el Nuevo Herald, julio 21, 2016
Sebastian Spreng
 
Kaufmann en La Scala, testimonio de una conquista
 
Para bien o para mal, hoy todo queda testimoniado en cámara. En el pasado quedó la posibilidad de fantasear y adornar un recuerdo amparado en la fugacidad de la memoria o en la impronta causada sólo por la pura emoción. Como no podía ser de otro modo, a este rasgo del joven siglo tampoco escapan aquellas grandes noches de ópera y sus respectivos divos, desmitificados por la crudeza de la cámara implacable y exacerbados por una toma sonora que corrige y amplifica. El refugio de los memoriosos que contaban con sádico deleite a los recién llegados como sonaba aquel tenor o soprano de leyenda se redujo a un simple click que puede borrar de un plumazo al mito. Si pocos lo resisten, menos sobreviven.

Hecha la salvedad, valió la pena que se recurriera al veterano e impecable Brian Large para dejar constancia filmada de la conquista del máximo teatro italiano por un tenor alemán, fue una noche para el recuerdo, inolvidable para Jonas Kaufmann y sus adeptos. El programa dedicado a Puccini duplica la mayoría de las arias de su excelente álbum Nessun Dorma y en el mismo formato apela a lo cronológico. Desde el temprano Puccini de Le villi hasta el ya moribundo de Turandot que dejará inconclusa. En esta oportunidad se agregan preludios e interludios que acaban por hilvanar una velada con una atmósfera similar que irá in crescendo. Bajo la atenta dirección del debutante Jochen Rieder, la orquesta escalígera brinda estilo y riqueza sonora a los seis momentos sinfónicos que enmarcan las arias por el divo de turno. Quienes argumenten que las arias son demasiado pocas o demasiado breves deben quejarse más al compositor que al intérprete. A diferencia de sus antecesores, Puccini usó las arias para coronar momentos dramáticos, más como extensión de aquellos que una larga exposición (léase Verdi o Donizetti) y si bien escribió joyitas para la cuerda tenor, su corazón perteneció a las sopranos, ni siquiera mezzos o contraltos, sino sopranos hechas y derechas.

Con la excepción de Che gelida mannina –que hace falta– y el Addio de Pinkerton, el Paris de Ruggiero y la Florencia de Rinuccio, desfilan todos los héroes del registro firmados por Puccini, son exaltados breves solos para entusiasmar a una audiencia enfervorizada que se encarga de que los bises sean cinco, para la estadística el aplauso duró mas de cuarenta minutos lógicamente editado en el dvd. El tenor se encarga de abrir el documento con un breve racconto sobre el músico que añade raras filmaciones caseras con el fondo del temprano preludio sinfónico. El canto de Kaufmann es de incontestable calidad, más allá de las objeciones técnicas que algunos le reprochan, un ejemplo en cómo hacer valer un recitativo y un compromiso dramático que evoca al mejor Plácido Domingo de la década 1970 y 1980, de una honestidad que cautiva al quisquilloso público escalígero.

Desde el caballero Des Grieux al pintor Cavaradossi pasando por Dick Johnson de La fanciulla del West, Roberto de Le villi y Orgia chimera dall’occhio vitreo de la olvidada Edgar, hasta el obligatorio Nessun Dorma vertido con el lirismo e intensidad necesarias, Kaufmann no defrauda, otra vez se repite aquello de que con Puccini cruzó los Alpes para conquistar tanto como aquel príncipe ignoto. En la seguidilla de bises se queda sin Puccini y apela al Non ti scordar di me de Ernesto de Curtis y al bellísimo Ombra di Nube de Refice que ha convertido en cruzada personal y que canta como los dioses. Para el final, remata con un segundo Nessun dorma con un olvido que resuelve con la misma pericia y humor con el que se preguntó por la insólita tardanza de una soprano en una reciente Tosca vienesa. Kaufmann está en plenitud y lo demuestra con encanto y espontaneidad irresistibles.

 
 
 






 
 
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