de los personajes mas antipáticos y vocalmente arduos de la literatura operística. Un papel destroza voces que acabó con más de una y acortó varias carreras, Callas tenia sólo 25 y Nilsson 40 cuando debutaron con ella. Como Callas o Rysanek, la voz de Radvanovsky es un gusto adquirido, no posee ni la cremosidad ni la dulzura de otras y su característico metal, filoso e incisivo, a veces ingrato es en este caso una virtud. Su enfoque resulta meticuloso, feroz cuando debe así como tierno en el tramo final. Lejos de otras sopranos mas estentóreas, gritadas cuando no guturales o grandilocuentes, delinea muy acertadamente el personaje sin caer en estereotipos. Algo que en instancias le sucede a la Liú de Ermonela Jaho, una exquisita cantante que si bien tiende a la sobreactuación saca a flote la esclava con impecables medios. Con su timbre oscuro, Kaufmann compone un Calaf de primer orden aunque por momentos se lo advierte algo disminuido y carente del brillo heroico de sus ilustres antecesores. Por otra parte, el camaleónico Michael Spyres – un gran Calaf en ciernes – es el Emperador Altoum y Michele Pertusi un Timur de jerarquía en un reparto estelar que compite con aquella fenomenal versión de 1973 con Zubin Mehta que reunió a la entonces tan cuestionada Sutherland (tanto mejor que otras como Ricciarelli para Karajan), Caballe, Ghiaurov, Pears y un Pavarotti en su momento considerado demasiado lírico para el papel logrando imponerse con un Nessun dorma legendario.

En suma, no cuenta para los que no hay Turandot sin Nilsson pero definitivamente se ubica entre las mas competitivas, un hito para los tiempos que corren y un enhorabuena para sus responsables. Recomendada.

 
 
 
 
 






 
 
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