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El Mercurio, 12 DE MARZO DE 2016 |
POR JUAN ANTONIO MUÑOZ H. |
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“La Fuerza del Destino” y el poder manipulador de las
religiones
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Este
título es algo así como el sagrario de “lo verdiano”. Por eso se extraña
tanto “La Forza” en la programación chilena. Sony propone una nueva
llegada al Blu-ray, proveniente del Festival de Múnich, el encuentro de
ópera más extenso y diverso del verano europeo y una cita donde
convergen estrellas del canto, propuestas modernas, producciones
históricas y estrenos absolutos.
Transmitida en directo por la
televisión alemana en julio de 2014, esta producción puede ser
considerada “de referencia”, por la calidad del material vocal en juego
y porque la arriesgada puesta en escena del austríaco Martin Kušej,
más allá de que guste o no, es rica en sentido, en el contexto de las
dificultades mundiales de hoy. Él propone una reflexión sobre la guerra,
la venganza y también sobre la marca de la culpa, que hace sucumbir la
alegría de vivir y la expresión de las pasiones. En la intimidad de
Calatrava, el suyo es un cuadro post Bauhaus de una pulcritud
fascista, que contrasta luego con la confusión de las batallas, el
abismo de la miseria y el desbande sexual tras el triunfo o el fracaso.
En este marco, la religión, más que un consuelo, es a la vez escape y
tumba de la humanidad: la ermita que esconde a Leonora está hecha de
enormes cruces y en una de ellas, solo por un instante, Don Álvaro
parece crucificado por su destino.
El traslado de la acción al
siglo XX (y aun a nuestros días) persigue comentar aspectos actuales de
la guerra, con esquirlas eróticas de corte sadomasoquista a la hora de
describir el comportamiento al interior de los campamentos militares, y
del racismo, ya que el protagonista de la ópera, Don Álvaro, es mestizo
con sangre noble, presumiblemente inca. Pero lo fundamental es que Kušej
pone en entredicho que el tema central de la ópera sea “el destino” y
plantea que la tragedia —social y familiar— se debe al poder manipulador
de las instituciones religiosas. No se salvan ni el Cristianismo ni el
Islam.
La escenografía suma un descubrimiento tras otro, en
especial con las vistas en picada de los escondites de los guerrilleros
(da la impresión de mirar desde la parte superior de un boquete hacia
una cueva subterránea), la asunción al cielo de Leonora en la mente de
Don Álvaro y la mesa “multiuso” que sirve para hacer el amor, para
luchar, como refugio de peregrinos y también para morir.
Es
difícil imaginar hoy una mejor Leonora —más lírica que spinto, eso sí—
que la de Anja Harteros, quien evoca a la Callas en su abandono escénico
y que eleva su canto transparente y de pasmosa naturalidad por esta
ópera de tanto compromiso para la soprano. Enorme simplemente el Don
Álvaro de Jonas Kaufmann, resplandeciente en voz, hábil en matices y
medias tintas, capaz de irrigar de emoción cada palabra y con un talento
escénico que le permite transitar por la violencia salvaje, la ternura,
la contención de la furia y la búsqueda del éxtasis místico. Su versión
de “La vita è inferno” es antológica, lo mismo que los dúos con Leonora
del primer acto (de alto voltaje) y con Don Carlo de Vargas, en otra
entrega admirable del barítono Ludovic Tézier, cuya línea de canto y
madurez artística lo sitúan en la mejor tradición de los grandes
barítonos verdianos. Desde su material más lírico, Tézier arremete sobre
el temido “Urna fatale” con la convicción de un Leonard Warren. Sus
encuentros con Kaufmann son de una enervante y explosiva tensión vocal y
escénica. Asher Fisch conduce con pericia, aunque a ratos con un sonido
demasiado avasallador. La versión escogida es la de Milán de 1869, con
la adaptación de Franz Werfel, que sitúa la gran escena con Preziosilla
a mitad del tercer acto, tal como en la versión de San Petersburgo de
1862. Este orden fue estrenado en Dresden, en 1926, con dirección de
Fritz Busch, y ese mismo año en Múnich, con Karl Böhm en el podio.
Hubo 20 minutos de aplausos tras bajar el telón.
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