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Scherzo, noviembre 2013 |
Blas Matamoro |
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Excepcional - VERDI: Réquiem
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Claramente
referencial logra ser esta enésima versión de la cimera obra
verdiana, que lleva el evidente e indeleble sello de Barenboim.
Encara el director una lectura especialmente lenta que mantiene
la intensidad y las tensiones del principio al fin. Se basa en
una decantada prosodia melódica al servicio de una extrema
higiene en la pronunciación, yendo a los extremos expresivos de
la partitura: el estruendo apocalíptico y la recogida plegaria
de un íntimo misticismo, sea en la multitud coral, en el pequeño
conjunto polifónico o los solos vocales. Hasta los intencionados
silencios se vuelven líricos, como hiatos de respiración,
suspense y reflexión.
Este Réquiem, como lo quiso el
autor, es canto del principio al fin, grandioso y, a la vez,
tratado con primor de detalles y recovecos instrumentales que
Barenboim explora como guía de una estremecida catedral que une
la imponencia de las naves con las miniadas capillas, nichos y
vidrieras. Las masas, obedientes y disciplinadas, lo siguen con
una compacta y esmaltada eficacia.
Los cantantes están
homogeneizados por la dirección hasta ser las variantes de una
sola voz con diversidad de timbres y tesituras. Cantan
concentrados, levitantes, en estado de gracia. Harteros tiene la
exacta vocalidad de la soprano verdiana, lírica y a la vez
sólida, con mágico dominio de filados y medias voces. Kaufmann
va de la explosión heroica hasta la inmanencia más sutil y basta
oír su Ingemisco y su Hostias para admitir, una vez más, que es,
él solo, un universo musical.
Garanca une su color al de
la soprano y se explaya con recogimiento y dominio. Pape, en un
bello momento de madurez, reitera su proverbial señorío. Y, al
comienzo y al principio, de cuerpo entero, Verdi, el
inmarcesible Verdi. |
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