El Mercurio, 6 DE JULIO DE 2013
POR JUAN ANTONIO MUÑOZ H.
 
Verdi: Il trovatore, Bayerische Staatsoper, 27. Juni 2013
 
Después de “El trovador” de Munich, en la ópera todo es posible
 
El debut de Jonas Kaufmann y de Anja Harteros en los papeles de Manrico y Leonora, en la apertura del Festival de Múnich 2013, vino acompañado de una puesta en escena insólita, con un fuerte planteamiento teórico detrás, pero también sumamente controvertida.
 

No hay vuelta atrás en la renovación escénica de la ópera. Algunos tendrán que resignarse y tratar de entenderlo. Hoy, tras todos los espectáculos líricos hay una propuesta, y el nombre del director escénico figura en los programas y carteles en caracteres tan grandes como el del director musical. Con la llegada de hombres de teatro cuyo imaginario se ha forjado fuera de la ópera y que participan del hecho artístico con el fondo de los paradigmas ideológicos bombardeados del siglo XX, las interpretaciones están a la orden del día y no son una excepción.

Hay títulos en los que a nadie le causa mayor problema cuando se explora en su trama. Es el caso de óperas tipo “Fidelio” (Beethoven), “Elektra” (Strauss), “Lulú” (Berg) o “The Rake’s Progress” (Stravinsky), pero cuando llegamos a “La Bohème” (Puccini), “Lucrezia Borgia” (Donizetti) o “La Traviata” (Verdi), esta última alimento dilecto de los innovadores, la pradera se enciende.

Es el caso de la obra escogida para abrir el Festival de Munich 2013. La produción de “El trovador” diseñada por el régisseur, filósofo y teólogo Olivier Py, ex director del Teatro Odeón de París, parte desde algunos conceptos atractivos, pero se pierde en la exposición.

Hay dos puntos que son muy interesantes. El primero, la intención de dar cuenta de la circularidad del tiempo, con los acontecimientos pasados contaminando el presente de manera ineludible; y el segundo, la mirada fría sobre el personaje de Azucena, vista como una mujer cuya tragedia la lleva a ejecutar su venganza de manera contumaz. Así, cuando la gitana devela el nombre de Manrico, no lo hace en un rapto de inconciencia sino a propósito, para obligar el desastre. Además, ella ha desarrollado un amor extraño por este hijo postizo, cercano a la relación entre Yocasta y Edipo, al punto que se le mete en la cama, lo toca no como una madre y hasta lo besa, situaciones que él, a punto de perder la paciencia por esta mujer obsesiva que cuenta historias recurrentes, soporta a duras penas.

Acto de magia La idea central de Py es que ninguno de los cuatro protagonistas puede escapar de su historia, de manera que cuanto dicen y sienten, es el resultado de hechos que ya ocurrieron, y por eso no tienen oportunidad de vivir su propia vida. Hasta ahí, todo aceptable. Pero Py parece sufrir horror vacui y repleta la escena de “otras escenas”, sin jerarquizar elementos, tal vez apuntando a que la psiquis humana actúa siempre motivada por todo y no solo por algunas situaciones.

Pero poner eso en un escenario es imposible. Así, la lluvia ininterrumpida de imágenes de pesadilla, con su combustible mezcla de estilos y épocas, lleva a la audiencia, a la velocidad del rayo, por múltiples niveles y cuadros. Comparece la madre de Azucena, anciana y desnuda, a quien vemos incluso al momento de su ejecución; asistimos al parto de Azucena y a su error fatal; desfilan procesiones de la Inquisición y también unos fetos gigantes; los amigos de Manrico recuerdan a los contrabandistas de “Carmen”... Encima, Leonora es ciega, asunto inexplicable, y cuando en “Tacea la notte placida” evoca a Manrico, un bailarín con el torso desnudo y la cabeza con una máscara de animal la rodea, la abraza y hasta la manosea.

Pierde el foco Olivier Py, y sus buenas ideas terminan por no entenderse, a la vez que el espectador queda abrumado por la cantidad de ingredientes concertados y por el fuerte contraste entre las luces de neón y el negro dominante. Si todo eso es poco, durante el intermedio, los propios intérpretes de Azucena (Elena Manistina) y Manrico (Jonas Kaufmann), ante el público, deben ejecutar un acto de magia, donde la gitana parte en dos a su supuesto hijo.

¿Y la música?
Notable y personal la dirección musical de Paolo Carignani, quien extrajo de la espléndida Bayerisches Staatsorchester un sonido italiano denso y arrebatador, y que recorrió la partitura con variaciones de dinámica y tempi, oscureciendo y aclarando los timbres a su gusto. Una lectura refrescante y provocativa... y muy verdiana, sin embargo. La pobre soprano Anja Harteros, de canto inmaculado, que asumía su primera Leonora, se vio incómoda sometida a la ceguera impuesta a su personaje. No es para ella el aria inicial, cuya cabaletta no puede cantar a plena voz, pero su último acto completo fue un derroche de musicalidad, buen gusto y emoción. Su “D’amor sull’ali rosee” fue ovacionado. Jonas Kaufmann cantaba su primer Manrico, al que aportó un color vocal no habitual en el personaje, en el que acentuó masculinidad y al que mostró en sus facetas de amante, luchador y también de víctima de una difícil relación madre-hijo y de una historia familiar trágica. Apasionado en “Deserto in terra”, su “Ah, si ben mio” fue un prodigio de canto en línea y dulzura, mientras que la cabaletta tenoril por antonomasia, “Di quella pira”, trajo un Manrico cercano a Otelo, con un Si natural sólido como una columna (el Do quedó en reserva, aunque está en su próximo CD consagrado a Verdi y anunciado para septiembre). Por color vocal, entrega y estilo, Kaufmann está destinado a seguir tras el compositor de Roncole. De hecho, ya prepara su Don Alvaro de “La Fuerza del Destino”, que canta desde diciembre también en Munich.

Alexey Markov (Conde de Luna) tiene un material poderoso en volumen y se extiende bien al agudo y el grave, pero es un barítono claro, lo que complica las cosas cuando el tenor parece un barítono. Elena Manistina, quien cantó una recordada Ulrica (“Un Baile de Máscaras”) en Chile en 2008, ofreció una Azucena enfática, sólida en agudos y graves, pero de empuje continuamente agresivo y dicción italiana perfectible.

Translation:

After “The Troubadour” in Munich, it is all possible in opera
Por Juan Antonio Muñoz H.
EL MERCURIO

The opera staging renewal is here to stay. Some will have to resign themselves and try to understand it. Today, behind every lyric event is a proposal, and the stage director’s name is on programmes and billboards in so big characters as those of musical director’s. With theater men arriving and their imaging being forged out of the opera and taking part in the artistic event with the XX century’s bombed ideologic paradigms on the background, readings of it are the order of the day and they are not an exception.

There are titles whose plot analysis is not a big problem to anybody. It is the case of operas such as “Fidelio” (Beethoven), “Elektra” (Strauss), “Lulu” (Berg) or “The Rake’s Progress” (Stravinsky), but when it comes to “La Boheme” (Puccini), “Lucrezia Borgia” (Donizetti) or “La Traviata” (Verdi), which is innovators’ favoured food, plains set on fire.
It is the case of the opera chosen to open the 2013 Munich Festival.

“The Troubadour” production, designed by the régisseur, philosopher and theologue Olivier Py, Paris Odeon Theater former director, begins with any appealing concepts, but then it loses its way on the exposition. There are many interesting points. First, the intention of accounting for time circularity, with past events unavoidably staining the present time; and second, a cold looking at character of Azucena, seen as a woman whose tragedy leads her to stubbornly take vengeance. So, when the gypsy reveals the name of Manrico, she does not do it in a fit of unconsciousness but deliberately, to force a disaster. Further, she has developed a strange love for this artificial son, close to relationship between Jocasta and Oedipus, to the extent to introduce herself in his bed, she touches him not as a mother and even she kisses him, a situation that he, almost losing his patience for this obsessive woman who tells stories time and again, hardly endures.

The Py’s core idea is that none of the four characters can escape from his history, so all they say and feel, is a result of facts which already happened, and it is why they have no opportunity to live their own life. To here, all is fine. But it seems that Py suffers horror vacui and fills up the scene of “other scenes”, without arranging hierarchically any elements, perhaps thinking that human psyche works always driven by everything and not only by any situations.

But putting it on stage is quite impossible. Thus, the endless rain of nightmarish images, with its combustible mixture of styles and times, leads audience, at full speed, through many levels and pictures. Azucena’s mother appears, old and naked, and even we saw her being executed; we are present at Azucena’s delivery and her fatal mistake; Inquisition processions and also huge fetuses pass; Manrico’s friends remind smugglers in “Carmen”… Furthermore, Leonora is blind, something unexplainable, and when in “Tacea la notte placida” she evokes Manrico, a dancer stripped to the waist and with an animal mask on his head rounds her, hugs her and even fingers her.

Olivier Py loses sight of focus, and his good ideas end up by not being understood, as the audience feel overwhelmed by the number of ingredients united and by strong constrast between neon lights and prevailing blackness.

As if all of that was not too much, during interval, the performers themselves, Elena Manistina as Azucena and Jonas Kaufmann as Manrico, have to do a magic act to the audience, where the gypsy splits in half her supposed son.

And the music?
Remarkable and personal is the musical direction by Paolo Carignani, who took out of the magnificent Bayerisches Staatsorchester an Italian dense and captivating sound, and who went over score with dynamics and tempi variations, darkening and clearing timbres at will. A refreshing and provocative —and so Verdian— reading, however.

The soprano Anja Harteros seemed uncomfortable, subjected to blindness imposed to Leonora. The first aria (“Tacea la note placida”) is not for her, because she cannot sing in a full voice the cabaletta in it, but her final whole act was a lavishness of musicality, good taste and emotion. Her “D’amor sull’ali rosee” was acclaimed.

Jonas Kaufmann sang his first Manrico giving it a burning dark voice not seen often in this character, on which he emphasized its masculinity, and which he showed it as a lover, struggler and also a victim of a hard mother-son relationship and a tragic family story. Passionate in “Deserto in terra”, his “Ah, si ben mio” was a prodigious singing in line and sweetness, even as the tenor cabaletta by antonomasia, “Di quella pira”, brought a Manrico closer to Otello, with a natural B, solid as a column (the Do remained reserved, though it is in his next CD dedicated to Verdi and which is expected for September). For his vocal color, devotion and style, Kaufmann is bound to follow the Roncole composer. In fact, he is already making ready his Don Alvaro in “La Forza del Destino”, which he is going to sing on December in Munich too.

Alexey Markov (Count di Luna) has a powerful stuff in volume and he reaches well to sharp and deep tones, but he is a clear baritone, so things get complicated when a tenor looks like a baritone. Elena Manistina offered an Azucena who was emphatic, sound in sharp and deep tones, but with a push always aggresive and an Italian pronunciation that can be improved.



 






 
 
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