Mundo Clasico, 14 de octubre de 2014
Raúl González Arévalo
 
Werther, enfin!
 
A pesar de los lamentos sobre la decadencia del repertorio francés en los escenarios líricos mundiales y las afirmaciones de que algunos títulos emblemáticos carecen de intérpretes a la altura de otros históricos, está claro que no es el caso de Massenet, y menos aún de su Werther. En los últimos años han aparecido varias grabaciones con elementos de indiscutido interés, encabezadas por Roberto Alagna (Emi), Ramón Vargas (RCA) o Rolando Villazón (DG), a las que se unen registros audiovisuales con Marcelo Álvarez (TDK / ArtHaus Musik) y Alagna (DG). Pero ninguno ha tenido el impacto del poeta de Jonas Kaufmann.

Las características vocales del tenor alemán distan mucho de las de otras voces que han dejado una huella imborrable en el papel, ya fueran líricas (Thill, Gedda, Vanzo) o incluso lírico-ligeras (Kraus). Más incluso que a la del joven Domingo, el bronce del instrumento lo asimila más al acercamiento de Franco Corelli, errático estilísticamente. Donde sí se asemeja más al español es en la caracterización de un protagonista juvenil y apasionado (¡ninguno como Carreras en este punto!), aunque desde el respeto al estilo de la escuela francesa, sin excesos que traicionen al personaje. Además, la capacidad para aligerar la voz favorece la recreación lozana, como en la Himno a la Naturaleza, sin renunciar a la ostentación de la pujanza en el agudo. Si se le une una capacidad actoral excepcional, realzada por la dirección escénica y el montaje de vídeo, el resultado es un Werther antológico, un clásico moderno en plenitud de facultades, arrolladoramente desgarrador, particularmente en los últimos dos actos. Sencillamente impresionante, lo que justifica plenamente la reedición en blu-ray.

A diferencia del protagonista masculino, hoy día no parece haber una Charlotte de referencia. La que más se le acercaría es precisamente Sophie Koch,
protagonista asimismo de la grabación con Villazón. Al igual que en el caso de Werther, Charlotte admite voces más ligeras (Vallin, De los Ángeles, Gheorghiu), o más gruesas, como las de Troyanos u Obratzsova. La de Koch se alinea junto a estas últimas, aunque es menos oscura y suntuosa. Como ellas, puede sonar ocasionalmente pesada, incluso matronal, pero en general su instrumento hace la pareja protagonista equilibrada. La crítica francesa la aupó como la mejor Charlotte desde la Crespin, y aunque no alcanza la sutileza de matices y el magisterio teatral de su ilustre compatriota, ciertamente posee un timbre juvenil y un canto vibrante. En realidad lo que se echa en falta es una mayor personalidad que haga el personaje -uno de sus caballos de batalla- y su interpretación inolvidables, más aún teniendo a Kaufmann a su lado. Lo revela su gran escena del tercer acto, muy buena, pero no definitiva.

Como siempre ocurre con Ludovic Tézier, en particular en el repertorio francés, su Albert es intachable, lleno de clase, como el cantante, y de autoridad, vocal y moral, como corresponde al personaje. No en vano es el mejor barítono francés aparecido en décadas. Menos singular la Sophie de Anne- Catherine Gillet, en un papel complicado para destacar, aunque intenta dotarle de espesor dramático sin perder su esencia ingenua en la escena con su hermana en el tercer acto. Los demás personajes están a la altura de los cuatro principales, a comenzar por el Bailli de Alain Vernhes.

Por increíble que parezca, Michel Plasson debutaba en el foso de la Bastilla con 77 primaveras. La obra le va como anillo al dedo y ha dejado un registro antológico con Kraus y Troyanos (Emi 1979) y otro muy bueno de la versión para barítono con Hampson y Graham (Virgin 2004). En esta ocasión mantiene su concepción profundamente dramática, incidiendo en los colores oscuros de la partitura y la amplitud casi wagneriana de la orquestación, aunque siempre atento al brillo y el más mínimo detalle instrumental. Apenas se podría preferir un mayor empuje en momentos clave en los que opta por un tiempo algo ralentizado.

La puesta en escena de Benoît Jacquot es extremadamente fiel al libreto, tanto en el vestuario como en la ambientación, aunque la escenografía resulta fría. Se realza la juventud de los protagonistas y se busca una óptica visual atractiva, que se aleja del teatro tradicional para acercarse a una narrativa cinematográfica a partir de un espectáculo teatral. Así lo pondría de manifiesto el tratamiento de los primeros planos, usados para enfatizar la introspección psicológica de los protagonistas. Ciertamente su capacidad de actuación, alejada de los estereotipos estrictamente operísticos, contribuye a un resultado final muy atractivo.
 
 
 
 






 
 
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