Sin duda “el mejor y más completo tenor de su generación” (el panegírico
empieza antes y sigue así en las dos páginas que el programa de mano dedica
al cantante) es carismático y siempre interesante aunque se le puedan
objetar a veces ‘peculiaridades’ de emisión y estilo, y en este caso el
carisma haya aparecido de forma discontinua o dosificado en diversos grados.
Llenó el auditorio (President de la Generalitat incluído) aunque el
entusiasmo fue gradual y sólo se desató en algún momento aislado y sobre
todo en los bises.
El primer problema fue la confección del programa,
que dio más protagonismo a la orquesta (que es discreta aunque hubo algunos
fallos notorios) y, ¡ay!, a su director, que es de lo más aburrido que uno
pueda oír y ver (su mano derecha sólo describe círculos de diversa extensión
con la batuta). Hizo parecer eternas las oberturas de El buque fantasma y
hasta la de La forza del destino pareció escrita por trozos y sin ningún
vuelo lírico y, peor, sin intensidad y crescendo dramático. Lo más exótico
fue una versión del aria de Micaela de Carmen para orquesta de esas que uno
no creía ya posible escuchar en un programa actual anunciada, para colmo,
como ‘preludio del acto tercero’ (no parece que sean lo mismo, hasta nuevo
aviso).
Por otra parte, es normal que si hay un fragmento sinfónico y
un aria de la misma obra vayan juntos; pues aquí empezamos la primera parte
con una deslavazada obertura de Le Cid de Massenet (especialmente carente en
el momento más típico del autor, o sea, la parte más lírica) y la terminamos
con la célebre plegaria de la misma obra (justo atrás de la versión de
Carmen antes aludida). Hubo también que escuchar el preludio del acto
tercero de Los maestros cantores y Parsifal, que sonaron exactamente iguales
y más como si provinieran de la última fatiga wagneriana. Pasaremos por alto
un fragmento del ballet escrito para las representaciones parisinas de Il
Trovatore.
Ya hablando de la prestación de Kaufmann, que apareció muy
serio hasta los bises, empezó bien con una versión de la poco
‘espectacular’, pero tan bella, aria del protagonista de Don Carlo (versión
italiana): la orquesta impidió que se oyeran la primera y la última frase
del recitativo, pero el magisterio de Kaufmann fue evidente. Como también
que en las escenas de tesitura central no recurre a sus tan famosas y
especiales medias voces. Por supuesto, un tenor que matice con pianísimos
tiene toda mi simpatía y apoyo, aunque a veces aparezcan en lugares
insólitos y en otros más evidentes no. Buena prueba fue el aria de Il
Trovatore donde las exquisiteces fueron para el recitativo y,
sorprendentemente, el aria, aunque bien cantada no fue el despliegue que uno
esperaría de legato e, incluso, de los trinos que fueron esbozados sin
materializarse.
La gran aria de Alvaro de La forza del destino tuvo
asimismo un recitativo ejemplar, un ataque magistral del aria en piano, pero
acudir al mismo recurso para rematarla no parece lo que más cuadra al
personaje ni a la situación. Es en esos momentos cuando entran las sospechas
de que se trata más bien de un modo de resolver pasajes innegociables de
otra forma, sobre todo cuando las medias voces suenan blanquecinas,
destimbradas o faltas de apoyo. El mayor éxito individual, ya en los bises,
el célebre ‘Lamento de Federico’ de L’Arlesiana, se caracterizó por una
primera parte encarada del mismo modo para decidirse por el canto franco en
la segunda.
En resumen, de todo lo italiano lo mejor fue ‘Donna non
vidi mai’ de la Manon Lescaut pucciniana, que ha encarado hace poco por
primera vez de modo admirable en Londres y repetirá pronto en Múnich. Su
pronunciación fue clara y único error reiterado fue la ‘r’ que sonó siempre
‘rr’ en contextos que requerían más suavidad.
Único ejemplo del canto
francés, ‘O souverain!’ de Le Cid estuvo muy bien cantado y articulado
aunque sin llegar al nivel de emoción de su Werther o Don José (y aquí las
medias voces disminuyeron).
Sus Wagner en cambio resultaron
imponentes tanto el monólogo de Siegmund en La valquiria (con los famosos
‘Wälse!’ cantados en gran estilo) como, aún más, la escena de Parsifal,
‘Amfortas! Die Wunde!’ en la que se destacó un estremecedor ‘Erlöse, rette
mich…!’. Aunque yo prefiero al Kaufmann liederista en concierto, es difícil
que se abra camino su idea de cantar los lieder de Wessendonck: no son para
voz masculina y, en cualquier caso, la tesitura le resulta la mayor parte
del tiempo baja e incómoda lo que afecta a la interpretación.
Al
final interpretó dos fragmentos célebres de operetas de Lehar (seguramente
en su próximo disco), de Paganini y de El país de las sonrisas (el tan
esperado ‘Dein ist mein ganzes Herz’). No hace falta llegar a comparaciones
incómodas con el pasado más lejano o más reciente, o incluso el presente
mismo; su timbre oscuro no es el ideal para el género, su interpretación no
fue lo bastante suelta en la primera ni apasionada en la segunda y cantó más
bien diciendo salvo las notas finales de cada fragmento.
Todos los
bises fueron saludados con ardor por el público, finalmente entregado, que
prolongó el ya largo concierto por casi media hora más.
Al terminar
mis reseñas de este año quisiera recordar que no pude asistir ni al
concierto de Xavier Sabata con arias barrocas para contratenor ni al
homenaje a Strauss por Ángeles Blancas (ambos en la magnífica Esglèsia del
Carme), y, entre las tantas otras manifestaciones, me quedé con los deseos
de ver a Tamara Rojo al frente del English National Ballet y a Anouk Aimée y
Gérard Depardieu, pero todo no se puede abarcar. Lo menciono porque
cualesquiera sean las reflexiones sobre los espectáculos en concreto -que
reflejan lo más honestamente posible lo que este particular cronista piensa-
conviene insistir en la importancia que reviste este Festival básicamente
sostenido de forma privado con la dirección de Oriol Aguilá: sin él no
habríamos tenido, por ejemplo (pero es sólo un ejemplo), la presencia de
tres de los tenores más apreciados y difíciles de escuchar en el mismo lugar
en menos de un mes.
|