Había prometido que su recital en Peralada inyectaría el virus de la ópera y
cumplió a rajatabla. Hubo una buena representación de su amplio repertorio,
pero los aficionados más alejados de este arte recibieron suficientes
estímulos como para engancharse a la lírica. Era casi la una de la madrugada
del miércoles para el jueves y Jonas Kaufmann todavía estaba sobre el
escenario atendiendo la demanda de un público que no quería que se fuera.
Sonaron las notas de Core 'ngrato y nadie en el auditorio fue ya capaz de
contener la excitación.
Era el quinto y último bis de una tanda que
arrancó con un luminoso E lucevan le stelle de Tosca. Una pieza de opereta y
dos canciones italianas más, entre ellas la romántica No ti scordar di me,
de Ernesto de Curtis, redondearon una velada inolvidable que acabó con el
personal en pie para rendir homenaje a un artista que se había entregado a
la ópera francesa y alemana, pero mostrando especialmente la fuerza de su
lírico corazón italiano.
Cada nueva aparición en escena era recibida
con entusiastas bravos. «Eres el mejor», le gritó una encendida espectadora.
«Eres el número uno», remataban desde el otro lado de la platea. Alguien
hasta tuvo el atrevimiento de pedirle que cantara Rosó. Y es que el clima de
emoción que había sido capaz de transmitir el bello Jonas en cada una de sus
intervenciones se había acrecentado en cada nuevo paso de una gala, en la
que también tuvo protagonismo, aunque con altibajos, una implicada Orquestra
de Cadaqués dirigida por un premioso Jochen Rieder.
GRAN PODERÍO / El
tenor bávaro derrochó generosidad en una noche que puso a prueba su
capacidad vocal y dramática. Y lo hizo sin efectismos y fiel a su libro de
estilo, saltando de un compositor a otro para mostrar las diferentes
tesituras que es capaz de recrear. El artista exhibió una inmaculada y muy
personal línea de canto. El poderío y musicalidad de su instrumento vocal,
así como la calidad de su timbre y un exquisito fraseo se pusieron de
manifiesto durante toda la velada. La potencia sonora de sus agudos,
utilizados en las más exigentes arias wagnerianas o veristas, contrastó con
la delicadeza de sus matizados pianísimos.
Kaufmann es un cantante
que asume calculados riesgos. Lo hizo con la poco conocida aria de Romeo y
Julieta de Zandonai, elegida con afán de rescate y también con L'improvisso
de la verista Andrea Chenier, con una dificultad solo al alcance de grandes
tenores. Con ella elevó el listón de su capacidad dramática y algo parecido
ocurrió con Mamma quel vino é generoso de Cavalleria rusticana, acogida con
repetidas aclamaciones.
Capítulo aparte mereció su interpretación del
aria de la flor de Carmen, en la que mostró la belleza de su color de voz.
¡Y qué decir de sus recreaciones de puro intérprete wagneriano del
Winterstürme de La valquiria y la imponente In fernem Land de Lohengrin!
Con la mano en el corazón, y las mangas de su camisa arremangadas, el
tenor se despidió de Peralada. Ya estamos contando los días para su regreso,
aunque para paliar esta ausencia el festival ya ha anunciado que el año
próximo programará Norma con Sondra Radvanovsky. Que no sea por falta
emociones.
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