Proopera, Septiembre/Octrubre 2014
por Eduardo Benarroch
 
Puccini: Manon Lescaut, Royal Opera House London, June 17, 2014
 
Manon Lescaut en Londres
 

La Royal Opera House tiene la buena costumbre de presentar espectáculos de alta calidad visual, y el público lo disfruta. Pero el espectáculo operístico debe ser por definición algo que satisfaga al oído y también al intelecto, si bien esta última parte no sea la consideración principal de esta casa.

La nueva producción de Jonathan Kent es una coproducción con Shangai. Qué pensarán los chinos de Puccini después de ver esta producción sólo se puede adivinar, pero de verismo
no aprenderán. Guste o no, el género requiere pasión y total entrega, mas un ambiente que lo ayude. Un hotel de dos pisos con una escalera de caracol a un costado, más un casino adosado,
sirvieron para hacer estirar los cuellos de los sentados en la platea y quién sabe hasta dónde los sentados en los pisos de arriba pudieron ver. La escalera de caracol hubo de ser usada por Des Grieux, Geronte de Ravoir, Manon y su hermano Lescaut, y no debe haber quedado un cuello sano en todo el teatro.

El segundo acto ubica la acción en una jaula o caja. En ella se encuentra una Manon Barbie doll, vestida como una muñeca con peluca rubia. Este acto crucial para entender al personaje central pasó sin pena ni gloria: el único momento rescatable fue cuando ella decide volverse a la enorme cama en forma displicente, insegura de dejar tanto lujo. El público estalló
de risa. El tercer y cuarto actos encuentran a la pareja en un ambiente sórdido, pasando al desierto a través de un cartelón, y del otro lado se encuentra una autopista cortada. ¿Cuantas veces se ha visto este recurso ya gastado? ¿Y cuantas veces se ha entendido? ¿Es necesario repetirlo como un cliché? La escena no añadió nada nuevo y estiró nuevamente los cansados cuellos del público.

Hoy en día no hay tenor más famoso que Jonas Kaufmann. ¿Por qué entonces la figura dominante y más convincente fue la de Christopher Maltmann como Lescaut? Quizás porque este excelente artista fue la única figura creíble en escena, que daba lecciones de actuación a sus colegas. Su canto y dicción fueron ejemplares. Si bien la caracterización concebida por Kent fue errónea, Lescaut es un oportunista y no un criminal menor.

Por su parte, Kristine Opolais lució una voz pareja, segura, de pocos matices, con un agudo dramático poco poderoso, pero su actuación fue bastante convincente si bien artificial, como su Des Grieux. ¿Y qué decir de Kaufmann? Su canto fue impecable, su fraseo inteligente, su voz está en un muy buen momento, pero su caracterización podría haber calzado una decena de roles similares. Su voz tiende a ser monocroma y eso le quita relevancia, y como actor siempre hace los mismos movimientos, dándole la apariencia de artificialidad.

Maurizio Muraro no tuvo esos problemas con Geronte de Ravoir: su voz sonó autoritaria, bien en rol y, aunque es un rol bidimensional, le dio algo de relieve. Cayó en las manos de
Antonio Pappano la tarea de mostrar pasión y cariño por una partitura muy influenciada por Wagner. Pappano la hizo tomar vuelo con su acostumbrado sonido brillante y emocionante,
justamente con la pasión que faltaba en escena.



 






 
 
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