Mundo Clasico, 13 de marzo de 2015
Agustín Blanco Bazán
 
Verdi: Aida, Accademia Nazionale di Santa Cecilia, Rom, 27. Februar 2015
 
Aida (la ópera, no el show)
 

¡Noche de ópera en Santa Cecilia!, hoy algo excepcional en el repertorio vivo de la más importante orquesta sinfónica italiana, pero que conlleva una evocación difícil de evitar para quienes nos hemos criado con las famosas grabaciones que hiciera en los años cincuenta, incluida aquella Aida con Tebaldi, Stignani y Del Mónaco dirigida por Erede. Luego de asumir como director titular de la orquesta en 2007, Antonio Pappano integró a la Santa Cecilia (orquesta y coro) a una serie de grabaciones para EMI, hoy Warner, entre las cuales se ha tenido la buena idea de incluir lo obvio: opera italiana. Luego de Madama Butterfly y Guglielmo Tell, volvió a tocarle el turno a Aida, esta vez en el magnífico auditorio Santa Cecilia en el Parque de la Música. Durante mi visita a una de las sesiones de grabación me encontré con una orquesta renovada, joven en promedio de edad en relación de compañerismo con un director que nunca ordena sino más bien pide y explica a sus “ragazzi”(así los llama) lo que quiere, y trabaja concienzudamente el fraseo y la emisión con los cantantes.

La decisión de abrir la sala a una versión de concierto días después de terminada las sesiones de grabación dio una oportunidad única de apreciar la riqueza sinfónico vocal de la obra sin la pesada carga escénica de pirámides, esfinges, soldados, sacerdotes, esclavos y con mala suerte, hasta caballos y camellos.

Ninguna ópera es más engañosa y frustrante que Aida como experimento teatral. Ello porque la música supera tan de lejos las instrucciones escénicas que la mayoría de los regisseurs fracasan en soluciones convincentes. Inevitablemente, pocas son las puestas contemporáneas que el público quiere volver a ver y con ello Aida parece transformarse en una ópera cada vez mas relegada a un bastión de trastos arqueológicos más afín con el Museo del Cairo que un escenario de ópera. Repito: “de ópera”, porque si de hacerla show se trata, la partitura es todavía utilizable con relativo y fugaz éxito como acompañamiento de comparsas en espectáculos en estadios o palacios deportivos.

Que Aida no es un show sino una ópera genial fue demostrado por Pappano y sus ragazzi ya a través del cantábile de las cuerdas que abrió el primer preludio. Las de Santa Cecilia son cuerdas de sonido menos precioso pero más incisivo y cálido que el de algunas famosas filarmónicas al norte de los Alpes que a veces tocan este inicio como si fuera el de Lohengrin. En este caso los violines avanzaron con fluidez y sin efectismos, con una respuesta similarmente al punto de los chelos y contrabajos: Aida vs. los sacerdotes, o amor versus poder, dos especies de leitmotiv, algo novedoso en Verdi y demostrativo de su progreso indagatorio y cuestionador, aún en medio de su ya consagrada madurez. La textura del conflicto entre los dos motivos salió con claridad pristina hasta la resolución con la vuelta al tema de Aida en un tutti de controlada y urgente expresividad. Y así siguió toda lectura de Pappano, siempre con un sentido de urgencia pero lo suficientemente aireada como para permitir la exposición de detalles orquestales que en el caso de los vientos nunca recuerdo haber oído con mayor nitidez. Esta fue la noche de las flautas, los oboes, los clarinetes, los trombones y las trompas. Las flautas parecían entonar un aire pastoral en el preludio al acto tercero. Y a propósito de las trompas, ¿serían de la banda musical de la Policía del Estado las que acompañaron desde lo alto y muy por encima del coro la marcha triunfal con una exquisita y aireada exposición melódica? Parecía como si el sonido bajara del cielo, tan en contraste con esos golpes instrumentales secos y estridentes que acompañan el paso de ganso de esos soldados con minifalda que en escena nunca saben donde ir (o pasan de un costado a otro, o tienen que doblar para no caerse al foso). Ya sobre el último final los violines extendieron el “si schiude il ciel” con una expresión casi de voz humana, antes de arrumarse al susurro de Amneris y el coro. El coro merece un comentario aparte por su incomparable proyección itálica, siempre abierta y contundente y siempre en tensión con la orquesta, porque sí, este es el ingrediente necesario para dar a Verdi lo que es de Verdi: el coro y la orquesta deben ser dos fuerzas opuestas pero bien balanceadas en su potencial antítesis de canto y sinfonismo. Pero dejemos de lado la “italianita” para examinar como se las arregló un elenco de cantantes venidos de más lejos.

Como en Italia las unanimidades son prácticamente imposibles, es casi un milagro que el público se haya rendido sin mayores aprehensiones al director, el coro y la orquesta. Con los cantantes ocurrió algo diferente. Hoy es casi imposible criticar a Jonas Kaufmann, salvo en el caso de un señor sentado adelante mío que manifestó su frustración de haber pagado ciento cincuenta euros por un “falsettone” ¿Tenía razón? Hasta cierto punto sí, porque el Radamés de Kauffman apianó hasta el límite con el falsetto el final de 'Celeste Aida'. Tanto disminuyó dinámicamente el último 'Vicino al sol' que hasta llegué a pensar que se estaba preparando para incluir, como el en caso de las grabaciones de Beecham y Toscanini, ese 'vicino al sol' en diminuendo, tan inusual, aún cuando escrito en la partitura. Pero no. Kaufmann no lo cantó y con ello el aria pareció perder la fuerza requerida para una función en vivo. Aparte de este y otros trucos, igualmente más dignos de una voz de cámara que de un tenor operístico, Kaufmann cantó muy bien, con esa firmeza de apoyo, fraseo y calidez que lo caracterizan. A partir de 'Sovra una terra estrania' se integró con convicción a su intercambio con Amonasro y Aida. Y su ultimo acto fue espléndido, especialmente en su intercambio con Amneris. También en el duo final fue dramáticamente convincente, aunque su tendencia a mezza voce supongo producirá mejores resultados en la grabación que en vivo.

Sin reparos en cambio va mi apreciación a la excelente Aida de su compatriota Anja Harteros, en particular por su generosidad en lo que Kaufmann prefirió ahorrar, esto es un canto totalmente entregado al conflicto entre amor y lealtad que finalmente aniquila a su personaje. En 'O patria mia!' la voz de Harteros flotó impecablemente a lo largo de su registro, para culminar en un agudo no filado sino lleno, con un fiato digno de Rosa Ponselle. Pero ¿por qué una parte del público mugió, literalmente con sonido de vaca, cuando Harteros apareció para recoger los saludos finales? Pues porque tuvo uno de esos accidentes imperdonables para los operómanos capaces de comportarse como los peores hinchas de futbol: fue tal vez un descuido de respiración la que le impidió cubrir firmemente el pasaggio en el larguísimo ascendente de la repetición en 'O Patria mia' antes de los “mai piu” finales. De cualquier manera, prefiero rendirme a la entrega de Harteros que a la calculada expresividad de Kaufmann.

La Amneris de Ekaterina Semenchuk comenzó algo insegura pero para el momento de 'L´aborrita rivale' su articulación, color y sentido dramático le permitieron conquistar a este público tan diverso en aprobación y rechazo. La presentación de Amonasro, el más manipulador y cruel de los padres verdianos después de Rigoletto, requiere más mordente de los que supo darle Ludovic Tézier en frases como “se l’amor della patria è delitto, Siam rei tutti, siam pronti morir!” Pero su línea de canto, amplitud de registro y calidez de timbre se unieron a Harteros para una versión ejemplar del incomparable duo de amor y odio que padre e hija protagonizan a partir de “Rivedrai le foreste imbalsamate…”

Erwin Schrott cantó un Ramfis de seguro legato y enfática declamación. Particularmente efectiva me pareció su solidez tímbrica y su incisivo fraseo. En una palabra, Schrott triunfó con un rol decisivo, el de representante de un poder político ya anunciado en el preludio como el contrapeso dramático indispensable de una buena Aida. El reparto estelar fue apoyado por excelentes comprimarios, en particular la sacerdotisa de Donika Mataj y el mensajero de Paolo Fanale.







 
 
  www.jkaufmann.info back top