La dulzura de los violines se vio rápidamente cubierta por las maderas,
roncas, a las que vinieron a reforzar los metales. Unos y otras evocaron las
aguas de un río caudaloso por el que seguramente descendería el preciado
cisne tirando de la barquichuela del héroe. Philippe Jordan no dudó en dar a
la orquesta, de aquí en adelante, el papel del fuerte, del poderoso y no el
—también posible— del soñador de cuentos de brujas y de princesas cautivas.
Ello forzó a los solistas y al coro —que lo respetó menos— a mostrar más
potencia que lirismo. Fue una opción muy acertada que gustó a los artistas
en el escenario y al público que llenaba a rebosar la sala de la Bastille.
El regreso a los escenarios del tenor Jonas Kaufmann era un evento que
justificaba la presencia masiva de los parisinos.
Egils Silins (Der
Heerrufer) hizo los anuncios protocolarios de las entradas de los magnates y
de los torneos con aplomo, sin temblores, con voz de trueno y gran
determinación. René Pape (Heinrich der Vogler) marcó con decisión y
autoridad los contornos del poder —la defensa de la patria y la de la viuda
y el huérfano— con emisión clara, bien contorneada, viril y generosa. La voz
de Martina Serafin (Elsa) cubrió con creces el inmenso volumen de la sala;
su emisión, por ser algo estrecha, dio la perfecta impresión de la
fragilidad congénita de la bella brabantina. Mantuvo idéntica emisión
durante el resto de la velada, incluso en aquellos momentos de victoria en
los que hubiese podido mostrar fuerza y hasta virilidad. No fue así y la
decisión fue justa, puesto que el personaje quedaba de este modo totalmente
definido, con continuidad y precisión: Elsa, vestida de blanco, debía de ser
y fue todo lo contrario de Ortrud, vestida de negro. Tomasz Konieczny
(Telramund) declaró a Heinrich y a todos los presentes su falsa acusación
contra Elsa con prontitud, tranquilidad y refinada elegancia. Fue el traidor
maquiavélico, cínico por excelencia. Emitió el barítono, con algún metal en
la voz, siempre en forte, con grandísima corrección y un gran respeto de la
lengua alemana.
La expectativa de la sala estaba centrada en la
actuación de Jonas Kaufmann tras sus problemas de salud. El tenor alemán
cantó sin llegar al límite de sus posibilidades, pero con honradez y sin
disimulos ni protecciones de ninguna clase. Su trabajo convenció: abrió su
actuación, recién desembarcado del cisne, con una dulce melodía cantada por
momentos a cappella. En la inmensa sala no se oyó el más mínimo ruido
durante la introducción del héroe. Cambió luego de expresión aumentando el
volumen, sin querer en ningún momento compararse en términos de intensidad
con Telramund. Concluyó su actuación el tenor alemán con el célebre y
esperado final ("In fernem Land') dando al personaje el matiz lírico —en
principio contra los designios del foso—que endulzó la dureza de los decires
y las acusaciones de la pareja diabólica, que no dejó de acusar, con arte y
malevolencia, a unos y a otros. La presencia de Jonas Kaufmann fue decisiva
esta noche en la que nada le fue perdonado, vista la actitud, más bien dura
de la orquesta y la calidad de sus comprimarios todos.
Un sombrío
violoncelo abrió el negrísimo segundo acto. Se repitieron los planteamientos
vocales del primero. Algo más de furia vocal apareció en el personaje de
Elsa en su primera confrontación con Ortrud, quien llevó la voz cantante en
este acto genialmente interpretada por Evelyn Herlitzius, con voz muy oscura
en los momentos de reflexión, mucho más suave cuando se trataba de convencer
a su marido o de tentar a Elsa, voz, al contrario, brillante, fuerte y
decidida frente a la joven noble, al acercarse ésta al altar. Herlitzius dio
en sus apariciones una lección de canto y de interpretación dramática dignas
de las mejores.
La escenografía de Christian Schmidt contribuyó
también a endurecer la atmosfera: una pared en el fondo al estilo de las de
los teatros romanos, reflejaba las voces y la orquesta dando así una mayor
impresión de volumen acústico. La escena recordaba una calle, o tal vez un
patio, de una ciudad al sur de Estados Unidos —probablemente Nueva Orleans—
con sus balcones sostenidos por columnas de hierro. Vistió el propio Schmidt
al coro y a los solistas varones con uniformes nordistas de la guerra de
Secesión, momento peregrino en el que Claus Guth situó la acción. El
director de escena dobló las acciones de unos y otros con historietas en
segundo plano que trazaban el pasado de Elsa y de su hermano o que aludían
al cisne transportador del héroe. Si la mayoría fueron banales, una de
ellas, la visión alucinada que Telramund y Ortrud vencidos tuvieron de
Lohengrin al inicio del segundo acto, estuvo muy lograda. Guth trató al
héroe como alguien venido de otro planeta, descalzo y rehusando
constantemente la etiqueta impuesta por la sociedad que le acogía. Para
mayor. desentendimiento, el regista mató al héroe con las bayonetas de los
propios soldados nordistas de Heinrich, a Elsa de pura pena y, naturalmente,
al pérfido matrimonio.
Los artistas en el escenario, incluyendo al
coro —dirigido por José Luis Basso—, y el foso fueron muy aplaudidos.
Kaufmann saludó con humildad mientras el equipo de la puesta en escena
recibió una clara división de opiniones.
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