La producción de Des McAnuff se estrenó el martes 29 en el Metropolitan
Opera House, protagonizada por Jonas Kaufmann, René Pape y Marina
Poplavskaya.
Si ya alguna vez “Madama Butterfly” (Puccini) terminó
con la explosión de la bomba atómica en Nagasaki, ¿por qué no “Fausto”
(Gounod), con su desvarío existencialista, moral y religioso, podría no
tener lugar a mediados del siglo XX tras la Segunda Guerra Mundial?
Des McAnuff, director artístico del Festival Shakespeare de Stratford
(Canadá), lo demostró ya en 2010 en Londres, en una producción aplaudidísima
de la English National Opera que desde el martes 29 se puede ver en el MET
neoyorquino.
“Hace años escuché una historia acerca de un físico
nuclear que volvía a visitar Nagasaki y que resuelve no practicar la física
nuclear de nuevo”, dice McAnuff. “Esto me parece que tiene mucho que ver con
el ‘Fausto’ de Goethe, que repasa su vida y que al término de ella quiere
una nueva oportunidad”, agrega el también director de exitosos musicales de
Broadway como “Jersey Boys” y “Jesucristo Superestrella”.
En su
puesta, Fausto es un físico nuclear de edad avanzada, parte de un
laboratorio donde se desarrolla la bomba atómica. Minado por el
remordimiento, sueña con su pasado juvenil y recuerda momentos de la Primera
Guerra Mundial en Francia. Mefistófeles es su mentor cínico y sofisticado, y
también un agitador de masas que enloquece a la gente con sus discursos.
Las escenas de multitudes tienen efectos especiales y proyecciones
(primeros planos de los rostros de Fausto y Margarita) que son un lujo de
imaginación (¿estuvo Voldemort en Nueva York esta semana?) mientras que el
mayor desafío a la tolerancia de los líricos conservadores está en el
tratamiento de los elementos sobrenaturales: en la redención de Margarita,
por ejemplo, los ángeles son ayudantes de laboratorio vestidos con batas
blancas y libretas de notas en sus manos que suben por escalas infinitas,
mientras que los demonios resultan figuras esqueléticas como surgidas de un
barco fantasma. Margarita, por su parte, en la escena de la prisión, estará
rapada y vestida con uniforme de asilo. Como epílogo, Fausto cumplirá su
inicial intento de suicidio ingiriendo veneno.
En lo musical
—a juzgar por la transmisión radial en vivo que hizo el MET el día del
estreno— las cosas anduvieron muy bien. Jonas Kaufmann aportó a Fausto una
fuerza inusitada, convirtiéndolo en un hombre pensativo y, en cierta medida,
en un inquisidor y provocador de Mefistófeles. Como es habitual en el tenor
alemán, las palabras adquieren sentidos distintos gracias a su exquisita
capacidad para los matices; algo notable en los diferenciados cuatro “rien”
(nada) de su escena de entrada y en la ternura de “Quel trouble inconnu me
pénètre”. El Do de “Salut! demeure chaste et pure”, a plena voz, quedó
resonando en la sala, que lo ovacionó. El bajo René Pape es una
figura enorme y su Mefistófeles tuvo una convicción pocas veces vista; el
suyo fue un despliegue vocal e histriónico de proporciones. Nadie tampoco
echó en falta a Angela Gheorghiu como Margarita, quien canceló sus
presentaciones siendo sustituida por la segura y fina soprano Marina
Poplavskaya. En las manos del director canadiense Yannick Nézet-Séguin, el
“Fausto” de Gounod llegó con una fuerza metafísica impresionante y casi sin
ningún languidecer romántico. Obtuvo un sonido oscuro y denso de la
habitualmente brillante orquesta del MET, y sus tempi para el terceto final
llegaron a quitar la respiración.
Los aficionados chilenos podrán
asistir a la transmisión via satélite en directo de la función de esta ópera
del sábado 10 de diciembre, en el Teatro Nescafé de las Artes.
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