Pro Ópera, enero-febrero 2016
por Eduardo Benarroch
 
Beethoven: Fidelio, Salzburger Festspiele, 7. August 2015
 
Festival de Salzburgo 2015 - Fidelio
 

En un año donde se batieron récords de espectadores, las autoridades pueden felicitarse por el éxito obtenido. Salzburgo es un festival multifacético: aquí se encuentran interesados en todas las artes, desde la ópera a la pintura, del teatro a conciertos de primera clase con las mejores orquestas del mundo. ¿Qué más se puede pedir? Quizás no mucho, pero aún así la pesadísima y nefasta influencia que regiesseurs especialmente alemanes ejercen sobre la ópera es algo molesto.

La nueva produccion muy esperada este año fue Fidelio, un vehículo para el tenor-estrella del momento, Jonas Kaufmann. La siempre eficiente y cordial Oficina de Prensa había adelantado a los críticos información sobre la producción. Por eso sabíamos que esta sería una versión y que los diálogos hablados se habían suprimido de común acuerdo entre el director de orquesta Franz Welser-Möst y el de escena Claus Guth. Durante la obertura se veiían dos figuras femeninas vestidas igual: obviamente eran las dos Leonoras, la que se disfrazaba de hombre para socorrer a su esposo, y la otra, la esposa valiente de Florestán. Hasta allí muy bien. Lo que sucedió después, casi sin interrupción, fue un travesti total, confuso, ambicioso y simplemente inútil como drama con música.

El espacio musical creado por la ausencia de diálogos hablados fue rellenado con silencios larguísimos con suspiros, respiraciones audibles y movimientos en cámara lenta totalmente absurdos. Al recomenzar la ópera parecí haber llegado a un mundo diferente que nada tenía que ver con esos largos silencios. Ademas, Guth usaba el doble de Leonora constantemente, haciéndole hablar el lenguaje mudo con gestos exagerados que distraían de la acción, por ejemplo durante el aria de Leonora ‘Abscheulicher!’ Pero había más locuras, Pizarro, cantado mediocremente por Tomasz Konieczny, también tenía un doble, que no hablaba lenguaje mudo, pero que se movía en forma histérica y exagerada.

Además, los dobles de Leonora y Pizarro no se parecían en nada a los cantantes que personificaban. La escengrafía consistía en una caja inmensa, paredes como en un palacio gris y en el medio una pared negra movible. Los personajes deambulaban en forma poco dramática, no había sentimiento, era una producción fría e incongruente.

Al menos Adrianne Pieczonka descolló como Leonora, creando dentro de las limitaciones de escena, un personaje atractivo y de canto excelente, sin problemas de agudos ni de graves.

Olga Bezsmertna fue una Marzellina de voz cristalina y expresiva, actuando con soltura; Norbert Ernst dio a Jaquino un toque tímido pero con buen canto mientras que Hans Peter König privó a Rocco de expresión.

Kaufmann siempre canta bien, su técnica se lo permite, lo que se le critica es que siempre usa los mismos recursos para todos sus roles y si bien algunos se adpatan al verismo, no necesariamente se adaptan igual al romanticismo de Beethoven. Su actuación fue un poco forzada y en la última función —que se reseña— su voz se encontró forzada y demostrando cansancio vocal. Con los últimos compases el liberado Florestán avanza hacia el frente del escenario acompañado de Leonora y Don Fernando, con el último acorde caía Florestán fulminado de un ataque. No se podía dejar de pensar en ese mismo destino para el director de escena. Tampoco convenció la dirección de Welser Möst, quien dirigió la magnifica Orquesta Filarmónica de Viena sin línea y sin fraseo. Una noche olvidable.





 






 
 
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