La Vanguardia, 23/08/2012
Maricel Chavarría
 
Konzert, Festival de Peralada, 22. August 2012
 
Resistirse a Jonas Kaufmann
 
El público de Peralada sucumbe al embrujo del tenor alemán, que le brinda una versátil gala de clausura | Kaufmann es el menos afectado de los tenores, su elegancia -quizás por el yoga- no es una impostura
 

Faltan unos minutos para que la gala con la que Peralada clausura su 26.ª edición comience. Jonas Kaufmann los dedica a practicar un poco de yoga. No comprende cómo en su época de estudiante nadie le habló de lo importante que es para tener la voz a punto desperezar antes el cuerpo con una respiración profunda. "Es magnífico para el alma; lo considero imprescindible aunque hay muchos cantantes que no lo hacen", comenta.

La suya será esta noche una gala de embrujo, de las de cerrar los ojos y dejarse llevar. O mantenerlos bien abiertos. Porque el tenor alemán se encuentra a sus 43 años entre las figuras más atractivas de la escena lírica, dicho esto en el más amplio de los sentidos. Es un hombre que no lo ha tenido fácil. El suyo es un boom que llega tras años de carrera y tras haber estado al borde de dar al traste con su voz. Fue en Brooklyn, en Nueva York, donde se le apareció la virgen en forma de educador vocal para advertirle que su forma de trabajar le estaba llevando al desastre. Ahora podríamos estar frente a otro Villazón, pero sin ni siquiera haber rozado el cielo, y sin embargo, tras modificar la técnica y diseñar la progresiva incorporación de nuevos repertorios, hete aquí a un solvente Kaufmann.

Hoy es el gran tenor alemán, junto con Klaus Florian Vogt, que se ha especializado en Wagner y al que, de hecho, veremos en el desembarco de Bayreuth en el Liceu. Kaufmann en cambio juega la carta de su versatilidad, lo que le convierte en una figura más mediática y capaz de erizar el vello de la nuca de todo un auditorio nada más empezar una gala. Este es el caso de esta noche en Peralada. Todo empieza con la Obertura instrumental de La forza del destino. Y el público cae, se dobla, se debate entre abrirse al pinchazo de la belleza o tomárselo con desenfado, como quien se toma un aperitivo. Pero inmediatamente Kaufmann pone en marcha su savoir faire y llegan Cielo de mar de La Gioconda (Ponchelli) y suena el Intermezzo de Manon Lescaut (Puccini), aunque no importa a qué títulos pertenecen las piezas. Al público les suenan y con eso basta para conectar con la emoción.

Jonas Kaufmann es el menos afectado de los tenores, su aplomada elegancia -quizás sea por sus horas de yoga- no es una impostura; sencillamente trata de meterse en cada papel y brindarlo sin demasiada purpurina.

La Orquestra de Cadaqués, aquí dirigida por un colega del tenor, Jochen Rieden, avanza con buen tino a su lado. Y llega el momento de detenerse en Carmen de Bizet, la ópera que Kaufmann interpreta este verano en Salzburg con Simon Rattle. El tenor nacido en Munich dice no verse como un perfecto Don José, no al menos un Don José navajero, pero todo su cuerpo, incluido su lenguaje gestual y su barba de tres días, esbozan al mito ibérico. ¡Ay!

Para cuando suena el Intermezzo de Cavalleria Rusticana de Mascagni y el tenor canta Mamma, quel vino è generoso, ya es tarde para echar el freno. Hay que salir a respirar. Nos espera una segunda parte con Rossini (también instrumental) y Giordano, y un minifestival Wagner, con tres momentos de Lohengrin y uno de Die Walküre. Como un mago, Kaufmann consigue imponer cierta densidad. El nudo gordiano se resuelve en los generosos bises. Canta E lucevan le stelle de Tosca -oh, dios mío- y se hace inevitable recordar a Plácido. Y va a acabar con Non ti scordar di me de Ernesto Decurtis. El aplaudímetro se dispara.

 






 
 
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