Eran más de las 3 de la madrugada y un Jonas Kaufmann feliz y relajado
disfrutaba junto a sus anfitriones de una tardía cena en los jardines de
Peralada. Antes había atendido con seductora simpatía a los rezagados fans
que querían hacerse un selfie con el rey de los tenores. Sentado en la misma
mesa estaba su colega Jaume Aragall. La noche era propicia para las
confidencias y el artista parecía no tener prisa, a pesar de que unas horas
después debía volar a Australia. La Kaufmannmanía seguía flotando en el
ambiente después de su intenso recital, acompañado por la Orquestra de
Cadaqués dirigida con brío por Jochen Rieder.
Seguidoras haciéndose
fotos junto al cartel del artista, colas en el tenderete de venta de sus
discos y una variada ofrenda floral final al divo bávaro son solamente
algunas muestras de la admiración que despertó su presencia. El fenómeno
Kaufmann se ha instalado en Catalunya desde que hace dos años debutara en el
festival y tras su conmovedor paso por el Liceu con el Winterreise de
Schubert. Entre los que no se perdieron la cita estaban el president Artur
Mas y el conseller de Cultura, Ferran Mascarell.
De Verdi a Wagner,
pasando por Massenet. El comprometido repertorio buscaba conectar con las
diferentes sensibilidades del público. El temor de una actuación a medio
gas, después de su cancelación de una función de La forza del destino en la
ciudad alemana de Múnich, se desvaneció pronto. El bello Jonas fue de menos
a más en un inteligente crescendo que acabó de forma apoteósica en las
propinas.
Le costó coger el tono de Io l'ho perduta... Io la vidi de
Don Carlo, pero fue ganando en consistencia y cuerpo dramático con Ah si,
ben mio coll'essere, aria de Manrico de Il trovatore, y, sobre todo, con la
exigente La vita é un inferno all'infelice..., antes de llegar a la
clamorosa Ô souverain, ô juge de Le Cid. El cantante ya había mostrado la
versatilidad de su voz de tonos oscuros pero llena de riquísimos matices. La
belleza de sus pianos y la fuerza de sus agudos, expuestos con un fraseo
exquisito y su acreditada expresividad, llegaron hasta el último rincón del
auditorio. Pero fue con el impresionante monólogo de Siegmund en La
valquiria y con la inmensa recreación de Amfortas die wunde de Parsifal
donde consiguió transmitir mayores emociones.
ACLAMADOS BISES / Su
flexibilidad vocal encontró perfecto acomodo en los aclamados bises. Donna
non vidi mai de Manon Lescaut, el imponente Lamento di Federico de
L'arlesiana y dos explosivas arias de opereta de Léhar cerraron una velada
en la que hubo un exceso de piezas orquestales.
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