el Nuevo Herald, octubre 30, 2015
Sebastian Spreng
 
 
Aïda, la ópera que marca el estándar vocal de cada época
Aïda señala la apoteosis de la opéra, si no es la mejor necesita lo mejor para llegar a buen fin. Un “show de shows”, combinación y destilación del Verdi maduro con elementos de Grand-Opera francesa y alguna influencia wagneriana que deja al descubierto los estándares del género lírico cada vez que, como en este caso, llega al estudio de grabación. Como en Don Carlo o Ballo, y aún más, Verdi regala a cada cuerda un personaje magnífico convirtiéndolo también en muestrario implacable de los mejores exponentes vocales de cada generación.

El director Antonio Pappano es afortunado. Cuando se ha decretado la muerte de la ópera en estudio optándose por grabaciones en vivo, más espontáneas y menos costosas; es el único que puede darse el lujo de seguir grabando los grandes títulos del repertorio en ese ámbito privilegiado. Su intención es testimoniar lo más granado de esta década y lo consigue. A más de 80 años de la primera grabación completa de Aïda, cada generación se lleva las palmas con una, a lo sumo dos, versiones. La presente pasará a formar parte de la gran tradición de registros pese a que hoy, la malcostumbrada audiencia pida por un producto perfecto, no sólo comparable a las más ilustres sino que las supere. Y es pedir demasiado, para poder disfrutarlo hay que bajar las expectativas.

De las dos docenas de grabaciones comerciales existentes deben recordarse la pionera de Sabajno (1928) y las de Serafin con Caniglia y Gigli, Perlea con Milanov y Bjorling en 1955; los 60 serán de Leontyne Price testimoniándolo en dos memorables registros y en los 70, Muti con la versión más pareja encabezada por Caballe y Domingo. Ni Abbado ni Karajan (y luego Harnoncourt) experimentando con voces livianas lograron la deseada permanencia en un catálogo que exige “the real thing”. Pappano presenta una combinación inteligente y una receta no muy diferente a la de aquellos, pero que en este 2015 rinde cosecha más fructífera. Un elenco sin italianos en los protagónicos –dos alemanes, una rusa, un francés y un uruguayo– y una orquesta italiana que es uno de sus pilares innegables. Rica, sutil, espléndida y poderosa cuando es preciso, la Academia de Santa Cecilia se halla en su elemento con un regente que adora. Es un casamiento perfecto al que contribuye la amplia toma sonora.

Pappano tiene a bien enfatizar no sólo la pompa sino a plasmar minuciosa y exquisitamente los momentos mas íntimos; más allá de su espectacularidad, Aïda es una ópera de relaciones e intrigas personales, conflictos profundamente humanos bien delineados por músico y libretista. El elenco exhibe los obvios candidatos actuales para cada cuerda, el único reparo es cierta falta de peso vocal, especialmente en graves y algún precario agudo.

No decepciona Jonas Kaufmann con un Radamés importante, aguerrido, tierno, el imposible diminuendo que corona Celeste Aida rivaliza con Franco Corelli en la grabación con Nilsson. Un rol en el que hoy parece no tener rivales. La excelsa Anja Harteros, su mejor pendant escénico, se ubica un punto debajo. En su primer Aïda, la soprano alemana brilla en los matices e introspección del personaje pero su instrumento se presta menos para la esclava etíope que para Elisabetta o Elsa. Mas experimentada, cómoda en el centro (menos en los extremos del registro), Ekaterina Sementchuk entrega una labor en la vena de sus predecesoras Obraztsova y Borodina. De buen nivel el Amonasro de Ludovic Tezier y desparejo el Ramfis de Erwin Schrott, bella voz en un papel que necesita de un bajo mas profundo.

Abordar Aïda equivale a correr una carrera de fórmula uno, no hay misericordia en la arena verdiana y en esta cuadriga liderada por Pappano se advierte un comprensible exceso de cuidado para obtener un producto perfecto, un producto que ante todo necesita pasión y arrojo. Es entonces donde se echa de menos aquel encuentro de panteras entre Price y Bumbry, la Callas en México, Martina Arroyo o Leyla Gencer. Esta nueva adición al catálogo quizás encienda el entusiasmo por continuar una carrera que implica un desfile de dimensiones faraónicas: Netrebko, Blythe, Alvarez, Hvorostovsky podrían afrontar el reto. Por ahora, esta Aïda merece una recomendación.






 
 
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