el Nuevo Herald, 08.16.14
Sebastian Spreng
 
Jonas Kaufmann, Don Carlo en Salzburgo
 
No está mal recordar la magnificencia verdiana desplegada en Don Carlo, ópera con la que el Festival de Salzburgo celebró el bicentenario del compositor. Opera que desde todo ángulo es punto de encuentro y cruce de caminos estilísticos, musicales, políticos, religiosos y de pasiones encontradas; ópera que además requiere un reparto estelar para salir adelante y que en esta época presenta desafíos vocales casi insalvables. No obstante, Don Carlo ha sido llevada al disco y al DVD exitosamente, con las máximas casas líricas disputándose la supremacía tanto como la sumatoria de estrellas del canto.

Con la filarmónica de Viena en el foso, el vasto escenario del festival ha visto grandiosas producciones como la de Schneider-Siemsen de la “era Karajan” y la más polémica del desaparecido Wernicke, en 1998. Para el bicentenario le llega el turno al veterano Peter Stein con una puesta funcional pero sencilla al extremo para la audiencia que sueña con el oropel zeffirelliano o la exactitud viscontiana. Su economía de medios y los decorados de Ferdinand Wögerbauer –parcos, lineales, en instancias peligrosamente precarias contrastan con el vestuario calcado de Ticiano y Velázquez– acusan muy diferente suerte a través de una obra tan extensa, hay escenas donde quita el impacto necesario y en otras rivaliza con el dramatismo de la música. Formal y efectiva para algunos, poco imaginativa e insulsa para muchos, cumple con su función decorativa y no entorpece ni agrega el despropósito que tantos, y más en Salzburgo, están cansados de ver. Stein construye postales visualmente tan amplias como austeras y, en el minucioso fluir de sus actores cantantes, creíbles, vulnerables y humanos.

Antonio Pappano –es su tercer DVD de esta grand-opera– y la filarmónica vienesa son los artífices del fresco sonoro desplegado desde el foso, de riqueza incontestable, teatralidad plena, gran estilo verdiano y sonoridad casi wagneriana. A su primera memorable entrada con la versión francesa, siguió la de Covent Garden y ahora esta, que en italiano utiliza la versión original en cinco actos del estreno parisino de 1867 menos el ballet del primer acto. Absolutamente espléndida, la orquesta crea el marco ideal para cinco (mejor dicho, seis) protagónicos que en etapas muy diferentes de sus carreras –y por ende sacando partido de la experiencia al convertir falencias en virtudes– dan lo mejor de sí.

La elección del veteranísimo Matti Salminen como Filippo es cuestionable, su trabajo no. Quizá el canto del cisne para el finés, el suyo es un rey vencido como su voz aún inmensa, seca, emocionante en la escena del gabinete donde ya no es el monarca sino un pobre anciano insomne, acorralado por la vida y la muerte. Cargando esas tintas con vívida expresividad, Eric Halfvarson evocó a un Francis Bacon implacable en su función de inquisidor. A dos décadas de su primer Rodrigo, Thomas

Hampson vuelve a entregar un retrato experimentado, nobleza y expresividad unidos a un físico y actuación ideales. Algo menos feliz es la notable Eboli de Ekaterina Semenchuk, cuyo impetuoso caudal vocal no coincide con una actuación demasiado convencional. A su lado brilla aún más la soberana Elisabetta de Anja Harteros en una asunción inolvidable. La soprano muniquesa combina un timbre esmaltado que enfatiza su expresividad natural con inmaculado vocalismo; su reina se ubica cómodamente junto a los mejores exponentes del pasado. Su contraparte es Jonas Kaufmann, de más está decirlo, estrella absoluta del momento que no da lugar a decepciones, al menos, por ahora. A la par de su compatriota, es un infante heroico, indeciso, juvenil, atormentado, es un tenor que habita el Don Karlos de Schiller tal como lo hace con el Werther de Goethe, con una naturalidad pasmosa. A la hora de las comparaciones, si no posee el bronce vocal del joven Domingo su inteligencia musical y escénica, seguridad y entrega echan por tierra cualquier reparo. Tanto Harteros como Kaufmann conforman una pareja deslumbrante que va creciendo a medida que avanza la ópera y que en el último acto adquiere visos antológicos. Recomendado.
 
 
 






 
 
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