Mundoclasico, 26/12/2012
Jorge Binaghi
 
Wagner: Lohengrin, Teatro alla Scala, 18. Dezember 2012
 
Casi perfecto
 

Habrán visto muchos la transmisión por Arte o Rai 5 de la tradicional velada de inauguración de la temporada de uno de los primeros teatros líricos del mundo (7 de diciembre, San Ambrosio). Con respecto a la misma hubo un cambio de importancia ya que en la fecha a la que me refiero podía finalmente, superada una enfermedad importuna e inoportuna, presentarse en el papel protagónico femenino Anja Harteros, quien había sido la elegida en un principio y había realizado el ensayo general. Por el resto, el espectáculo fue, si cabe, mejor que entonces, más asentado y sin el factor sorpresa de la nueva producción de Guth.

Diré enseguida que no me pareció acertada, pero ciertamente fue pensada y muy trabajada, en nada comparable a cosas como la desdichada Carmen de París. Tampoco tuvo nada que ver con ciertos disparates que el propio director ha cometido en otras oportunidades (estoy pensando concretamente en el horrible Ballo de Amsterdam). Es posible no coincidir con la transposición a la época de la composición (un juicio de Dios en singular combate no suena muy coherente), pensar que el buceo psicológico-psicoanalítico llega demasiado lejos y fuera de la música (que no nos dice que Elsa es una desequilibrada ni Lohengrin un joven que se busca y no se encuentra, para nada caballero refulgente, sino casi un cisne él mismo -como lo demuestran sus aleteos iniciales y finales-, ya que al parecer muere también él, ni que Ortrud tenga poco de pagana y ‘diversa’ y sí mucho en común con cierta imagen represora por momentos demasiado parecida a Cosima Wagner), o que no puede ser que cuando el autor prevé espacios abiertos estos sean cerrados y viceversa (primer y tercer acto) o que cuando es claramente de día sea de noche, o condenar al coro a moverse la mayor parte del tiempo en las galerías superiores de un palacio, pero si se admite, funciona; y si no se admite, no molesta demasiado (aunque me gustaría alguna vez que los cantantes protestaran por tener que ir descalzos o con los pies en el agua -que hace además ruido cuando Lohengrin se quita sin demasiada prolijidad los zapatos en la escena de boda- y sobre todo porque, salvo el rey y su heraldo, los cuatro principales tienen en alguno o varios momentos que cantar de espaldas al director, con el estómago o la cabeza en el suelo, cosa que hacen, hay que reconocer, bien).

Pero las modas y las producciones pasan y la música (y el texto, lamentablemente a veces) queda. Será un poco larga la obra y tal vez podría serlo algo menos, pero es una de las más bellas de Wagner (sin duda, para el que esto escribe, junto con las otras dos ‘románticas’ y La Valquiria lo más entrañable del autor -y no me olvido de Tristán o Maestros, pero francamente hay momentos en que me remuevo en mi asiento).

La crítica podría detenerse aquí porque, con algunos reparos, lo demás serían loas. Y parece que es más aburrido hablar bien que hacerlo mal de los artistas. Realmente, poco se puede decir sobre la labor de Barenboim que no enhebre adjetivos monótonos de excelencia. A alguno le pueden parecer más o menos opinables algunos tiempos, pero la ópera, literalmente, ‘resplandece’ (aunque en la escena eso se niegue). La labor de la orquesta y el coro es fenomenal, el gesto del maestro alerta y preciso sin que jamás cubra a un cantante (omitido el concertante del final del primer acto, donde se escuchaban sólo por momentos las voces y en particular las femeninas), la expresividad nunca ‘reservada’ pero tampoco ‘arrebatada’: pasión y reflexión por igual, brillo y profundidad.

Las intervenciones de los comprimarios fueron siempre correctas. Si Lucic parecía con algo menos de volumen y timbre oscuro que otras veces, su presencia en el Heraldo sigue siendo un lujo (parecido al de Warren en el Met en 1940. En aquella ocasión el legendario barítono dijo que había decidido dejar Wagner después de esta prueba porque cada vez que cantaba como creía correcto lo que se oía era Verdi: para pensar, Lucic el primero). Tomasson mejoró mucho su muy mediocre prestación vocal del primer día, pero el agudo sigue siendo rígido y difícil (comprensible ya que en su origen este buen cantante era un bajo que ha decidido definitivamente ser barítono).

Pape no es ciertamente el joven rey que hace unos veinte años escuché en Londres, ni falta que hace. Hoy es un personaje maduro, de color espléndido y canto rotundo (como artista no puede comprensiblemente hacer mucho ni con una producción ‘conceptual’ que aportar su excepcional presencia escénica) con algún extremo agudo más metálico o fijo que antes (¿Y qué? Un gran cantante que se mantiene en primer plano tiene derecho a esta evolución porque se la ha ganado con trabajo duro y asiduo). Herlitzius es una voz peculiar: soprano entre spinto y dramática, pero con grave pobre, excelente centro, agudo fácil pero muchas veces estridente, no es vocalmente ideal para Ortrud, pero convence por su típica entrega en cuerpo y alma al personaje que encarna.

Harteros es una de las sopranos más completas que hoy se pueden escuchar en un escenario: voz bella, homogénea, bien emitida, extensa aunque no de gran volumen (ni falta que hace, y menos en este personaje), medias voces de ensueño (entre el ensueño y la evasión de la realidad al desequilibrio hay un buen trecho) y una actuación conforme a lo que el director le ha indicado aunque tenga que treparse a un árbol a ver si llega o no su héroe, o sufrir ataques de desvanecimiento cada diez minutos (uno de los pocos justificados es cuando Ortrud le cierra violentamente la tapa del piano sobre la mano. Nadie me pregunte sobre el piano ni los correctivos aplicados por Ortrud a ‘Elsa niña’ -que junto con su desaparecido hermano merodean con frecuencia por el escenario).

Lo mismo y más dígase de Kaufmann. El papel parece escrito para él. Quizá abuse algo de su magnífica media voz en la primera parte de ‘In fernem Land’, pero junto con su José aquí mismo y su Florestán en Lucerna son sus tres actuaciones más perfectas. Tal vez esta sea la mejor de las tres por la marcación difícil de su personaje, que realmente no sé quién más podría realizar. La voz corrió fácil en toda la gama y la articulación y el fraseo fueron simplemente de frotarse los ojos. Todos, pero particularmente él, fueron recibidos con ovaciones y flores.



 






 
 
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