El Nuevo Herald, 8 March 2013
Sebastian Spreng
 
Nina Stemme y Jonas Kaufmann lideran una Valquiria ‘á la rusa’
Con La Valquiria bajo la batuta de Valery Gergiev llega el primer tramo del Anillo “ruso” desde el Mariinsky en otra flamante entrega del bicentenario wagneriano de lo que ya parece ser el “año Jonas Kaufmann”. Un registro de primerísimo nivel no exento de problemas cuyo fuerte es un elenco de campanillas que envidiaría cualquier teatro o sello discográfico.

Nina Stemme y Jonas Kaufmann son los puntales de la grabación. La soprano sueca ya probó en San Francisco, la Scala y Munich que es una Brunilda completa, hasta podría aventurarse que es una como no se escucha desde sus legendarias compatriotas Birgit Nilsson y Astrid Varnay, y que, por si esto fuera poco, es diferente a sus ilustres antecesoras. Cálida, poderosa, natural, matizada, segura, con el metal y carnosidad necesarios, remonta sin dificultad los Hoyotoho iniciales hasta la vibrante última escena. Imposible dejar de mencionar un Todesverkündigung –la “Anunciación de muerte”– de antología, quizás lo mejor del registro, donde además Kaufmann redondea su retrato de Siegmund con la gravedad y poesía del mejor Jon Vickers. Doliente, visionario, inmenso; es una interpretación consumada del muniqués en el personaje que junto a Lohengrin y Parsifal mejor se aviene a sus medios. Una Brünnhilde y un Siegmund que si bien podrían recordar a la intensa solemnidad de Gwyneth Jones y Peter Hoffman en Bayreuth con Chéreau-Boulez, poseen por derecho propio una estatura wagneriana digna de elogio.

La promesa de René Pape como Wotan –un bajo en un papel de bajo-barítono– no acaba de cumplirse en aquellos tramos donde obviamente lucha con una tesitura alta que expone limitaciones del registro, especialmente en el tercer acto. No obstante, noble y elocuente, cómodo en la amplitud y profundidades del gran monólogo del segundo aporta dicción perfecta y exquisita musicalidad unidas a un entendimiento superior del papel hasta evocar a compatriotas ilustres como Hans Hotter, Friedrich Schorr o Ferdinand Frantz.

Más problemática es la Sieglinde de Anja Kampe, extraordinaria en la delineación del personaje, tierna, apasionada y vulnerable; desafortunadamente, su voz tiende a decolorarse demasiado en la zona aguda empañando su rendimiento total. Imperial la Fricka de Ekaterina Gubanova, cuyo esmalte no deja de recordar al de una madura Christa Ludwig mientras que Mikhail Petrenko traza un Hunding crudo, brutal, efectivo.

De armas tomar “ las valquirias del Mariinsky” estentóreas y atemorizantes, amén de timbres algo ingratos y ácidos, contrastan momentos de formidable sonoridad con otros donde parecerían desbocarse.

Contrastes semejantes también aplican a la orquesta del teatro –soberbios bronces, cuerdas que piden por mayor hondura, textura y color en el segundo y tercer acto– y al liderazgo de Gergiev, que alterna períodos de fiereza visceral con otros curiosamente inertes, faltos de lirismo y homogeneidad. Con un primer acto urgente y fervoroso, de sonoridad seca, casi “bayreuthiana” y tanto más logrado que los dos que siguen, el resultado es a primera vista espectacular pero sin la profundidad y sustancia necesaria, un reparo aplicable a momentos claves de la partitura (el fuego mágico, como ejemplo).

La desigual lectura de Gergiev ilumina momentos preferentemente sinfónicos pero en otros deja solo al formidable equipo vocal en la indispensable tarea de conmover. Además, la seca toma sonora en el nuevo hall de la orquesta relega inexplicablemente a un segundo plano a los cantantes.

Una dignísima Valquiria que si bien prometía más cumple en dejar testimonio para la posteridad de Stemme y Kaufmann rodeados de un elenco excepcional y la tecnología digital a su disposición. ( WAGNER, DIE WALKÜRE, GERGIEV, MARIINSKY, MARO527, 4CD).
 






 
 
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