Mundo Clasico, 28 de marzo de 2013
Raúl González Arévalo
 
E avanti a lui tremava tutta Roma!
La popularidad de las óperas de Puccini ha asegurado ampliamente su presencia en el mercado videográfico. Al mismo tiempo, no siempre se ha podido asegurar la calidad y el nivel homogéneo de los intérpretes, y entre tanta oferta no siempre hay opciones de interés. Con todo, es obligado citar el mítico segundo acto de Londres con la gran Tosca del siglo XX, María Callas (con Tito Gobbi como mítico Scarpia y un Renato Cioni digno y nada más, Emi), siguiendo con su eterna rival Renata Tebaldi en la mejor tradición italiana (con Gianni Poggi y Gian Giacomo Guelfi, menos singulares, VAI 1961). En tiempos más recientes destacaría las encarnaciones de Plácido Domingo como Cavaradossi junto a Raina Kabaivanska y Sherrill Milnes, mejor que con Hildegard Behrens y Cornell MacNeil (ambas en DGG, 1976 y 1985 respectivamente); hace un par de años Decca sacaba a la luz las funciones neoyorquinas con Luciano Pavarotti, Shirley Verrett y MacNeil componiendo un trío impresionante (1978). Ya en la década del 2000 reivindican su lugar Daniela Dessì (bien acompañada por Fabio Armiliato, Opus Arte) y Fiorenza Cedolins (con un gran Marcelo Álvarez, TDK / ArtHaus Musik), compartiendo ambas el Scarpia legendario y desgastado de Ruggero Raimondi.

Los tres protagonistas que comparecen en la producción de Emi grabada en Covent Garden ya eran conocidos en sus respectivos papeles. Gheorghiu lo grabó formando un tándem obligado con su entonces marido, Roberto Alagna y, una vez más, el omnipresente Ruggero Raimondi (Kultur), aunque la película no es en directo; el año pasado Decca sacaba partido de su exclusividad con Jonas Kaufmann, juntándolo con una Emily Magee de muchos quilates aunque menor proyección, y un Thomas Hampson insuficiente. La misma discográfica británica había realizado previamente una propuesta irregular con el debut de Bryn Terfel como Scarpia junto a Catherine Malfitano y Richard Margison.

Vamos a comenzar diciendo que los tres salen ganando juntos en esta nueva propuesta. No cabe duda de que todos son animales escénicos y saben que están junto a artistas de su misma categoría que juegan en la misma liga. Además, Angela y Jonas son la nueva pareja discográfica de moda, reemplazando al dúo Netrebko-Villazón. Juntos ya han grabado otro Puccini referencial (Madama Butterfly, Emi) y acaba de salir en DVD una Adriana Lecouvreur (Decca) que la crítica ya califica de histórica. Su tirón es innegable, y probablemente hayan sido la razón principal para la grabación, a pesar de que ya habían aparecido por separado en la producción de Jonathan Kent de 2006. Con todo, se impone un análisis por separado.

De los tres personajes puccinianos abordados hasta el momento, Tosca es el menos conseguido de la soprano rumana. Encantadora Mimì, Butterfly sólo la ha abordado en disco, como Mirella Freni; a pesar de su mayor espesor vocal, la de Módena fue más prudente, dejando Floria para el disco. Porque lo cierto es que las costuras de Tosca, vocalmente, le vienen ligeramente grandes a Gheorghiu. No se trata sólo de que esté menos fresca que en la grabación anterior, hay frases que indiscutiblemente resultan gravosas para el centro y el grave, especialmente en el segundo acto, aunque las resuelve con técnica, profesionalidad y algún que otro truco. Por lo demás, el timbre es bello y personal, la cantante siempre es musical y como actriz tiene un carisma innegable. Además, el juego de la diva resulta apropiado para el personaje, si bien roza lo caricaturesco en el segundo acto, con momentos sobreactuados, como la confesión del escondite de Angelotti. La pose melodramática ni emociona ni convence. Afortunadamente rinde mejor en los momentos más genuinamente trágicos, como en el final del segundo acto, donde logra ser original y creíble a través de una vía propia, expresando una intensidad dramática justa, por lo que a la postre convence, aun sabiendo que no es el papel que mejor le sienta, y en consecuencia no puede encarnar una interpretación definitiva.

Jonas Kaufmann básicamente ofrece el mismo retrato que en el DVD de Decca, confirmando que no sólo es el Cavaradossi de nuestros días, sino uno de los mejores de toda la discografía. La capacidad para encarnar con convicción una variada galería de personajes que abarcan desde el Verismo hasta el romanticismo francés pasando por Wagner es realmente impresionante. Su Puccini es profundamente apasionado, con una óptica equilibrada entre el amante latino al estilo de Domingo y el revolucionario. Con un agudo más solvente -los gritos de “Vittoria!” recuerdan el poderío de un Corelli- y una maestría técnica que le permite matizar a placer, con unos pianissimi y unos diminuendi de manual y una paleta de colores magnífica, apenas se podría reprochar un ligero hedonismo en el canto, aunque con semejantes cualidades se le perdona sin pestañear. Es capaz de reducir su opción heroica frente a la lírica a una mera cuestión de gustos. Enorme en “E lucevan le stele”, como poco después dice la propia Tosca “ecco un artista”. Para quitarse el sombrero.

Con todo, el más sorprendente y original es Bryn Terfel, artista de raza, de capacidad camaleónica, que se reinventa una y otra vez para ofrecer retratos únicos y acabados, de una modernidad inesperada. Creo que se puede afirmar sin levantar excesivas discrepancias que nos encontramos ante el Scarpia más perversamente sádico de toda la discografía. Ciertamente no es el más elegante ni refinado, eso lo deja a Raimondi y MacNeil. Pero el papel admite la visión descaradamente brutal y lasciva al punto de provocar incluso repugnancia, tal es la estatura del intérprete y la convicción que transmite en cada frase, gesto y mirada. No se puede extraer una gota más de la maldad que habita el personaje. Además, el canto acompaña y refuerza una actuación que, catorce años después del debut, es sencillamente perfecta.

Casi se ha convertido en un lugar común elogiar las direcciones de Antonio Pappano, aunque probablemente es la mejor opción actual para Verdi y Puccini. Pero frente a los logros de Giuseppe Sinopoli, por poner el último ejemplo realmente original en Tosca (DG 1990) aunque hayan pasado más de veinte años, encuentro que nos hallamos ante “alta rutina”. Los tiempos son fluidos, con momentos inspirados, flexibles hasta la complacencia con los protagonistas - particularmente con la soprano- pero no pasa de ser una lectura clásica, muy bien armada, al servicio del trío protagonista. El entendimiento con la orquesta hace mucho tiempo que es perfecto, de modo que el rendimiento es igualmente alto, e incluso se podría argumentar que es lo mejor que se puede encontrar hoy día para este repertorio y con este director. Y probablemente sea verdad.

La puesta en escena de Jonathan Kent, del 2006, es tradicional hasta el tuétano, no aporta nada nuevo, aunque es perfectamente funcional y posee todo el despliegue de medios de un gran teatro que quiere poner en marcha una gran producción sin correr grandes riesgos, realzada por el decorado y el vestuario. Que nadie espere elementos reveladores ni reflexiones particularmente profundas. La dirección de actores brilla por su ausencia, permitiendo los excesos de Gheorghiu y dejando a Kaufmann un poco a su suerte (Terfel parece que siempre sabe exactamente lo que hay que hacer en cada momento, pero el mérito es completamente suyo). Sin embargo, realmente estas lagunas tampoco impiden disfrutar de una propuesta valiosa, lo que no es poco en una discografía y videografía entre las más nutridas del repertorio.
 
 
 






 
 
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