ProÓpera, Marzo - Abril 2013
por Massimo Viazzo
 
Wagner: Lohengrin, Teatro alla Scala, Dezember 2012
 
Lohengrin en Milán
 

¡Gran inauguración en la Scala! La visión psicoanalítica que caracterizó fuertemente el Lohengrin de Claus Guth indudablemente sorprendió al público scaligero, pero qué coherencia dramatúrgica tuvo. Guth ambientó la opera a mediados del siglo XIX, prácticamente en la época de su creación, quitando cualquier referencia al mundo medieval evocado en el libreto.
Lo que le interesaba al regista no era el aspecto fantástico y de fábula de la obra sino la profundidad de la psique de los dos protagonistas, que fue puesta al desnudo y situada en primer plano.

Fue así como Elsa misma evocó con su sueño interior la aparición del caballero del cisne, el que debía ayudarla y apoyarla en la adversidad de su vida tormentosa. Pero aunque el mismo Lohegrin fue literalmente lanzado en este mundo, “otro” mundo que no era el suyo (memorable fue su entrada en posición fetal, titubeante, tembloroso, casi un nuevo nacimiento) se presentó como un individuo en la búsqueda de sí mismo. ¿Quién es el Caballero del Cisne? ¿Es un protector, un redentor, o posee también miedos y debilidades? Fue aquí donde Guth completó de modo sorprendente la visión dramatúrgica de la obra maestra wagneriana, captando en el protagonista la dicotomía que se crea entre su comportamiento y su ser, y la tarea para la que fue llamado por las multitudes en la búsqueda de su propio “yo” íntimo y secreto. Es por ello que el Lohengrin de Guth es absolutamente anti-heróico, que al final de la ópera sale de la escena, muriendo, y de manera espectacularmente simétrica a la que ingresó.

Excepcional fue la prueba de Jonas Kaufmann, absolutamente el mejor Lohengrin en circulación al día de hoy. El tenor bávaro cantó un Lohengrin muy delicado y en la búsqueda constante de
la expresividad, íntimo y sobre todo muy humano. Con una sólida emisión y una extraordinaria seguridad en la definición del fraseo, Kaufmann electrizó al público. Su ‘In fernem Land’ fue diáfano y conmovedor, y es ya una de las páginas cumbres escritas en la historia reciente del máximo teatro milanés.


Muy bien estuvo también Anja Harteros, una Elsa de gran carisma vocal, lírica y luminosa, aunque también atormentada.

La desbordante Ortrud de Evelyn Herlitzius, y el muy áspero Telramund de Tomas Tomasson formaron la pareja de “malos”.

Suave en su timbre, pero un poco problemático en los agudos estuvo el bajo alemán René Pape en el papel del Rey, mientras que no siempre estuvo a punto en la entonación el Heraldo de
Željko Lučić. Al final, de gran espesor fue la prueba de dirección de Daniel Barenboim: agógica, muy móvil y siempre muy teatral.



 






 
 
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