¡Gran inauguración en la Scala! La visión psicoanalítica que caracterizó
fuertemente el Lohengrin de Claus Guth indudablemente sorprendió al público
scaligero, pero qué coherencia dramatúrgica tuvo. Guth ambientó la opera a
mediados del siglo XIX, prácticamente en la época de su creación, quitando
cualquier referencia al mundo medieval evocado en el libreto. Lo que le
interesaba al regista no era el aspecto fantástico y de fábula de la obra
sino la profundidad de la psique de los dos protagonistas, que fue puesta al
desnudo y situada en primer plano.
Fue así como Elsa misma evocó con
su sueño interior la aparición del caballero del cisne, el que debía
ayudarla y apoyarla en la adversidad de su vida tormentosa. Pero aunque el
mismo Lohegrin fue literalmente lanzado en este mundo, “otro” mundo que no
era el suyo (memorable fue su entrada en posición fetal, titubeante,
tembloroso, casi un nuevo nacimiento) se presentó como un individuo en la
búsqueda de sí mismo. ¿Quién es el Caballero del Cisne? ¿Es un protector, un
redentor, o posee también miedos y debilidades? Fue aquí donde Guth completó
de modo sorprendente la visión dramatúrgica de la obra maestra wagneriana,
captando en el protagonista la dicotomía que se crea entre su comportamiento
y su ser, y la tarea para la que fue llamado por las multitudes en la
búsqueda de su propio “yo” íntimo y secreto. Es por ello que el Lohengrin de
Guth es absolutamente anti-heróico, que al final de la ópera sale de la
escena, muriendo, y de manera espectacularmente simétrica a la que ingresó.
Excepcional fue la prueba de Jonas Kaufmann, absolutamente el
mejor Lohengrin en circulación al día de hoy. El tenor bávaro cantó un
Lohengrin muy delicado y en la búsqueda constante de la expresividad,
íntimo y sobre todo muy humano. Con una sólida emisión y una extraordinaria
seguridad en la definición del fraseo, Kaufmann electrizó al público. Su ‘In
fernem Land’ fue diáfano y conmovedor, y es ya una de las páginas cumbres
escritas en la historia reciente del máximo teatro milanés.
Muy bien estuvo también Anja Harteros, una Elsa de gran carisma vocal,
lírica y luminosa, aunque también atormentada.
La desbordante Ortrud
de Evelyn Herlitzius, y el muy áspero Telramund de Tomas Tomasson formaron
la pareja de “malos”.
Suave en su timbre, pero un poco problemático
en los agudos estuvo el bajo alemán René Pape en el papel del Rey, mientras
que no siempre estuvo a punto en la entonación el Heraldo de Željko
Lučić. Al final, de gran espesor fue la prueba de dirección de Daniel
Barenboim: agógica, muy móvil y siempre muy teatral.
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