El Mercurio / Emol, junio 19, 2020
Juan Antonio Muñoz Herrera
 
Jonas Kaufmann y Antonio Pappano firman un notable “Otello” para la posteridad
 
Tras iniciar su carrera en 1992, Jonas Kaufmann se consagró como Alfredo Germont en una producción de “La Traviata” (Verdi) del Metropolitan de Nueva York (2006). Desde entonces, su viaje alcanzó alturas impensadas con “Werther” (Massenet), “Carmen” (Bizet) y “Lohengrin” (Wagner), “Parsifal”, y otros títulos verdianos. En primer término, “Don Carlo” ­­—aplaudido en Zurich, Londres, Munich, Salzburgo, Paris y próximamente en Viena—, y luego Manrico de “Il Trovatore” (Munich) y Don Alvaro de “La Forza del Destino”, que cantó en Munich y Londres.

En el álbum dedicado a Verdi (Sony, 2013) no se incluyó a Alfredo, pero ahí están el Duque de Mantua, Riccardo, Manrico, Rodolfo, Gabriele, Carlo, Alvaro, Macduff y Otello, todos en versiones distinguidas y diferentes. Por cierto, Kaufmann siempre luce en ellas su dominio de la messa di voce, sus pianísimos y ese color oscuro, baritonal, que aporta reciedumbre y rasgos sombríos a interpretaciones que nunca son monocromas.

Deslumbra en las arias de “Ballo in Maschera”, donde su Riccardo luce ligereza en “Di’tu se fedele”, mientras que resulta un verdadero volcán sofocado en “Ma se m’èforza perderti”. “Celeste Aida” es puro lirismo tras un enérgico “Se quel guerrier io fossi!”. Su “Ah! si, ben mio” (Trovatore) destila dulzura y anticipa la pesadumbre para arremeter luego con la cabaletta tenoril por excelencia, “Di quella pira”, Do incluido. De “Luisa Miller” no podía faltar “Quando le sere al placido”, donde conduce de la indignación al dolor y luego al recuerdo angélico en “lo sguardo innamorato”. El furor colma “O inferno! Amelia qui”, de “Simon Boccanegra”, que precede los tracks de su antológico “Don Carlo”, título que —atención, señores de Sony— debiera grabar completo en francés y en italiano; sería un aporte a la humanidad que distinguiría al sello discográfico.

De “La Forza”, que se incorporaba a su repertorio en diciembre de ese año, está la escena y romanza de Don Alvaro del Acto III, “La vita è inferno all’infelice... O tu, che in seno a gli angeli”, tan compleja de estructura y con tantos saltos por el pentagrama. Se agregaba otro Carlo, bastante más desconocido, que Kaufmann cantó en 2005: el de “I Masnadieri”, donde hay que ver lo que significa cantar el exigente “Destatevi, o pietre! ... Giuri ognun questo canuto”.

Fue en ese disco donde empezó a nacer su “Otello”. Los adelantos fueron “Dio! Mi potevi scagliar” —con Kaufmann dolcissimo en “l’anima acqueto” y salvaje de rango aristocrático en “Ah! Dannazione! Pria confessi il delitto e poscia muoia!”— y “Niun mi tema”.

Con Antonio Pappano en el foso, el debut en escena de “Otello” fue en junio de 2017 en Covent Garden y lo que primero quedó claro en esas funciones es que el moro de Jonas Kaufmann sería incomparable. Sucede muy pocas veces que un artista logre hacer algo tan propio, escindido de ideas, íconos de otros tiempos y otras voces.

Su Otello es, primero, más un hombre fácilmente manipulable que un héroe guerrero. La condición de feroz general triunfante comienza y termina con su “Esultate!”, pues desde entonces Jonas Kaufmann desarrolla un personaje dubitativo hasta la debilidad, con una molesta lucha interior, incómodo e incluso hastiado de la sociedad que lo proclama victorioso.

Ya en Londres la famosa “gloria de Otello” era un triunfo externo sin correlato con lo que el moro cree o siente de sí mismo, un menoscabo quizás social o de origen que le tiene quebrada la mente y el alma.

En Múnich, en 2018 y 2019, con la conducción alternada de Kirill Petrenko y de Adam Fischer, Kaufmann siguió las interesantes y complejas reglas teatrales de la directora de escena Amélie Niermeyer quien, convirtiendo a Desdémona en la figura central de la puesta en escena, planteaba los problemas del femicidio y la misoginia, a través de una síntesis entre la herencia isabelina, el teatro de la crueldad de Strindberg, el realismo de Ibsen e incluso el expresionismo de Büchner.

Respecto de Otello, Kaufmann fue más allá. Su moro era ahora un hombre demacrado, un espectro que se auto maltrata mentalmente, que intenta remontar el estado depresivo en que se encuentra, pero que no logra hacerlo, que se hunde paso a paso en la oscuridad abismal que lo lleva al asesinato de su mujer. El resultado permitía poner a Otello en el mismo calabozo que a Woyzeck y a Peter Grimes.

El tenor, en tanto, usaba todos sus recursos vocales, desde el fortissimo al susurro, para evidenciar los matices que ese viaje suicida necesitaba, componiendo un personaje que avanza, sin poder dar pie atrás, en su obstinación asesina.

La celebrada nueva grabación de Sony (2020), convertida en top de ventas, está dirigida por el maestro Antonio Pappano, al frente de los excelentes orquesta y coro de la Accademia Nazionale di Santa Cecilia di Roma.

Desde la tormenta que abre la ópera —un anticipo climático de la tormenta emocional que se avecina— hasta los acordes morendo de los últimos compases, su versión permite atender las numerosas capas que constituyen el oceáno que es esta obra maestra y cientos de detalles en general inadvertidos —como el deambular de esos contrabajos en solitario durante el último acto— que dan cuenta de un espeso bullir de almas que caminan hacia la condena de manera inevitable.

Pappano también se propone develar la modernidad de esta música, como ocurre en el dúo de amor del primer acto, donde convergen complejidad musical y belleza: riqueza cromática, cambios de tono, audacias armónicas y matices de la instrumentación, identificados escrupulosamente por el director y en fusión con la línea vocal, se resuelven en un lirismo superior.

De una coherencia estilística radical, y siempre pendiente del drama, Pappano logra una versión refinada e intelectual de “Otello”, acorde con la opción interpretativa de Kaufmann. Esto se escucha en toda la grabación, pero en especial en la cuidada estructura que da al concertado del tercer acto; en la búsqueda de transparencia, que no se limita a la “Canción del Sauce”, y al ruido mental con que sella “Dio mi potevi scagliar”, sin olvidar, por supuesto, que este momento propone un arduo viaje desde la remembranza lírica de “M’han rapito il miraggio” hasta el estallido y la furia enferma de “Dannazione! Pria confessi il delito”. Claro, contaba para eso con Jonas Kaufmann, que borda la escena como si fuera un tapiz. Recomiendo escuchar más de una vez este fragmento, con el texto a mano, porque, gracias al tenor y al maestro, hay descubrimientos vocales y de sentido que permiten acceder a una zona donde la luz del sol no llega.

El resultado es una suerte de reinvención musical, que responde al drama y lo acoge con ductilidad e imaginación, sin apartarse un ápice de Verdi. Esto llega a su cénit en la muerte de Otello, donde las palabras se encuentran tan enraizadas con la partitura, que pareciera que fueran ellas las que arrastran el sonido orquestal. Esto mismo también se aprecia en las versiones en vivo dirigidas por Petrenko y Fischer.

Jonas Kaufmann es el más interesante cantante lírico de su generación, y esta placa de Sony deja su “Otello” para la posteridad. Se entenderán muchas cosas gracias a ella y quien escuche sin prejuicios se emocionará con más de algún encuentro, en especial en los pasajes más líricos, donde el tenor da clases de precisión técnica, control y uso de matices.

A eso se agrega el sentido teatral, pues este Otello es una trama que combina hilos de ironía, amargura, miedo, peso existencial y brutalidad tenebrosa con desgarro pasional y extrema dulzura (“Venere splende”). Seguir atentamente el dúo con Desdémona “Dio ti Gioconda” es una clase magistral a este respecto. Atención a lo que Kaufmann logra en términos de violencia contenida y seca en “Anima mia, ti maledico” al final del tercer acto. Finalmente, en “Niun mi tema”, su moro está fuera del mundo: la frase “Otello fu” es una constatación para sí mismo no para los demás. Estremecedor, y sin aspavientos.

Uno se pregunta si es Jonas Kaufmann quien interpreta a Otello, si es el moro el que se autointerpreta a través de Jonas Kaufmann o si es Otello mismo el que interpreta a quien lo encarna.

Tras tal “monte Everest” hay que esperar a ver qué vendrá. “Tristán e Isolda” ya tiene fecha y lugar: junio de 2021, en Munich. Pero se imponen “Tannhäuser”, “Un Ballo in Maschera” y “Peter Grimes”.

Qué excelente barítono es Carlos Álvarez y no suficientemente refrendado en grabaciones comerciales. En plenitud vocal y con un grano en la voz adecuado al personaje, apasiona escuchar la imaginación con que este artista español destila el veneno de su “Credo”, al que moldea con intensidad y con un uso teatral del vibrato. Pocas veces un barítono ha dado cuenta de manera tan acabada no sólo de la bestia humana que es Iago sino también del pequeño y vil cobarde que vive en este villano.

El mundo angélico viene de la mano de Federica Lombardi, joven soprano italiana que debuta en discos con su Desdémona. Es verdad que hay algunos sonidos fijos y que en otros momentos el vibrato se descontrola, pero resuelve bien su parte y acierta con el tono preciso de delicadeza y elegancia. Está impecable en la “Canción del Sauce”.

El cuadro se completa con el tenor armenio Liparit Avetisyan (excelente Cassio), Virginie Verrez (Emilia), Carlo Bosi (Roderigo), Riccardo Fassi (Ludovico), Frabizio Beggi (Montano) y Gian Paolo Fiocchi (Un araldo).






 






 
 
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