Kaufmann demostró ser dueño de filados y legatos que enmudecieron a la
audiencia. Las frases las llena de emoción, lo que lo hace convincente y
veraz. Impone con su simpatía y presencia física. A pesar de lo espléndida
que fue la velada, no debemos dejar pasar dos grandes omisiones que debieran
resolverse en recitales futuros. No había programa disponible ni
sobretítulos. Puede parecer nimio, pero significó la pérdida de una gran
oportunidad de formar nuevo público para la ópera. En ese sentido, el
recital de Kaufmann pasó de ser un evento cultural a un espectáculo.
La cita con Kaufmann fue anunciada con meses, era parte de la agenda
imperdible de los melómanos criollos porque los encuentros con los grandes
de la lírica mundial ocurren solo de vez en cuando en estas latitudes; que
contemos en Latinoamérica con estrellas de apretadas agendas es fruto de
enormes esfuerzos.
Kaufmann es el rockstar de la ópera. Dueño de un
notable carisma y gran dominio escénico. En lo interpretativo llega a Chile
en un momento culminante de su carrera.
El registro con el que cuenta
Kaufmann es amplio, lo que le ha permitido transformarse en uno de los
tenores mas versátiles del momento. El color de su voz es la de un tenor
abaritonado, por lo que el repertorio wagneriano es el que le dio el inicio
de la fama mundial de la que goza.
En Santiago realizó un recital de
óperas italianas junto a la nueva Orquesta Filarmónica de Chile, preparada
por el joven director Paolo Bartoleameolli y conducida por el director
alemán Jochen Rider, El programa ofreció un amplio paseo por los grandes
momentos de la lírica concentrados en el verismo.
Recital atractivo
que combinó interludios con arias, en los que cada uno de los héroes que
Kaufmann representó son parte de historias de pasión, amor y drama.
La Arena de Santiago estaba casi repleta de un público que iba a escuchar a
quien se “marquetea” como el mejor tenor del mundo, pagando entradas entre
onerosas y extremadamente onerosas.
La orquesta cumplió con holgura
su desafiante cometido. Sobresaliente fue la amplificación a cargo de la
experimentada Loretta Nass, quien apoyó con gran precisión la titánica tarea
del sonido en un espacio que no tiene acústica.
En cuanto a las
arias, sin duda los puntos altos fueron los roles más centrales como Turiddu
de la ópera Cavalleria Rusticana. Dueño de una expresividad superior, le
imprimió a este sufriente personaje en cada frase de su aria Mamma, quel
vino é generoso, lirismo y pasión. Gran inspiración tuvo con el Improvviso
que canta el poeta Andrea Chenier al conocer a Maddalena di Coigny en los
albores de la Revolución Francesa.
Si bien hubo arias en las que no
convenció, como la de Radamés cantando la inspirada Celeste Aida o la de Don
José en La fleur que tu m’avais jetée pensando en su amada Carmen, se trata
de roles escritos para tenores líricos.
Kaufmann demostró ser dueño
de filados y legatos que enmudecieron a la audiencia. Las frases las llena
de emoción, lo que lo hace convincente y veraz. Impone con su simpatía y
presencia física. Echamos de menos esas sencillas frases en mal español con
las que muchos artistas saludan al público que siempre son bienvenidas
Tras interminables aplausos y pedidos de la audiencia, completó el
recital con cuatro encores de operetas y canciones populares, género que
domina a la perfección.
A pesar de lo espléndida que fue la velada,
no debemos dejar pasar dos grandes omisiones que debieran resolverse en
recitales futuros. No había programa disponible ni sobretítulos. Puede
parecer nimio, pero significó la pérdida de una gran oportunidad de formar
nuevo público para la ópera. En ese sentido, el recital de Kaufmann pasó de
ser un evento cultural a un espectáculo.
En resumen la velada
prometía y cumplió. El tenor del momento hizo un recital que fue acogido con
cariño por los más de cuatro mil asistentes. Son experiencias que enriquecen
a las audiencias y eventos que Chile merece tener.
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