La Royal Opera House tiene la buena costumbre de presentar espectáculos de
alta calidad visual, y el público lo disfruta. Pero el espectáculo
operístico debe ser por definición algo que satisfaga al oído y también al
intelecto, si bien esta última parte no sea la consideración principal de
esta casa.
La nueva producción de Jonathan Kent es una coproducción
con Shangai. Qué pensarán los chinos de Puccini después de ver esta
producción sólo se puede adivinar, pero de verismo no aprenderán. Guste o
no, el género requiere pasión y total entrega, mas un ambiente que lo ayude.
Un hotel de dos pisos con una escalera de caracol a un costado, más un
casino adosado, sirvieron para hacer estirar los cuellos de los sentados
en la platea y quién sabe hasta dónde los sentados en los pisos de arriba
pudieron ver. La escalera de caracol hubo de ser usada por Des Grieux,
Geronte de Ravoir, Manon y su hermano Lescaut, y no debe haber quedado un
cuello sano en todo el teatro.
El segundo acto ubica la acción en una
jaula o caja. En ella se encuentra una Manon Barbie doll, vestida como una
muñeca con peluca rubia. Este acto crucial para entender al personaje
central pasó sin pena ni gloria: el único momento rescatable fue cuando ella
decide volverse a la enorme cama en forma displicente, insegura de dejar
tanto lujo. El público estalló de risa. El tercer y cuarto actos
encuentran a la pareja en un ambiente sórdido, pasando al desierto a través
de un cartelón, y del otro lado se encuentra una autopista cortada. ¿Cuantas
veces se ha visto este recurso ya gastado? ¿Y cuantas veces se ha entendido?
¿Es necesario repetirlo como un cliché? La escena no añadió nada nuevo y
estiró nuevamente los cansados cuellos del público.
Hoy en día no
hay tenor más famoso que Jonas Kaufmann. ¿Por qué entonces la figura
dominante y más convincente fue la de Christopher Maltmann como Lescaut?
Quizás porque este excelente artista fue la única figura creíble en escena,
que daba lecciones de actuación a sus colegas. Su canto y dicción fueron
ejemplares. Si bien la caracterización concebida por Kent fue errónea,
Lescaut es un oportunista y no un criminal menor.
Por su parte,
Kristine Opolais lució una voz pareja, segura, de pocos matices, con un
agudo dramático poco poderoso, pero su actuación fue bastante convincente si
bien artificial, como su Des Grieux. ¿Y qué decir de Kaufmann? Su canto fue
impecable, su fraseo inteligente, su voz está en un muy buen momento, pero
su caracterización podría haber calzado una decena de roles similares. Su
voz tiende a ser monocroma y eso le quita relevancia, y como actor siempre
hace los mismos movimientos, dándole la apariencia de artificialidad.
Maurizio Muraro no tuvo esos problemas con Geronte de Ravoir: su voz
sonó autoritaria, bien en rol y, aunque es un rol bidimensional, le dio algo
de relieve. Cayó en las manos de Antonio Pappano la tarea de mostrar
pasión y cariño por una partitura muy influenciada por Wagner. Pappano la
hizo tomar vuelo con su acostumbrado sonido brillante y emocionante,
justamente con la pasión que faltaba en escena.
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